"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
sábado, 23 de febrero de 2019
CÉSAR DÁVILA ANDRADE
Carta de la ternura
distante
Estoy solo. La niñez vuelve a veces
con sus blancos cuadernos de ternura.
Oigo entonces el ruido del molino
y siento el peso de los días caer desde la torre de la iglesia
con un sonido de aves de ceniza.
Pienso qué harás ahora frente al camino blanco
por el que cierto día pasó mi soledad.
¿En dónde estás? ¿Qué haces?
¿Bajas aún al pueblo los domingos?
¿Y a la feria de rosas de castilla?
Recuerdo: tenían tus pupilas color de té y de arenilla
y bullían en el fondo de tus ojos
esos mínimos puntos luminosos
con que escriben los músicos
las más azules y hondas melodías.
Cómo recuerdo tu cabello, hecho con las panojas del estío
y con la leve arborescencia fina
de la miel del topacio,
y de la crencha ardiente de la espiga.
Tenías creo ya sobre los senos
dorados terroncitos
y algo como el azul de la azucena...
Tenías creo ya sobre las sienes
la sagrada blancura de la nieve
y una hebra distante y tan delgada que moría en el cielo.
¿Tienes aún ese hoyo de nardo en la sonrisa?
¿Y ese nudo de rosas que te rodeaba los tobillos?
¿Por qué tu andar me ha parecido siempre
el temblor de un jilguero entre los mimbres?
¿Recuerdas esos barcos de papel cargados de semillas
que, a veces, pusimos en el río?
Llevaban como en éxtasis nuestras más dulces lilas.
Todas han muerto en soledad y en frío.
¿Y el pan que abrimos juntos con los dientes?
Salió de él como un ángel su perfume.
Aquí hay pan abundante, pero no tiene aroma
y la ternura esconde como un niño las manos.
Qué extraño es todo lo que me rodea!
Volveré algún día.
El maestro de capilla de la aldea
tocará para los dos aquella música
que tiende sobre un río siete puentes de rosas.
Y por ahora basta. Volveré algún día.
Afuera son las nueve de la noche.
Se esconden poco a poco mis palabras...
Estoy solo. La niñez vuelve a veces
con sus blancos cuadernos de ternura.
Oigo entonces el ruido del molino
y siento el peso de los días caer desde la torre de la iglesia
con un sonido de aves de ceniza.
Pienso qué harás ahora frente al camino blanco
por el que cierto día pasó mi soledad.
¿En dónde estás? ¿Qué haces?
¿Bajas aún al pueblo los domingos?
¿Y a la feria de rosas de castilla?
Recuerdo: tenían tus pupilas color de té y de arenilla
y bullían en el fondo de tus ojos
esos mínimos puntos luminosos
con que escriben los músicos
las más azules y hondas melodías.
Cómo recuerdo tu cabello, hecho con las panojas del estío
y con la leve arborescencia fina
de la miel del topacio,
y de la crencha ardiente de la espiga.
Tenías creo ya sobre los senos
dorados terroncitos
y algo como el azul de la azucena...
Tenías creo ya sobre las sienes
la sagrada blancura de la nieve
y una hebra distante y tan delgada que moría en el cielo.
¿Tienes aún ese hoyo de nardo en la sonrisa?
¿Y ese nudo de rosas que te rodeaba los tobillos?
¿Por qué tu andar me ha parecido siempre
el temblor de un jilguero entre los mimbres?
¿Recuerdas esos barcos de papel cargados de semillas
que, a veces, pusimos en el río?
Llevaban como en éxtasis nuestras más dulces lilas.
Todas han muerto en soledad y en frío.
¿Y el pan que abrimos juntos con los dientes?
Salió de él como un ángel su perfume.
Aquí hay pan abundante, pero no tiene aroma
y la ternura esconde como un niño las manos.
Qué extraño es todo lo que me rodea!
Volveré algún día.
El maestro de capilla de la aldea
tocará para los dos aquella música
que tiende sobre un río siete puentes de rosas.
Y por ahora basta. Volveré algún día.
Afuera son las nueve de la noche.
Se esconden poco a poco mis palabras...
ELISEO DIEGO
Calma
Este silencio,
blanco, ilimitado,
este silencio
del mar tranquilo, inmóvil,
que de pronto
rompen los leves caracoles
por un impulso de la brisa,
Se extiende acaso
de la tarde a la noche, se remansa
tal vez por la arenilla
de fuego,
la infinita
playa desierta,
de manera
que no acaba,
quizás,
este silencio,
nunca?
CARLOS ERNESTO GARCÍA
Hamburgo
Las
veintiuna y treinta
de un día que no comprendo.
Una amplia avenida que no ven tus ojos.
IDUNA RCA rastad zeit-arbeit
incrustados en un edificio que aún
no conoce la guerra.
de un día que no comprendo.
Una amplia avenida que no ven tus ojos.
IDUNA RCA rastad zeit-arbeit
incrustados en un edificio que aún
no conoce la guerra.
DANIEL TÉLLEZ
44.
ahí
el
donde
padre
la
sangre celacanto
vierte
veneno
tequila
en las aortas de una isla de ciegos
SARA VANEGAS COVEÑA
dicen
que cuando la luna está azul brotan ciudades enteras del fondo del mar. que sus
habitantes (de ojos fosforescentes y oscuros ropajes) inician entonces una
larga danza que no cesa hasta que algún puerto se arroja a las profundidades
¿quién
no ha visto arder el mar en esas noches?
XAVIER OQUENDO
Colegio de monjas
Te
esperamos
arrimados
al auto
de
nuestras ansiedades.
Con
nuestras hormonas desatadas
nos
fumamos nervios
y vemos
pasar el día
y al
cometa Halley.
Llegas
a nosotros y el auto se enciende con el olor
que
expele tu colegiala profunda.
El
viento te vuelve una copia
de la
Marilyn más sediciosa del planeta
La
cómplice radio nos canta:
Despiértame
cuando
pase el temblor
y
cuando pase el olvido, claro.
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