domingo, 21 de enero de 2018


ANDRÉS TRAPIELLO





La ventana de Keats
                                                             Para Manuel Borrás



Apartado de todo, vuelto a mí
en silencio egoísta, en soledad
de campos y de encinas y callejas
que el otoño volvió más taciturnas;
asilado a esta sombra y sin más patria
que una vieja edición de tus poemas;
sentado en berroqueña piedra gris
y leyendo tus versos, oigo cómo
de pronto un ruiseñor se eleva y canta.
Todo lo dejo entonces, mi lectura,
mis leves pensamientos, mi silencio.
Todo por escucharle. Es él, él mismo.
El dulce ruiseñor que tú supiste
distinguir entre todas las demás
criaturas, por ser no melodioso,
que lo era, sino por ser el tuyo,
el a ti destinado desde siempre,
desde el día en que Dios de mansas fieras
ocupó el Paraíso y dijo: «hágase
también el ruiseñor, para que Keats,
en la umbría Inglaterra, al escucharlo
embelesado, alcance esta verdad:
que el canto es sólo uno, siempre el mismo,
y que la rama cambia y cambia el pájaro,
mas no la melodía. Esta será
de país a país siempre la misma,
de un continente a otro y desde un siglo
a otro siglo, la misma melodía,
igual que en el estanque van las ondas
cuando alguien en él escribió un nombre».
Pues bien. Conmigo está, frente a este Gredos,
el ruiseñor menudo de tus versos,
frente a ese abstracto Gredos, calmo y duro
y hecho de pura abstracta lejanía.
y están también los prados y colinas
por los que tú anduviste. Están comigo
ahora, aquí. Y las viejas mansiones
que el campo inglés conoce, venerables,
cubiertas por la yedra, iluminadas
con quinqués y bujías cuya luz
llenaba las ventanas de dorada
quietud e invitación al sueño,
de modo que de lejos, si pasaba
un viajero, se decía: «¡Quién
pudiera estar allí, junto a esa lámpara,
dentro de aquella casa, allí sentado
en cómodo sillón leyendo un libro
o bebiendo los vinos de Madeira
y escuchando un piano, o ni siquiera,
sólo como esa sombra que es el tiempo!
¡Sólo como la sombra de aquel hombre
que se asoma al balcón para mirarme!
¡Quién pudiera quedarse en esa casa
y no tener, cerrada ya la noche,
que andar por estos fúnebres caminos
y exponerse a morir en soledades
que harían de la muerte algo aún más triste»...
Eso diría el viajero errante,
eso mismo diría al contemplar
la vieja casa solitaria y grande.
Y luego seguiría su camino
sin dejar de mirar de vez en cuando
atrás, hasta perder aquella luz,
aquel temblor de oro entre las ramas
oscuras de los tejos, sin haber
siquiera sospechado que eras tú,
John Keats, la sombra.

Y que le viste
llegar por el camino, y que dijiste:
«Al Sur marcha ese hombre.
¡Quién pudiera con él perderse lejos!
Ahora mismo. Sin equipaje alguno.
¡Cómo envidio su suerte y qué tristeza
languidecer aquí llevando una
vida que ni siquiera de infeliz
puedo calificarla! Mira, parte
de nuevo, se va. Empieza ya la luna
a vadear el río. ¡Cuánto debe
compadecer mis años!»...

                              Y que luego,
para apagar la sed de tu acedía,
tomaste una vez más un papel nuevo
sin dejar de pensar en aquel hombre
que viste peregrino. Quizás ese
fue el día en que escribiste aquel poema
que empieza así: «Feliz es Inglaterra..."
¿Quién podría saberlo? Ahora otra vez
lo leo en este viejo libro tuyo,
y al leer me parece que tu otoño
es este otoño mío y que también
es mío el ruiseñor que ya ha callado,
y me confundo y creo
que aquellos claros ríos entre hayales
son nuestro pedregal, cuna de víboras.
Y así, miro estos bíblicos olivos
y alcornoques ascéticos, la tierra
de la que brotan zarzas sólo, ortigas,
pestilente cenizo o amargas hierbas,
y ebrio de gratitud, no siento ya
ni abrasador el sol ni amargo el aire
ni severos los pardos y los negros,
que son colores nuestros metafísicos,
sino que cierro el libro y miro lejos,
porque tus versos hacen que yo vea
este lugar como lugar del alma,
y vuelto a mí, comienzo a recorrer
de nuevo este paisaje silencioso
y a verlo de otro modo ya sentirlo
y a desear también la dulce muerte,
hermana zarza, hermanos alcornoques,
ortigas, alimañas, sequedades.


De "Acaso una verdad"

LUCILA NOGUEIRA




VI



Tus paredes de oro, Moctezuma
Cortes las derritió y te hizo esclavo
Pero colon volvió encadenado
Pizarro se vio al fin ejecutado

La inocencia de Adán, dijo caminha
No fue mayor que la de los colonizados
Fue en amazonas donde Lope de Aguirre
Soñó estar viviendo en Eldorado.



MAYRA OYUELA




Una carta no dos



Como esos rostros que sólo una vez logramos ver,
llegaste a pastar los surcos de mi cabello,
argumentando con método ortodoxo
amor prófugo nunca cae en deriva sobre la mar.

Raspé la corbata de la incrédula que fui
y me prensé en los labios guillotinas azules
que despedazaron mis ultimas palabras de amor.
Desde entonces el calendario sube en bicicleta
hacia mis parpados
dejando mi mirada envuelta en ruedas de fuego
que lleva todo abril, porque para entonces todo abril era todo.

Mordí los silencios que como jaurías
se precipitaban en mi pecho.
La esperanza viajaba en féretro
abriendo con sus uñas las ranuras de la madrugada
por donde se veía como la soledad sin tu cuerpo
me cubría parte de la frente.

Vos tal vez pensando en aquella profecía de mujer
que recoge caracoles
y que nunca se logra casar.
Y yo que guardaba en los andamios de mi barco
un pedazo de tu playa,
me di cuenta que era demasiado tarde
para escribir cartas que emergieran de tu amor.
Y yo que creía en lo contemporáneo
y en esas formas lúdicas de olvidar;
ahora que lo pienso, qué buenas aquellas madrugadas
con una luz entreabriendo mis piernas,
yo a solas, esperando al hombre que jamás regresó.


VALERIA GUZMÁN PÉREZ





Te expandes lentamente
con el huevo hembra
de las mutaciones.

Y desde la piel
adversa de tu madre
en trizas
ensayas la primera muda.

Luego es mecanismo de supervivencia
reconocer en ti
una mujer ajena
y cambiar la piel
para nacerte
OTRA.




MIJAIL LAMAS




XVIII



Te propongo que hagamos del amor cosa sencilla.
Pensemos que debe adquirir una abierta disposición a obedecer.
Será necesario acariciarle el lomo,
para que aprenda de sus dueños la suavidad del tacto.
Dejémosle tranquilo andar por nuestra casa.
Tengamos fe.
Pero no olvidemos su condición de perro,
siempre muerde la mano que lo alimenta.

Él es quien nos cuida,
quien guarda con esmero nuestra casa.
Prisioneros de nuestra propia bestia,
vivamos temerosos de abandonar su rabia.


De: “Fundación de la casa”


SANDRA URIBE PÉREZ




[Evocación]



El alma sublevada
y la rosa que evoca el vacío de la espina:

es obscena la sangre
ahora que no existe la herida