viernes, 11 de mayo de 2018


CARMEN GONZÁLEZ HUGUET





3.



¿Qué va a saber el sol del día triste?
¿Qué va a saber el agua de sequía?
¿Qué va a saber la luz de lluvia fría
y el viento de la rama que resiste?

¿Qué va a saber la llama que subsiste
de cenizas que apaguen su porfía?
¿Qué va a saber, por fin, de la alegría
esa nostalgia que su ser contriste?

Ven que te explique ese fulgor oscuro,
ese dolor amigo, ese ojo ciego,
ese frío quemándome en el fuego.

En la piel que me siembras de futuro
coróname de espuma, oculta yema,
que es jazmín del que sabe y del que quema.


De "Ausencia"



ALLEN GINSBERG



  
La inteligencia brillante



                   Emigra de la muerte
para hacer un signo de Vida nuevamente en Ti
fiero y bello como un accidente de autos
                   en la Plaza de Armas

Juro que yo he visto esa luz
No dejaré de besar tus mejillas
             cuando cierren tu ataúd
Y los humanos de duelo vuelvan a su viejo
                   y cansado sueño .
Y tú te despiertes en el Ojo del Dictador
                  del Universo

¡Otro estúpido milagro! ¡De vuelta estoy equivocado!
¡Tu indiferencia! ¡Mi entusiasmo!
¡Yo insisto! ¡Tú toses!
Perdido en la Ola de- Oro que flota
                  a través del Cosmos.

¡Ah estoy cansado de insistir!   Adiós
me voy a Pucalpa
             a tener visiones.
                                        ¿Tus sonetos limpios?

Yo quiero tus borradores secretos
             más sucios
                                          tu esperanza,
en su más obscena Magnificencia, ¡oh Dios!


Versión de Marcelo Covian



IRENE SÁNCHEZ CARRÓN





Al final

                      "Los ojos ven, el corazón presiente."
                                                                       Octavio Paz



Que pocas cosas duelen. Digamos, por ejemplo,
que se puede no amar de repente y no duele.

Duele el amor si pasa
hirviendo por las venas.
Duele la soledad,
latigazo de hielo.

El desamor no duele. Es visita esperada.
No duele el desencanto. Es tan sólo algo incómodo.

Somos así, mortales
irremediablemente,
sin duda acostumbrados
a que todo termine.


De "Porque no somos dioses"




JOSÉ MANUEL CABALLERO





Domingo



La veis un día domingo.
Lleva un cuerpo cansado, lleva un traje cansado
(no la podéis mirar),
un traje donde cuelgan trabajos, tristes hilos,
pespuntes de dolor, esperanzas sangrantes
hechas verdad a fuerza de ir remendando sueños,
de ir gastando mañanas, hombres de cada día,
en las estribaciones de un pan dominical.

La veis venir acaso de un azar con ternuras,
de una piedad con fábulas; la veis
venir y no sabéis que está llamándose
lo mismo que la vida,
lo mismo que su traje hecho disfraz de olvido,
hecho carne de engaño y servicial,
cortado a la medida de mensuales lágrimas,
de quebrantos tejidos con la última
hebra de la intemperie, con las briznas
de ese telar de amor donde aprendemos
la hermandad necesaria que es un cuerpo sin nadie.

Sucede que es un día más bien canción que número,
más bien como una lluvia de inclemente mirada,
de humilde mano abierta
que volverá a vestir de desnudez la vida.
Y entonces ya es mentira crecer sobre raíces,
ya es mentira ese tiempo blandamente nocivo
que se nos va quedando alquilado en la piel,
que se nos gasta hasta dejarnos
un mísero rastro de caricia vacía,
llegar a confundirnos en un domingo anónimo,
en un amor sin cuerpo, hilvanando de lástima.

Y entonces, ese día, el domingo,
viene llegando, corre, se nos acerca
(todos la conocemos),
nos mira igual que un charco
de amor recién secado, nos contagia
de todo cuanto es puro en su día siguiente,
porque está consolándose con un jornal caduco,
está desviviéndose
en una pobre sucesión de acopios para amar,
de ir contando los años por tránsitos de trajes,
por memorias zurcidas, por sueños arrancados
del retal de un domingo cegador e ilusorio.


ALBERTO DESTEPHEN





Sacerdocio nocturno



Cruces de dolor en mi pecho,
lucha de pasiones.
Tengo noches de lujuriosos declives
en las que sepulto mis penas.
No he de contener
la soberbia de mi tristeza.
Veo la claridad que se escapa
y mi furia de candado cerrado
abre cráteres solitarios.
Cabalgo en los horizontes de las sombras,
de mi espalda cuelgan las serpientes
de las que aprendo sin miedo.
Estas son noches frías y tenebrosas
y hago de la nostalgia
un sacerdocio nocturno.


MARIA EUGENIA VAZ FERREIRA


  


Las quimeras



Sangre bullente de las bocas rojas,
sangre que brilla
y en recónditos vasos se retrae
cuando fervientes labios se avecinan...

Paladar calcinado,
lengua de fuego
que lleva el peregrino
bajo el sol meridiano del desierto
y cuya sed no aplacan
el límpido raudal de los oasis
y el dulce jugo de los cocoteros...

Collares desatados,
lacias guirnaldas de los brazos quietos,
ceñidores de amor nunca prendidos
para estrechar los cuellos ofrendarios
y los torsos solícitos...

Cuencas de las pupilas
curiosas de figuras,
ebrias de perspectivas deslumbrantes,
conturbadas por blondos espejismos
adonde fácilmente
se borran los mirajes
como en el mar la curva de las olas
y la fugaz estela de las naves...

Placa de oro para el son propicia,
fibras de acústica sonora
por donde ruedan todas las palabras
sin imprimir sus líricas rapsodias...

Campanas mudas de los corazones,
cosas rebeldes,
también como a vosotros
más de una vez las manos me tendieron
más de una vez riéronme los labios
y se deshizo en cálidos aromas
la brasa de sus rojos incensarios.....

También como a vosotros
miráronme gozosas las pupilas,
que rayaron en tórridos incendios
con brillo de fulgentes pedrerías...

Mas seguí torvamente y tristemente
porque también me ungieron en mal hora
con sedes y ambiciones sobrehumanas,
con deseos profundos e imposibles,
y voy como vosotros
también inaccesible e impotente,
cargando con la cruz de la quimera,
ajustada a la sien ardua corona,
sin poder claudicar
y sin tocar la carne de la vida
jamás, jamás, jamás.