sábado, 13 de junio de 2020


CONCEPCIÓN ARENAL




El espejo y la verdad



En uno de los viajes
Que tuvo la mala idea
De hacer no sé con qué objeto
La Verdad sobre la tierra,
Oyó de un espejo amigo
Sentidas y amargas quejas.

«¿De qué me sirve decía
Que, fiel a tus advertencias,
Repita forma y colores
Con semejanza perfecta,

Lo mismo al pobre mendigo
Y al que nada en la opulencia,
Al labrador y al herrero
Como a los reyes y reinas,
Y diga la verdad pura
Sin rodeos ni cautelas?

Vanse de mí satisfechos,
Aunque increíble parezca,
Igualmente los hermosos
Que los de horrible presencia.

Digo a un viejo: «Esa peluca
Se ve desde media legua.»
Y él va muy hueco pensando
«Nadie que es peluca acierta.»

Dígole: «Tienes arrugas»,
A una remilgada vieja,
Y ella piensa allá entre sí:
«Pues tengo la cara tersa.»

Pónese el chato narices,
Otro va y se las cercena,
El gordo se quita carnes,
El que es flaco las aumenta,

Multiplícase el pequeño,
El que es muy alto se resta,
Y, en fin, a ninguno he oído:
«¡Qué feo soy! o «¡qué fea!»

Si algún remedio eficaz
No buscas de esta epidemia,
Teme que tu santo imperio
Del mundo desaparezca.»

«No, respondió la Verdad
Con la faz grave y serena
Mi dominación es justa
Y será por eso eterna.

Si tal vez por excepción
Se sustrae el hombre a ella,
Esta excepción que te irrita
Casos hay en que aprovecha.

Di: ¿si sordo el amor propio
A tus verdades no fuera,
Cómo se consolarían
Los horribles y las feas?

¿Qué mal hay si va una joven,
Muy erguida y satisfecha,
Su fealdad ostentando
Como si fuera belleza?

¡Es ridícula! ¿Qué importa
Siempre que dichosa sea?
Abunda la vanidad
Porque el mérito escasea,
Y en paz vive cada cual
Ignorando su miseria.»

Al ver un ente risible
Que hueco se pavonea,
Más vano por sus defectos
Que otros hay con sus bellezas,

Los sabios de brocha gorda
El absurdo cacarean,
Y el hombre bueno y prudente
Bendice a la Providencia.


CAROLINA CORONADO




A una gota de rocío



Lágrima viva de la fresca aurora,
a quien la mustia flor la vida debe,
y el prado ansioso entre el follaje embebe;
gota que el sol con sus reflejos dora;

Que en la tez de las flores seductora
mecida por el céfiro más leve,
mezclas de grana tu color de nieve
y de nieve su grana encantadora:

Ven a mezclarte con mi triste lloro,
y a consumirte en mi mejilla ardiente;
que acaso correrán más dulcemente

las lágrimas amargas que devoro…
mas ¡qué fuera una gota de rocío
perdida entre el raudal del llanto mío…!



EEVA KILPI




Bueno, si de verdad



Bueno, si de verdad
quieres una confesión,
ahí va:
he tenido treinta y seis amantes.
Bien, sí. Tienes razón…
son demasiados.
Hubiese bastado con treinta y cinco.
Pero, cariño, el treinta y seis
eres tú.




JULIÁN MARCHENA


  

Anochecer campestre



Cuando la tarde muere y soñolientos
Van hundiéndose en sombras los caminos,
Se duerme entre las frondas ya sin trinos
El alma vagabunda de los vientos.
Rezan las viejas sus rosarios lentos
En tanto que, al fulgor de mortecinos
Faroles, ruidos mozos cuentan cuentos
De brujas y fantasmas y asesinos.
Sube del valle virginal fragancia;
Una campana sueña en la distancia.
El paisaje se borra. Se diría
Que la noche cerró, muda y avara,
Como un tintero que se derramara
Sobre una página de tricomía.



