lunes, 7 de septiembre de 2015

AMADO NERVO




¿Quién es Damiana?
                                    My name is might have been [...]
                                                  
Dante Gabriel Rossetti
                                        

La mujer que en mi lozana
juventud pudo haber sido
-si Dios hubiera querido-
mía,
en el paisaje interior
de un paraíso de amor
y poesía;
la que prócer o aldeana
«mi aldeana» o «mi princesa»
se hubiera llamado, esa
es, en mi libro, Damiana.

La hija risueña y santa,
gemela de serafines,
libélula en mis jardines
quizás y en mi feudo infanta;
la que
pudo dar al alma fe,
vigor al esfuerzo, tino
al obrar, ¡la que no vino
por mucho que la llamé!
La que aún mi frente besa
desde una estrella lejana,
esa
es en mi libro Damiana.

Y aquella que me miró,
no sé en qué patria querida
tras mirarme pasó
(desto hace más de una vida);
y al mirarme parecía
que me decía:
-«Si pudiera detenerme
te amara»... la que esto al verme
con los ojos repetía;
la que, sentado a la mesa
del festín real, con vana
inquietud aguardo, esa
es en mi libro Damiana;

La que con noble pergeño,
suele fluïda vagar
como un fantasma lunar
por la zona de mi ensueño;
la que fulge en los ocasos,
que son nobleza del día,
la que en la melancolía
de mi alcoba finge pasos,
la que, puesto a la ventana,
con un afán que no cesa
aguardo hace un siglo,
esa es en mi libro Damiana.

Todo lo noble y hermoso
que no fue;
todo lo bello y amable
que no vino;
y lo vago y misterioso
que pensé
y lo puro y lo inefable
y lo divino;

El enigma siempre claro en la mañana
y el enigma por las tardes inexpreso;
amor, sueños, ideal, esencia arcana,
todo eso, todo eso, todo eso,
tiene un nombre en estas páginas: ¡Damiana!



GUSTAVO OSPINA




Estrechuras



El canto de una tarde gris
a través de la ventana.
Un viejo papel.
Un
café triste.
Y todo el tiempo para esperar
que regreses
aquí
de donde nunca debiste
                         marcharte.


De: Noticias del insomnio.



ENRIQUE GONZÁLEZ MARTÍNEZ







Busca en todas las cosas un alma y un sentido
Oculto; no te ciñas a la apariencia vana;
Husmea, sigue el rastro de la verdad arcana,
Escudriñante el ojo y aguzado el oído.

No seas como el necio, que al mirar la virgínea
Imperfección del mármol que la arcilla aprisiona,
Queda sordo a la entraña de la piedra, que entona
En recóndito ritmo la canción de la línea.

Ama todo lo grácil de la vida, la calma
De la flor que se mece, el color, el paisaje.
Ya sabrás poco a poco descifrar su lenguaje...
¡Oh divino coloquio de las cosas y el alma!

Hay en todos los seres una blanda sonrisa,
Un dolor inefable o un misterio sombrío.
¿Sabes tú si son lágrimas las gotas de rocío?
¿Sabes tú qué secreto va contando la brisa?

Atan hebras sutiles a las cosas distantes;
Al acento lejano corresponde otro acento.
¿Sabes tú donde lleva los suspiros el viento?
¿Sabes tú si son almas las estrellas errantes?

No desdeñes al pájaro de argentina garganta
Que se queja en la tarde, que salmodia a la aurora.
Es un alma que canta y es un alma que llora...
¡Y sabrá por qué llora, y sabrá por qué canta!

Busca en todas las cosas el oculto sentido;
Lo hallarás cuando logres comprender su lenguaje;
Cuando sientas el alma colosal del paisaje
Y los ayes lanzados por el árbol herido...



MIGUEL ÁNXO FERNÁN-VELLO

  


Beso nocturno



Conozco de la mujer el beso nocturno, espiral
y térreo.
                Velocísimo labio
musculado
requema en un abismo de
húmeda luz que adentra.
Oleosa dulzura templando
la sangre más profunda, más láctea
color-de-rosa,
maculada y pura,
acrecentada.
                  El beso bien nocturno
tiene perfil de serpiente
en ávida lengua,
fluyente y diluida
de simientes lunares,
esencias agridulces
o saladas e hirvientes en el abismo
conocido, en la morada
hendida que evapora un incendio
en las bocas
deslizadas al centro,
masa líquida
recurvada y ansiosa,
destilación convulsa
de inmodulada muerte en eco cenagoso,
cenizas de agua seca
en furias ondulantes,
entretejidas llamas de un gemido
quebrado, dulces ondulaciones
de un estertor de gloria,
animales tan sumergidos
enrojecen en la entraña del
placer dislocado,
instantánea grandeza
del fin en lento fulgor
de bocas fascinadas.
              El beso
muerde arcilla espumosa y profunda
de suave quemadura
y florece encarnado
fermentando un ardor pensativo y constante
en los labios calcinados.
                                                  Conozco
el beso nocturno de la mujer silenciosa,
conozco los besos oscuros
hasta inflamar las bocas de una pureza extraña,
la delicada muerte de los alientos sin sabia,
sin aurora carnal, lengua de húmedo fuego,
húmeda ceniza pura, húmeda muerte
lenta
hasta la tierra sin mácula,
conozco de la mujer su beso más nocturno
hasta perder los labios consumidos de sueño
sin final ni comienzo.

De: Memorial de brancura, 1985

 


MANUEL JOSÉ OTHON




Invocación



No apartes, adorada Musa mía,
tu divino consuelo y tus favores
del alma que, nutrida en los dolores,
abrasa el sol y el desaliento enfría.

Aparece ante mí como aquel día
primero de mis jóvenes amores
y tu falda blanquísima con flores
modestas u olorosas atavía.

¡Oh, tú, que besas mi abrasada frente
en horas de entusiasmo o de tristeza,
que resuene en tu canto inmensamente

tu amor a Dios, tu culto a la Belleza,
alma del Arte, y tu pasión ardiente
a la madre inmortal Naturaleza!




MANUEL JOSÉ ARCE



  
Epigrama para Fedra



Sin saber que de Lesbos practicabas
los rituales extraños,
un día gris, inadvertidamente,
puse un beso en tus labios.

Hoy sonrío en la calle y me pregunto
-tras aquel desencanto-:
¿no sienten algo al verme tus amigas,
las que indirectamente yo he besado?