miércoles, 21 de septiembre de 2016


CARLOS APREA



  
Supongamos Turkestán

                                                 a Pablo Ohde  



Prefiero imaginar tu parada argentina
sobre la proa de un barco ennegrecido,
ese porte ajeno a todo carnet de afiliación
o pertenencia,
salvo ese infinito océano primordial
donde la vida copula y renace cada día.
Tu sonrisa irónica y transoceánica
surcando el mar la mar
la rosa bisexual,
el humo de los fumaderos,
la sal de los monstruos marinos,
lo viviente como equipaje denso:
latidos desenfrenados en un cuerpo lento,
tu altavoz que no cambia
el alcohol más preciado
ni la madrugada más bella
por el recuerdo de esa bahía de hembra alucinada.
La alondra Spinoza posada sobre tu hombro,
avizorando desde tu altura
la espuma de esos días fáusticos
sobre los acantilados de la Costa Brava,
y murmurándote, como una pasión triste,
la dulce canción final
de los desterrados.
Ahora parece que te fuiste
al carajo, marinero,
supongamos Turkestán,
a seguir arrastrando
tu voz en la poesía –poesía sobre tu voz–
con las maravillas que no morirán.
Escupiendo versos contra toda servidumbre,
sobre la grisura de un mundo
un poco más miserable y solitario.



PATRICIA SEVERIN




I



/Hoy me fui de todos y de todo
de mí
de Dios
tan jodida me fui
resbalando por mi cuerpo
haciendo equilibrio con la sombra de las uñas

Hoy me fui sin cantar -yo nunca supe-
guiñando un ojo a la vergüenza
desnuda sobre la helada me fui/


De: “Poemas con bichos”




MARINA KOHON




                               A Julián y Andrés.



Canto I



I

Llegaron para detener al silencio.
Los pájaros congelaron sus alas.
Hubo ausencia de aire y en mi vientre un tajo.
De la carne se desprendieron dos luces, y un arroyo puro
que manchó los salitrales.
Eran dos las luces. Era la carne una.
Yo pensé en las aguas del Nilo teñidas
y en las siete profecías
también en cuál era el pecado
por el que un hijo puede hacerse río rojo.


II

Los días abandonaron la línea
y se volvieron círculos
los tres quedamos encerrados dentro.
Quisimos hundirnos en la arena
igual que la espuma abandonada por la marea.
Quisimos hundirnos juntos en los nombres
hasta que el abrazo de una luz mayor
nos devolvió el llanto.


III

Permanecimos formando una tríada
estrecha en el respiro,
ellos prendidos de mi pecho
alimentados con mi leche, un marfil de luna
sorprendidos al vernos
en el reflejo del otro.
Alrededor volaban toda clase de criaturas
unas danzas incomprensibles, de rituales.
Nos sosteníamos.


IV

Recuerdo cantar una canción
un amuleto para que la sal no nos tragara.
La canción tenía una única palabra
que yo les susurraba en los oídos.


V

Me aferré a los vaticinios que cayeron
de los oros en la herencia. Los apreté fuerte
y me salvé los ojos.
Todo esto duró hasta que Dios
sentenció la ausencia de pecado
y nos devolvió a la vida.


De: “La ruta del marfil”



SUSANA MACCIÓ




Intemperie

                                 “Ahí estábamos, por irnos y no.”
                                                 Antonio Di Benedetto



Entre los voraces hongos del terror
la luna desierta arrasa nuestros cuerpos.
Juncos que peinan la orilla del río.
Selvas que azotan nuestra piel.

Nada es nuestro. A nadie pertenecemos.

Sobre el harapiento muro del cielo
unas manchas de tinta  desgarran la claridad.

La lluvia llega
lenta
dando gritos y gimiendo.



SANDRA CORNEJO




Todo lo que buscabas
 


Todo lo que buscabas
era una huella en la nieve

no imaginaste que al cruzar la frontera
el percutor gatillaría a tu animal
como a un gato montés
o una liebre

alguien lo había intuido
con una vela encendida
en una habitación cerrada,
al salir
te asombraron esos seres,
no eran tu padre
ni tu madre
ni quien ocupara un lugar
en tu cuerpo

¿Qué querías,
fragor o tersura?
Al puerto de aguas profundas
no irías por las aguas del deshielo
irías al embalse
cuenco turbio, hondo
susurro pidiéndote que caigas

Animal desarmado
buscabas un cuerpo a la intemperie
su huella
en época de caza
 

De: “Sin suelo”




JENARO TALENS




El largo aprendizaje



Una mujer, un hombre, una ciudad.
La ciudad sin objeto. O una escena de amor.

Alguien que se desdobla en estrías de luz,
caminando sin prisa por los soportales.

Una mujer aún joven; sus inciertos poderes
sin otros límites que los que impone
un rostro ajeno donde nadie ve.

El hombre avanza a tientas por el pálido cielo,
dueño de un aire intacto que no puede usar.

Ando cansada por las avenidas,
dice; no es amarillo
este fuego en que quemo mi vacilación.

Él no responde, se reclina, espera.
Ella sonríe. No es silencio: sabe.

Del otro lado del espejo, noche.
Y una mujer, un hombre, una ciudad.


De: "La mirada extranjera"