viernes, 20 de septiembre de 2013

OCTAVIO PAZ



Decir, hacer
                                          A Roman Jakobson


Entre lo que veo y digo,
Entre lo que digo y callo,
Entre lo que callo y sueño,
Entre lo que sueño y olvido
La poesía.
Se desliza entre el sí y el no:
dice
lo que callo,
calla
lo que digo,
sueña
lo que olvido.
No es un decir:
es un hacer.
Es un hacer
que es un decir.
La poesía
se dice y se oye:
es real.
Y apenas digo
es real,
se disipa.
¿Así es más real?
Idea palpable,
palabra
impalpable:
la poesía
va y viene
entre lo que es
y lo que no es.
Teje reflejos
y los desteje.
La poesía
siembra ojos en las páginas
siembra palabras en los ojos.
Los ojos hablan
las palabras miran,
las miradas piensan.
Oír
los pensamientos,
ver
lo que decimos
tocar
el cuerpo
de la idea.
Los ojos
se cierran
Las palabras se abren.


MANUEL ACUÑA




A una flor


Cuando tu broche apenas se entreabría
para aspirar la dicha y el contento
¿te doblas ya y cansada y sin aliento,
te entregas al dolor y a la agonía?

¿No ves, acaso, que esa sombra impía
que ennegrece el azul del firmamento
nube es tan sólo que al soplar el viento,
te dejará de nuevo ver el día?...

¡Resucita y levántate!... Aún no llega
la hora de que en el fondo de tu broche
des cabida al pesar que te doblega.

Injusto para el sol es tu reproche,
que esa sombra que pasa y que te ciega,
es una sombra, pero aún no es la noche.




RUBÉN BONIFAZ NUÑO




¿Y hemos de llorar porque algún día…



¿Y hemos de llorar porque algún día
sufriremos? Sobre los amantes
da vueltas el sol, y con sus brazos.
Amigos míos de un instante
que ya pasó, regocijémonos
entre risas y guirnaldas muertas.

Aquí las águilas, los tigres,
el corazón prestado; en préstamo
dados el gozo y la amargura;
la muerte, acaso para siempre,
por hacerte vivir; por alegrarte
tengo, entre huesos, triste el alma.

¿Y habremos de sufrir, entonces,
sólo porque un día lloraremos?
Giran los amantes libertados
con la noche en torno. Entre guirnaldas
de un instante, amigos, mientras dura
lo que tuvimos, alegrémonos.

De “El ala del tigre”


SILVIA CARBONELL




Hay noches que te contienen en el aire



Hay noches que siento las paredes tan frías que me aparto de sus cuadros;
abro las ventanas y solo dejo que me abrace el viento.
Noches en que la casa es un museo mudo,
de todas las cosas que aún te guardan entre sus huecos.

Hay noches que mueren por hablarte,
pero aún con muchas palabras juntas,
se quedan guardando silencio.

Hay muros que lamentan tu paso por sus bordes.
Puertas que cierran los ojos para no verte entre sus cristales,
y ventanas que lloran juntas,
porque no pudieron abrazarte cuando te marchaste.

Hay calles vacías que no te nombran pero aún mantienen fresco tus pasos;
y un cancel que no olvida el primer día que llegaste.
Te esperaban mis paredes desde hacía largo tiempo,
te esperaban mis manos y mis labios con un largo abrazo.

Hoy, encerrada entre todos sus ojos muero lento y me despierto,
para cerrar los ojos nuevamente,
esperando que todo lo triste solo sea el recuerdo,
de un mal sueño del que debo despertarme.

Hay noches que te contienen en el aire,
mientras yo te respiro mientras duermo.

Noches con tu nombre que me invaden,
me hacen polvo las estrellas,
me hacen sordos los sonidos
y hacen llover mis ojos.


Solo queda esperar que las mil horas lleguen y me abracen,
que la sombra de tus ojos ya se marchen
y que mi duelo a tu recuerdo ya se acabe.

ELVA MACIAS




Pregunta a Herodías y Salomé


En el afán de conservar reliquias
el cuerpo destrozado de Juan el Bautista
se dispersó desde el Oriente medio.

En Armenia se venera un dedo
de su cuenco bautismal.
Se dice que en Milán reposa un fémur
y en la antigua catedral de Damasco
–ahora una mezquita–
está enterrada la cabeza
más evocada de la historia.

