domingo, 10 de julio de 2022


 

JO SHAPCOTT

 

 

El umbral

 


Todo el día estuve esperando a las lágrimas, ansiando su salida,

pero no hubo lágrimas. Toqué mis pestañas

y el agua de mis ojos no era agua sino ala y pelaje,

estaba llorando abejas. Abejas en mi rostro,

en mi cabello. Había abejas transitando

por mis oídos, obreras aterrizando en mi lengua

bailando su danza de abejas mientras sus hermanas

se enjambraban alrededor para aprenderla. Penetré

también su lenguaje, aquellos zigzags y ciclos y trayectos,

todo el maldito catálogo de contoneos.

Hay tantos tonos en la geografía del néctar,

en la astronomía del polen. Tienen que creerme,

aunque mi boca lo empolvaba todo de amarillo

con su polen, yo profería abejas, respiraba abejas.

  

Versión de Violeta Orozco

 

ANDREI LANGA

 

  

Poema con lluvia

 

Cuando empiece a envejecer, me pondré una gorra de piel de oveja e intentaré coser el vacío que queda entre las gotas de lluvia.

Está claro que no podré coser con la aguja una gran distancia, por eso empezaré a hacer líneas de cristales en estos vacíos.

Así va a caer el agua por todas las partes desde la luz de las nubes negras: puede que esta corriente nos salve del fuego apocalíptico de los colores.

Por ahora las lluvias van y vienen con sus imperceptibles espacios entre las gotas, donde nuestros cuerpos todavía tratan buscar la manera de evitarlas.

 

La versión al español es del mismo autor Andrei Langa

 

 

MANUEL ASTUR

 

 

Las cajas

 

 

Quería vivir en una caja,
como vosotros, las veía
desde la calle
iluminadas
en la noche
y quería estar ahí,
nunca más solo —eso creía—,
apiñados,
seguro en un nido de tuberías
tacones en el techo
televisiones
lavadoras y bebés que lloran,
en un nido de ruidos cotidianos
y no en mitad del monte, como estaba,
en mitad de la nada
que era la naturaleza,
que desde que ya no era niño
no me servía de nada.

Envidiaba, lo juro,
vuestras cajas apiladas,
el runrún de los motores,
el golpeteo de los coches pasando de madrugada
sobre la tapa floja de una alcantarilla —lo oí
una noche que dormí en casa de un amigo: todavía
me parece el sonido más dulce del mundo—,
el ruido del ascensor y el interruptor de la luz
y unos pasos por el descansillo
y las llaves de los vecinos tan cerca,
protegiéndome.

El ascensor a mi caja,
a mi caja pequeña y feliz,
donde cabría toda mi familia,
mi caja seca, lejos de la tierra,
mi caja sólida
en el aire,
la caja a la que iré
por fin
cuando deje de habitar
esta casa pesada y antigua,
cuando deje de ser yo
y sea
por fin
uno de vosotros.

 

 

MARÍA DE ZAYAS Y SOTOMAYOR

 

 

Su cruel tiranía

 

 

Su cruel tiranía
huir pienso animosa;
no he de ser de sus giros mariposa.
En solo un hombre creo,
cuya verdad estimo por empleo.
Y este no está en la tierra,
porque es un hombre Dios, que el cielo encierra.
Este si que no engaña;
este es hermoso y sabio,
y que jamás hizo a ninguna agravio.

 

JULIO BARRENECHEA

 

  

Nocturno del huerto

 

 

Oh nocturno olivar, oh huerto mío,
donde el alma padece,
y abre su flor de sangre entre las sombras,
mientras la noche crece.

Quien me ha dejado solo, con el alma
desnuda frente al tiempo,
como un recién nacido, abandonado
sobre las blancas gradas del silencio.

Aquí me estoy sintiendo,
aterrado de mí, junto a mi pulso.

Oigo fluir mi vida,
siento mi corazón, oigo mi aliento
y siento la congoja de estar vivo
a merced solo de mi propia muerte.

Todo podría ser en un instante.
La muerte está latiendo en el momento,
la muerte está de pie tras de mis ojos
como una torre negra en el desierto.

La muerte está en mi ser y está en la nada,
y al fondo de la voz es mi lamento.
Y está desnuda mi alma y desolada
cayendo por las hojas de mi huerto.

Y tengo la canción, tengo la vida,
pero voy arrastrado por la muerte.
Mi voz es musgo de mi propia ruina.
Soy un río ahogado en mi corriente.

Soy todo de la sombra, nada es mío.
Soy un péndulo en medio de las horas.
Oh, nocturno olivar, oh huerto mio,
siento brotar mi sangre entre tus hojas.

 

WINÉTT DE ROKHA

 


 

Fotografía en obscuro

 

 

Resuena en las amapolas del cielo
mis historia de piedra dormida,
desde el suceso inmemorial de los crepúsculos.

Prolongo mares de árboles
besando el camino sin término.

Entrego a la vida mi sombra
de calle tranquila;
-balcón en la ciudad de los arabescos inusitados-.

Amo la línea que se escucha,
como el color inicial de la aurora, traduciéndose
en la palabra del hombre
o en la palabra roja del trueno.

Majadería de niño, que lanza su honda al espacio,
camina mi balbuceo discontinuo
creciendo del mar y del sol su mariposa.