miércoles, 13 de septiembre de 2017


JOSÉ CORONEL URTECHO




La cazadora



Mi señora, tan luego se levanta
va a cazar un venado matutino,
sin miedo a los colmillos del zaíno,
ni al mortal topetazo de la danta.

Entra con ojo alerta y firme planta
en la espesura donde no hay camino,
y de los matorrales, repentino,
salta un venado que su paso espanta.

Ella rápida apresta su escopeta,
veloz le apunta, le dispara y mata
--y después el marido, que es poeta,

cuando regresa la mujer que adora,
en un soneto clásico relata
la bella hazaña de la cazadora.


FRANCISCO BUSTOS



  
Grito otoñal



Caen como destellos estos rayos de luz sin calor, vienen de improvisto y sin nada de abrigo.
El gris se aproxima y absorbe a estos rayos despavoridos.
Caen como truenos los gritos de otoño en la ciudad.
Salen por las gargantas temblorosas; entre vapores y temblores, estos gritos de otoño.
Esos gritos sordos, esos gritos sin escucha.
¡Vienen los vientos!
Vuelan por los aires pétalos de rosas, arrancados de sus manos temblorosas, sus tallos sufren, se doblan ¡resisten! y dan alaridos ante cada grito de otoño que viene doblando en la esquina, atravesando los jardines. Arrancando pétalos, lanzándolos por los aires sin control.
¿Dónde caerán?
Se estrellarán contra el pavimento o caerán en un suave colchón de hojas secas desprendidas por el viento, calmando el dolor de esos pétalos histéricos en suave y vertiginosa caída.
¿Dónde estarán?
Esos pétalos perdidos temblando de frío.
Los gritos de otoño vienen como vientos enfurecidos arrancándolo todo o
¿limpiándolo todo?


MARTA JAZMÍN GARCÍA NIEVES





A veces no me importa la locura
y juego a transfigurarme en el invento
de tus palabras.

A veces no me importa que me entiendan
y pruebo deletrear de ti
mi espectro
tendido en un banco solitario
abandonado de todos sus caminos
como una indigente
de la realidad.



JUAN SEBASTIÁN SÁNCHEZ

  


Vientos de alerta

A Pedro Arturo Estrada



Qué tiempo es éste
donde la sombra alimenta
las ruinas del cuerpo hambriento.

Donde la silueta corre
en el abrazo que se deshace
como vapor sobre las manos.

Qué espacio es éste
donde los rieles conjuran
la memoria de los cuerpos abatidos.

Donde los transhumantes
saben el ritual de cargar en la mirada
la forma de un rostro equivocado.
En tiempos modernos quién sea poeta
encienda el aceite de las palabras apagadas.



PABLO FIDALGO




Porto-Vigo



Durante toda mi juventud en el autobús
vi mi luz encendida y todas las demás apagadas.
Vi mi tiempo entrando en el tiempo de los otros.
¿Cómo decir que te estaba buscando
cada madrugada, vigilando el sueño de los demás?

Creo que en otro tiempo los hombres
se sentaban junto a los caminos de día y de noche
para ver pasar jóvenes como yo hacia la guerra.
Durante toda mi juventud yo me ocupé
de que alguien me viese venir.

Creo que las palabras deben ser lavadas una por una.
Odié a aquellos que me hicieron creer
que habíamos descubierto el mundo juntos
cuando sólo yo lo sufrí.
¿Quien pasa el dolor, como una madre,
posee más? No lo creo.
Y sin embargo este poema habla de eso.

Un hombre deja su vida
y llega hasta mí, toma la palabra,
la huele, la prueba, la saborea.
Yo le digo, qué bello el hombre como tú
que no se cree nada.
Él dice, qué necesario el hombre como tú
que se lo cree todo.

Cómo le cuesta al hombre que no cree en nada
dejar la palabra.
Cómo le cuesta aceptar
que no va a creer en nada nunca más.



VÍCTOR MANUEL PINTO




Uno



Desde arriba del cuerpo comienza el dominio o la salida.
Ninguna mirada desde lo alto nos abarca
sin la observación de nuestra pequeñez.

Ahora siento: Toda la calle
es una imagen que me duerme
en los objetos, en los deseos: Zapatos, carnes, colchones…

Así, hasta la noche, tirado en cruz, mirando al cielo:

– tapado por un techo y más arriba

– tapado por las nubes y más arriba

– tapado por la imagen de una cruz que me rige.

Desde arriba del cuerpo, con paciencia, para entrar y salir.