miércoles, 15 de enero de 2014

NILA LÓPEZ




Los fuegos
encendidos


IV



…Este vacío
termina
allí donde te habitas
y donde yo me miro
para encontrar mi espejo
y completarme.
  

ROQUE VALLEJOS


Los dólares de Judas


Ya he devuelto
los denarios robados,
el dólar que me disteis
por la cruz
de su cuerpo.
Dadme ahora la soga
¡Oh! Caifás agringado,
os colgaré mi muerte
como trofeo eterno.
Mi Patria era una madre
de senos opulentos,
con hijos que poblaban
de racimos sus huesos,
florecía en su sangre
un culantrillo inmenso,
su vientre era granero
para el maíz combado.

Y día vino el gringo
de nariz afilada,
tendiéndonos la mano
como paloma amiga,
pero sus dedos fueron
pezuñas afiebradas,
que trillaron la arena
de la carne sahumada.

Después nuestras mujeres
quemaron sus vergüenzas
y sus hijos prendieron
como mechas sus cuerpos,
la sangre coagulada
resbaló en el madero
perfilando una muesca
de Cristo mutilado.


EDUARDO QUINTANA




Buscando



Conduciré por los canales brillantes,
aquellos que quisieron mostrar,
pero un día oscuro taparon.
Navegaré por sus mares sin costas, donde
la paz perfecta sea el salvavidas.

Seguiré abriendo, soplando para ir al lado,
buscaré más cielos, aguas desheladas.
Respiro profundo, cerca del lago casi vacío
de corazones tristes y peces llorando.

Son los deseos, los ojos grandes,        
los que endulzan las brisas cálidas
interminables del abrazo fresco.
También son esos, los asombrados
trabajadores de risas,
los que mueven al mundo.

Seguiré buscando, tibio mojado,
mojado en lo más profundo del hueso.
Allí donde nunca quisieron llegar,
los cobardes normales del presente.

Puedo sentirlo, puedo cambiar.
Y encontrar quizás la piedra,
ese tesoro quieto, el perfecto peso
el aire duro que quiero respirar.



HERIB CAMPOS CERVERA




Un puñado de tierra



de tu profunda latitud;
de tu nivel de soledad perenne;
de tu frente de greda
cargada de sollozos germinales.

Un puñado de tierra,
con el cariño simple de sus sales
y su desamparada dulzura de raíces.

Un puñado de tierra que lleve entre sus labios
la sonrisa y la sangre de tus muertos.

Un puñado de tierra
para arrimar a su encendido número
todo el frío que viene del tiempo de morir.

Y algún resto de sombra de tu lenta arboleda
para que me custodie los párpados de sueño.

Quise de Ti tu noche de azahares;
quise tu meridiano caliente y forestal;
quise los alimentos minerales que pueblan
los duros litorales de tu cuerpo enterrado,
y quise la madera de tu pecho.
Eso quise de Ti
(-Patria de mi alegría y de mi duelo;)
eso quise de Ti.


II

Ahora estoy de nuevo desnudo.
Desnudo y desolado
sobre un acantilado de recuerdos;
perdido entre recodos de tinieblas.
Desnudo y desolado;
lejos del firme símbolo de tu sangre.
Lejos.

No tengo ya el remoto jazmín de tus estrellas,
ni el asedio nocturno de tus selvas.
Nada: ni tus días de guitarra y cuchillos,
ni la desmemoriada claridad de tu cielo.

Sólo como una piedra o como un grito
te nombro y, cuando busco
volver a la estatura de tu nombre,
sé que la Piedra es piedra y que el Agua del río
huye de tu abrumada cintura y que los pájaros
usan el alto amparo del árbol humillado
como un derrumbadero de su canto y sus alas.


III

Pero así, caminando, bajo nubes distintas;
sobre los fabricados perfiles de otros pueblos,
de golpe, te recobro.

Por entre soledades invencibles,
o por ciegos caminos de música y trigales,
descubro que te extiendes largamente a mi lado,
con tu martirizada corona y con tu limpio
recuerdo de guaranias y naranjos.

Estás en mí: caminas con mis pasos,
hablas por mi garganta; te yergues en mi cal
y mueres, cuando muero, cada noche.

Estás en mí con todas tus banderas;
con tus honestas manos labradoras
y tu pequeña luna irremediable.

Inevitablemente
-con la puntual constancia de las constelaciones-,
vienen a mí, presentes y telúricas:
tu cabellera torrencial de lluvias;
tu nostalgia marítima y tu inmensa
pesadumbre de llanuras sedientas.

Me habitas y te habito:
sumergido en tus llagas,
yo vigilo tu frente que muriendo, amanece.

Estoy en paz contigo;
ni los cuervos ni el odio
me pueden cercenar de tu cintura:
yo sé que estoy llevando tu Raíz y tu Suma
sobre la Cordillera de mis hombros.


Un puñado de tierra:
Eso quise de Ti
y eso tengo de Ti.

DELFINA ACOSTA



La rosa dura



El gallo soy de la veleta roja
que mira al Norte porque Norte soy.
A mi pueblo lo barre el mismo pueblo:
un viento malo con que al río voy.
La saeta del Este cuando gira
da vuelta al pueblo, al lirio y al convoy
del caballo al que subo al ser el día
para saber al irme en dónde estoy.
He plantado una estrella en el Oeste
que bajará a la noche. Te la doy
porque subes al Este cada tarde.
Yo te amaría, mas veleta soy.
El gallo fui de la veleta roja
que al Sur apunta pues al Sur me voy.
En su frío se templa mi poesía:
la rosa dura que ha de abrirse hoy.


LISANDRO CARDOZO




Poemas breves.


XII


Me sorprendió escucharte decir
una frase que te había escrito antes:
"Espantar mi soledad en tus brazos",
y eso rememoro hoy
que ya no estás
cerca de mi letárgica.