domingo, 9 de febrero de 2014

JUAN BELLO SÁNCHEZ




Tal vez sea eso la tarde



Tal vez sea eso la tarde, un martillazo
en los ojos. Y la ciudad
una manada de bisontes en estampida.

Tal vez casi un sol sin orificio alguno
que deje pasar la claridad.
Hierro repetido en un vagón de tren.

Tal vez sea eso la tarde, un hombre
alejándose de sus pies. Y
las ventanas una bandada de pájaros,

sin principio ni final.





FÉLIX DE AZÚA




El jugador de dátiles


El pentotal paqué
Oliverio Girondo


Me dan los dados, dicen: ¿tiras o la muerte?
con ellos juegas con su juego vives
donde nace la fórmula te haces
donde se rompe acabas.
Y si te dan los dados te dirán: ¡juega la vida!
porque los dados son la cara del insomnio y la pena
y otros hasta doce retratos. Por eso te dirán:
apenas dejo yo dinero en este par
¡ya!, dobles, para ti la suerte
-Para mí la desgracia, centeno y sidra, esa fue mi desdicha.
Rancio es el olor de la taberna, sé lo que juego
y si lo arriesgo es ocio, no aventura.
-¡Tira los dados! Seis figuras contiene cada uno
la muerte se desliza entre los puntos negros
suma su sino goza la ganancia.
-Tirar pá qué. Los pentotales nada.
-Para eso estamos, dale ya, no jodas.
Tiro, rodean el tablero, giran matan.
-Mal paso.
Siempre fue así, entre cebada y hule de pequeño
ahora de grande con acero y cristal.
Cojo los dados, los peso, arrojo y ¡dame!
azar, peso del tiempo, sacrilegio,
cantan bailan suben bajan regocijo geométrico
galanteo de puntos. Resultado.
Avena y trébol, tristeza misma de bacalao y patata
norma del hombre que nunca fuese al cine.
Esto es así:
comprender que las fórmulas vacilan ante la regla
la matemática se incendia ante el derecho
lo abstracto teme a la barbarie del fascista concreto.



JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ



Hetora



Armonía cosmopolita
Zoilo Escobar

Deliciosa la cena,
señora,
y aún más delicioso
todo lo que la cena ha convocado.
Yo os miraba y pensaba:
Reina Carme Riera
-sobre las copas de excelente vino-
feliz,
dosificando la inteligencia de los invitados.
Más atractiva que la conversación
misma. Dosificando los placeres
de la Cultura. Hasta la noche
se estremece
envidiosa de la belleza de este instante.


MIGUEL HERNÁNDEZ





Vuelo



Sólo quien ama vuela. Pero, ¿quién ama tanto
que sea como el pájaro más leve y fugitivo?
Hundiendo va este odio reinante todo cuanto
quisiera remontarse directamente vivo.

Amar ... Pero, ¿quién ama? Volar ... Pero, ¿quién vuela?
Conquistaré el azul ávido de plumaje,
pero el amor, abajo siempre, se desconsuela
de no encontrar las alas que da cierto coraje.

Un ser ardiente, claro de deseos, alado,
quiso ascender, tener la libertad por nido.
Quiso olvidar que el hombre se aleja encadenado.
Donde faltaban plumas puso valor y olvido.

Iba tan alto a veces, que le resplandecía
sobre la piel el cielo, bajo la piel el ave.
Ser que te confundiste con una alondra un día,
te desplomaste otro como el granizo grave.

Ya sabes que las vidas de los demás son losas
con que tapiarte: cárceles con que tragar la tuya.
Pasa, vida, entre cuerpos, entre rejas hermosas.
A través de las rejas, libre la sangre afluya.

Triste instrumento alegre de vestir; apremiante
tubo de apetecer y respirar el fuego.
Espada devorada por el uso constante.
Cuerpo en cuyo horizonte cerrado me despliego.

No volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas
por estas galerías donde el aire es mi nudo.
Por más que te debatas en ascender, naufragas.
No clamarás. El campo sigue desierto y mudo.

Los brazos no aletean. Son acaso una cola
que el corazón quisiera lanzar al firmamento.
La sangre se entristece de debatirse sola.
Los ojos vuelven tristes de mal conocimiento.

Cada ciudad, dormida, despierta loca, exhala
un silencio de cárcel, de sueño que arde y llueve
como un élitro ronco de no poder ser ala.
El hombre yace. EL cielo se eleva. El aire mueve.



BÁRBARA BUTRAGUEÑO




Obsidiana

Yo sé cosas. Y cuando digo que estamos solos, estamos solos.
Lars Von Trier, Melancolía


Esperáis que os proporcione palabras
de consuelo
frases que sofoquen la penosa
inquietud que, adivináis,
crece en vosotros
como un tálamo
ennegrecido.


Además, está la asfixia
claustrofóbica, el clamor
de los insectos
bullendo en la garganta,
y el corazón cubierto
de obsidianas
relucientes:
la pavorosa ofuscación
de la ansiedad.


Creedme.
Quisiera poseer esas palabras, deciros
que existe el hombre puro y que en él
no ramifica sin remedio,
enredada en sus costillas,
la amargura perpetua
de lo humano.
Acaso así podrías negar
el sofocante desamparo que provoca
esa constante sensación de interinidad
decantada sobre tu cuerpo
partícula
a partícula,
ese no estar del todo en ningún sitio,
y caminar siempre en línea recta
hacia la hoguera,
como un ave empeñado
en atravesar
el cristal.


Tu vida se ha convertido
en el triste hábito de arrebatarte,
despreocupada e implacablemente,
todo lo bueno
que para ti deseas


y de observar,
con pasmo detenido,
lo natural
del movimiento
y tu siniestra
satisfacción.


Qué es, de dónde viene
esta piedra negra
que ocupa el lugar
que tantos otros
llaman amor.



MARTHA ASUNCIÓN ALONSO


  

Los perros


Estoy llena de perros.
Tienen grandes cabezas y cabezas oscuras, todas llenas de dientes,
hambre todas. Estoy llena de perros,
preñada hasta las cejas de perros con cadenas,
pero no me dan miedo. Soy hectáreas y hectáreas de docilidad para la espuma
contagiosa. Y me retumban.
Un océano de perros mariachis de perfil ladrándole
a la luna aquí en mi útero.
Yo les grito: SIT !
Y ellos ladran peor, porque tal vez les va la muerte
en ello. Le ladran a la luna, pero la luna sana está escribiéndose
por el otro hemisferio del dolor. Luego les grito:
¡Lorca!
Pero no. Tampoco. Ladra que te ladra.
Y me miran
con los ojos tapiados por la rabia,
como diciéndome: es la sangre. Como diciéndome:
quiérenos, o te muerdo.