lunes, 23 de junio de 2025


 

GLADYS GONZÁLEZ

 


 

Nocturno de bahía

 


los cerros

parecen un parque de diversiones

torcido

interminable

lejano

 

en donde cada ventana

iluminada por el brillo de los televisores

se vuelve cálida

y curiosa

en medio de la calle

 

se dibujan

familias felices

sombras

haciendo lentamente el amor

cenas con vino

conversaciones de sobremesa

y niños jugando a las escondidas

entre la escalera

 

el humo de las chimeneas

crepita en el aire

como pequeñas luciérnagas

que navegan entre las cintas verticales del cinc 

y los altavoces

de los buques solitarios

en la bahía.

 

 

De: “Calamina”

 

ENRIQUE ANDRÉS RUIZ

 

 

  

1

Canción de bienvenida

 

 

Aquel momento, siempre, de llegar
con el anochecer
y enseguida asomarnos al balcón
sin deshacer siquiera el equipaje,
se parecía a un rito.

La calle, entre dos luces,
muy confusa a esas horas, que pasaba
del ruido de los cierres en las tiendas
a las risas y voces que anunciaban
un público distinto.

La oscuridad detrás, que nos decía
la presencia del mar a nuestra espalda
–su jadeo invisible–,
el animal del mar, agazapado.
Y el intacto deseo

de los días enteros por delante,

con gusto refrenados
en la ilusión, lo mismo que un encuentro
–lo mismo que un amor ni un solo instante
todavía rozado por el tiempo.

 

 

De: “Los verdaderos domingos de mi vida”

 

 

ALBERTO INFANTE

 

 

 

Los bufones de Pría

I do not know much about gods

T.S. Elliot

 

Contemplando estos acantilados pienso en The Dry Salvages. Pienso en ellas sin razón alguna porque nunca las vi y ver, lo que se dice ver, yo sólo he visto estos.

Son hermosos, fuertes como el mar que choca, y se alza, y entre las rocas excava su privado dominio. Pero pienso en Les Dry Salvages y me digo: “Alguna vez iré”. No sé por qué, pero lo digo.

Quizá sea el ritmo del viento, el olor a vacas y a heno, el sonido del verso que una vez usé. Todo eso estaba allí, y estaba antes, lo mismo que yo estoy ahora aquí y es mi primera vez. Solo que ahora me esfuerzo por ver las cosas como son: las altas rocas calizas, el lodazal del camino, tu bello rostro, la excitación del momento.

No es fácil ver las cosas como son. Las cosas cambian, nosotros cambiamos. Hasta los acantilados cambian; a otro ritmo, pero cambian.

Todo esto fue así desde el comienzo.

No sé mucho sobre dioses o ríos. Tampoco sobre acantilados. Pero esto sí lo sé: iré. Porque he estado yendo y viniendo. Como los acantilados. Como el mar. Como las nubes. Como las vacas.

Desde un principio. Yendo y viniendo.

Alguien debería saberlo. Yo, francamente, no.

 

 

De: “Carta de ajuste”

 

 

ROSA BERBEL

 

 

 

Quemar el bosque

 

 

Nos observo en la calle un día nublado,
como niños muy viejos jugando sin permiso
junto a máquinas sucias de conservas.

Estamos en el centro de la imagen,
nuestros rostros pequeños en el centro de todo,
con una luz encima.

Todo está muerto aquí, y sin embargo,
la basura expandía los límites del mundo,
como una geografía improvisada.

Inventamos un juego,
que consistía primero en pedir algo,
en estricto silencio.
Un deseo, tal vez,
una idea primera de la suerte.

¿No era esto madurar: elegir cosas
y esconder la elección a los demás?

Girábamos después sobre nosotros,
distraídos y torpes,
con todas nuestras ganas, una vuelta
tras otra,
el máximo posible de minutos.
Ganaba el que aguantara
por más tiempo,
esquivando el mareo o el cansancio.

Tú y yo siempre perdíamos.
Hemos vuelto a perder en esta escena.

Pero el hallazgo era nuestra suerte:
descubrir que los trazos del cuerpo y sus excusas
condicionan el resto del paisaje.

 

 

 

ROCÍO ROJAS-MARCOS

 

 

 

Desmembrada




Dedico días
a intentar expulsar sobriamente
las ideas que me ahogan.
Acumulo palabras enmarañadas,
las vuelco sobre páginas blancas
hasta trazar una línea entre ellas,
hasta unirlas
sólidamente,
hasta
convertirlas
en
un
balón,
hasta
pegarles
una
patada,
pisotearlas
escupirles
y transformarlas
en parte de mí.

 

RUDHRAMOORTHY CHERAN

 

 

 

1. Un día de lluvia

 


¿Recuerdas
aquel día de lluvia?

El atardecer
empezó con un tono dorado,
y terminó con un aguacero.

Montabas tu bicicleta a mi lado,
a cierta distancia,
pero nuestras sombras, por alguna razón,
bailaban entre nosotros, entrelazadas,
mientras oscurecía el cielo
y moría el polvo
bajo una lluvia infinita.

Nos protegimos del agua
en una cabaña cercana, y nos secamos la cara;
nos goteaban las manos.

¿Recuerdas
aquel día de lluvia?

Completamente empapados, la tinta corrida,
nuestros apuntes de clase
quedarían sin revisar.

Azotando las ramas de las palmeras,
arrasando las hojas de las majagüillas,
aquel día el viento pareció aliarse con el propio mar.
¡Y cómo llovía!

Tú estabas junto a mí,
y la humedad saturaba la cabaña.
A través de la densa, llorosa oscuridad de la lluvia
en una sencilla línea, la luz
recorre el cielo, y se esfuma.

Un relámpago, exclamas,
pero ya no está cuando vuelvo a mirar.
Mientras acechamos el siguiente,
restalla un trueno.

Desde tu rostro surcado por el agua
un mechón de cabellos húmedos
resbala hasta el cuello;
una oveja perdida.

La lluvia se torna una lenta llovizna;
regresamos a nuestro camino
retomando la calle.

Diablos humanos nos acechan
sus miradas se dirían flechas
lanzas que nos atraviesan.
Pero la calle se quiebra y se esfuma
cuando estamos juntos.

Y otra vez la llovizna;
tú y yo juntos, resguardados
tras la oscuridad de las nubes.

¿Recuerdas
aquel día de lluvia?

 

 

De: “Siembra solo palabras”