¿Dónde el pubis que sostuvo
su sexo codiciado hasta el delirio?

De “Caravanas en riesgo”



MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA




Pax animae


¡Ni una palabra de dolor blasfemo!
Sé altivo, sé gallardo en la caída,
y ve, poeta, con desdén supremo
todas las injusticias de la vida.

No busques la constancia en los amores,
no pidas nada eterno a los mortales,
y haz, artista, con todos tus dolores,
excelsos monumentos sepulcrales.

En mármol blanco tus estatuas labra,
castas en la actitud aunque desnudas,
y que duerma en sus labios la palabra
y se muestren muy tristes... ¡pero mudas! 

¡El nombre!... Débil vibración sonora
que dura apenas un instante. ¡El nombre!...
¡Ídolo torpe que el iluso adora,
última y triste vanidad del hombre! 

¿A qué pedir justicia ni clemencia
-si las niegan los propios compañeros
a la glacial y muda indiferencia
de los desconocidos venideros?

¿A qué pedir la compasión tardía
de los extraños que la sombra esconde?
Duermen los ecos en la selva umbría
y nadie, nadie a nuestra voz responde.

En esta vida el único consuelo
es acordarse de las horas bellas
y alzar los ojos para ver el cielo...
cuando el cielo está azul o tiene estrellas.

Huir del mar y en el dormido lago
disfrutar de las ondas el reposo.
Dormir... soñar... El sueño, nuestro mago,
es un sublime y santo mentiroso.

¡Ay! es verdad que en el honrado pecho
pide venganza la reciente herida,
pero... perdona el mal que te hayan hecho
¡todos están enfermos de la vida! 

Los mismos que de flores se coronan,
para el dolor, para la muerte nacen...
Si los que tú más amas te traicionan
¡perdónalos, no saben lo que hacen! 

Acaso esos instintos heredaron
y son los inconscientes vengadores
de razas o de estirpes que pasaron
acumulando todos los rencores. 

¿Eres acaso el juez? ¿El impecable?
¿Tú la justicia y la piedad reúnes?
¿Quién no es fugitivo responsable
de alguno o muchos crímenes impunes? 

¿Quién no ha mentido amor y ha profanado
de un alma virgen el sagrario augusto?
¿Quién está cierto de no haber matado?
¿Quién puede ser el justiciero, el justo? 

¡Lástimas y perdón para los vivos!
Y así, de amor y mansedumbre llenos,
seremos cariñosos, compasivos
y alguna vez, acaso, acaso buenos!

¿Padeces? Busca a la gentil amante,
a la impasible e inmortal belleza,
y ve apoyado, como Lear errante,
en tu joven Cordelia: la tristeza.

Mira: se aleja perezoso el día.
¡Qué bueno es descansar! El bosque oscuro
nos arrulla con lánguida armonía...
El agua es virgen. El ambiente es puro.

La luz cansada, sus pupilas cierra;
se escuchan melancólicos rumores,
y la noche, al bajar, dice a la tierra:
«¡Vamos, ya está...  ya duérmete, no llores!»

Recordar... Perdonar... Haber amado...
Ser dichoso un instante, haber creído...
Y luego... reclinarse fatigado
en el hombro de nieve del olvido.

Sentir eternamente la ternura
que en nuestros pechos jóvenes palpita,
y recibir, si llega, la ventura,
como a hermosa que viene de visita. 

Siempre escondido lo que más amamos,
siempre en los labios el perdón risueño;
hasta que al fin ¡oh tierra! a ti vayamos
con la invencible lasitud del sueño.

Esa ha de ser la vida del que piensa
en lo fugaz de todo lo que mira,
y se detiene, sabio, ante la inmensa
extensión de tus mares ¡oh mentira!

Corta las flores, mientras haya flores;
perdona las espinas a las rosas...
¡También se van y vuelan los dolores
como turbas de negras mariposas!

Ama y perdona. Con valor resiste
lo injusto, lo villano, lo cobarde...
Hermosamente pensativa y triste
está al caer la silenciosa tarde.

Cuando el dolor mi espíritu sombrea
busco en las cimas claridad y calma,
y una infinita compasión albea
en las heladas cumbres de mi alma.