"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
viernes, 12 de julio de 2019
JORGE EDUARDO EIELSON
Smoking car
un cigarrillo y tus dos ojos
y los días y las noches sin cesar
fumando el mismo cigarrillo
igual a cualquier otro
o al mismo de ayer
con el que quisiste morir un día
esperando vivir otra vez
sin saber que un cigarrillo
igual a otro cigarrillo
no es bastante
ni millares y millares
de cerillas son bastantes
ni tus ojos ni mis ojos
ni las noches ni los días
ni millares y millares
de los mismos cigarrillos
son bastante
para vivir un día
De: "Tema y
variaciones"
JOSÉ HOMERO
La noche en minifalda ahoga a los
transeúntes
A
Ramón Rodríguez
en
las calles de incierta geografía
dos
piernas como torres paralelas
de
aceite ungidas, por la luz roídas,
el
cielo nublan, la
noche moldean,
altas,
mórbidas, columnas marmóreas
que
soportan cúpulas, entreabren grietas;
sinuosos
caminos que la fronda oculta
de
la luna y su succión de ónice.
Qué
cauces, qué arabescos, qué formas de serpiente,
lenguas,
ardientes cicatrices, plumas,
escamas
y aun escaras toma el aire
cuando
su látigo restalla contra
la
oscura, brillante vestimenta
y
al duro son de cláxones,
improperios,
oraciones, llantos,
las
nalgas van en ondas internándose
con
mi sombra y mil sombras más prendidas
a
sus frutos de flor
monstruosa,
infame:
sus
pies descienden al abismo,
mis
pasos alimentan los oceános
JULIO CÉSAR TOLEDO
Un tatuaje
Siempre dijeron
de mí
que muy seriecito para su edad
—que muy bueno para venir de esa mala semilla
oscurecida—.
Yo
quería dormir hasta tarde los domingos
tener revistas porno debajo del colchón
pero: muy seriecito para mi edad.
Quería un tatuaje
pero
iba los domingos —tempranito—
al coro de la iglesia
al mercado del brazo de mi madre.
Cumplí todas mis tareas,
fui todo lo que la familia deseó.
Ciertas tardes de verano salí desnudo al jardín
imaginando un dragón que en su tinta devoraba mi pierna.
Bueno para las clases de historia y de ciencia natural
asistí con religiosidad todos los días a clase
quise irme de pinta
y besar en parques escondidos a mujeres (niñas de labios pintados)
que se cambiaban el nombre
para no manchar como su ropa interior, el verdadero.
En cambio hubo prolongadas noches
de inventarles rostros y olores a esas musas.
Luego me dio por las palabras
andar diciendo cosas raras
de la gente:
su mirada es fuego que me funde y fragua
de las cosas:
una blanca nostalgia hizo nido en el ropero
y antes de perderlo todo en esa apuesta
—qué oportuno—
me consiguieron un trabajo
un buen trabajo, digo
de esos que uno gana su dinero
de esos que se pone uno corbata y siempre
le dicen a uno Señor
aprendí de nónimas y trámites honrosos
de windows e impresoras a color
y yo
seguía queriendo un tatuaje
en el tobillo,
una tarde de playa con ocasos de Neruda.
Pero —siempre— el amor es de alguna forma medicina:
droga corriente
peligrosa y adictiva igual de ilegal —debiera castigarse—
muy costosa pero no tan de mal ver,
excepto
en las entrañas, donde hace su guarida de epidemia.
Comencé a escribir en las paredes de mi cuarto
luego en espaldas de mujer…
Hoy
mis versos se maduran lentamente
en la mirada desatada de un anhelo.
Una brasa —más instinto que otra cosa—
prepara su caldero en cierto vientre
y canta de brazos abiertos mi llegada
en espera
del tañido iracundo que nos resumirá.
Cuando sepa el nombre de ese fruto
por toda la verdad acumulada
por toda la obediencia que llagó mi pecho
me haré un tatuaje
tal vez dos.
Siempre dijeron
de mí
que muy seriecito para su edad
—que muy bueno para venir de esa mala semilla
oscurecida—.
Yo
quería dormir hasta tarde los domingos
tener revistas porno debajo del colchón
pero: muy seriecito para mi edad.
Quería un tatuaje
pero
iba los domingos —tempranito—
al coro de la iglesia
al mercado del brazo de mi madre.
Cumplí todas mis tareas,
fui todo lo que la familia deseó.
Ciertas tardes de verano salí desnudo al jardín
imaginando un dragón que en su tinta devoraba mi pierna.
Bueno para las clases de historia y de ciencia natural
asistí con religiosidad todos los días a clase
quise irme de pinta
y besar en parques escondidos a mujeres (niñas de labios pintados)
que se cambiaban el nombre
para no manchar como su ropa interior, el verdadero.
En cambio hubo prolongadas noches
de inventarles rostros y olores a esas musas.
Luego me dio por las palabras
andar diciendo cosas raras
de la gente:
su mirada es fuego que me funde y fragua
de las cosas:
una blanca nostalgia hizo nido en el ropero
y antes de perderlo todo en esa apuesta
—qué oportuno—
me consiguieron un trabajo
un buen trabajo, digo
de esos que uno gana su dinero
de esos que se pone uno corbata y siempre
le dicen a uno Señor
aprendí de nónimas y trámites honrosos
de windows e impresoras a color
y yo
seguía queriendo un tatuaje
en el tobillo,
una tarde de playa con ocasos de Neruda.
Pero —siempre— el amor es de alguna forma medicina:
droga corriente
peligrosa y adictiva igual de ilegal —debiera castigarse—
muy costosa pero no tan de mal ver,
excepto
en las entrañas, donde hace su guarida de epidemia.
Comencé a escribir en las paredes de mi cuarto
luego en espaldas de mujer…
Hoy
mis versos se maduran lentamente
en la mirada desatada de un anhelo.
Una brasa —más instinto que otra cosa—
prepara su caldero en cierto vientre
y canta de brazos abiertos mi llegada
en espera
del tañido iracundo que nos resumirá.
Cuando sepa el nombre de ese fruto
por toda la verdad acumulada
por toda la obediencia que llagó mi pecho
me haré un tatuaje
tal vez dos.
EDWIN MADRID
Bondadosa Clío, tú que celebras al amor
con delicia, enséñame como cantar a esa muchacha de cabellos largos y negros de
quien no he vuelto a tener noticias.
ROSABETTY MUÑOZ
Solidaria
Esta
casa habla.
Más
bien junta sus esquinas
en
un esfuerzo conmovedor.
Cruje
su madera,
suenan
las bisagras
mientras
cruza la pena
de
una pieza a otra
arrastrando
los pies.
De: “Baile de señoritas”
GABRIEL CELAYA
Salpicada
de espuma, de salitre,
desnuda, desde el mar,
viene gritando:
desnuda, desde el mar,
viene gritando:
La
vida, sí, la vida misma:
¡Un delirio por los prados!
¡Un delirio por los prados!
Desde
mi ventana blanca,
con los brazos extendidos,
la estoy llamando con voces
de un ardor desmelenado.
con los brazos extendidos,
la estoy llamando con voces
de un ardor desmelenado.
Salpicada
de espuma, de salitre,
desnuda, por los campos,
va gritando.
desnuda, por los campos,
va gritando.
¡La
vida, sí, la vida misma!
Pálido
y alto, callado,
la mira pasar llorando.
la mira pasar llorando.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)