EMILY DICKINSON




No era la Muerte, pues yo estaba de pie…



No era la Muerte, pues yo estaba de pie
Y todos los muertos están acostados,
No era de noche, pues todas las campanas
Agitaban sus badajos a mediodía.
No había helada, pues en mi piel
Sentí sirocos reptar,
Ni había fuego, pues mis pies de mármol
Podían helar un santuario.
Y, sin embargo, se parecían a todas
Las figuras que yo había visto
Ordenadas para un entierro
Que rememoraba como el mío.
Como si mi vida fuera recortada
Y calzada en un marco
Y no pudiera respirar sin una llave
Y era como si fuera medianoche
Cuando todo lo que late se detiene
Y el espacio mira a su alrededor
La espeluznante helada, primer otoño que llora,
Repele la apaleada tierra.
Pero todo como el caos,
Interminable, insolente,
Sin esperanza, sin mástil
Ni siquiera un informe de la tierra
Para justificar la desesperación.




SOFÍA CASANOVA




Llegaba vencedor pero enojado…



I

Llegaba vencedor pero enojado
de España por la terca rebeldía
Somosierra a su espalda se veía
y ante él Madrid, en pleno sol, dorado.
Su anteojo militar quedó enfocado
sobre Madrid. Miró, se sonreía
y un lejano rodar de artillería
sonaba como un trueno prolongado.
Le rodeaban aquellos oficiales
que su capricho hiciera mariscales.
El sol iluminaba el campamento.
Montó premioso en su corcel de guerra
y un «hurra» largo resonó en la Sierra
cárdena en el azul del firmamento.


II

Frío el mirar, la voluntad ardiente
bebía el aire en ráfagas de gloria,
que volvía radiante a su memoria
fundida con el sol de occidente.
Cual si tuviera al enemigo enfrente
raudo lanzose en pos de la victoria
que marcando otra época en la historia
rendiría a sus pies el continente.
El tricornio en la testa parecía
un ave negra, que a clavar venía
su garra del caudillo en las entrañas.
Y el gris capote en la veloz carrera
semejaba un pedazo de bandera
perdido en las ibéricas montañas.


III

Y dicen, que la noche era venida
cuando el César insomne en su cuidado
quiso ver el Alcázar enclavado
en la corte tomada y no vencida.
-Vivís mejor que yo. -No es esto vida-
repuso el rey José. -No soy soldado.
A vuestro honor el trono he confiado
de España, que deseo sometida.
Y el palacio real, que a los Borbones
viera huir al tronar de los cañones,
del rey intruso escucha las querellas.
Pálido Napoleón no le escuchaba
mirando el horizonte, que negreaba
bajo la eternidad de las estrellas.


IV

Y Napoleón de cara a la llanura
marcha de prisa, taciturno el ceño,
en dominar España está su empeño.
Y arde España en guerrillas y conjuras.
-País de quijotescas aventuras
te rendirás y yo seré tu dueño.
Y a Rusia ahora a realizar el sueño
de conquistas asiáticas futuras.
Arde el polvo, es acecho cada rama,
es cada piedra de la hoguera llama
que invade pueblos, mar y tierra.
El César adelanta sin cuidado
y el genio de Castilla va a su lado
por arma el bravo grito: «¡Guerra, guerra!»


V

Del bien y el mal él conoció la ciencia,
que cultivó sagaz, frío, consciente
y fue en la lucha alguna vez clemente,
sin que su alma sintiera la clemencia.
Su gloria ennoblecía su presencia.
Y los tronos caídos por sus manos
triunfante se los daba a los hermanos,
olvidada en la gloria la conciencia.
Codició más que amó. De Josefina
amó el rango, el amor, la gracia femenina
y a la princesa la compró su espada.
No emperador, vencido lo prefiero,
y sus años de mártir prisionero
dan a su muerte excelsitud sagrada.