martes, 9 de mayo de 2017


RAMÓN LÓPEZ VELARDE




Por este sobrio estilo...



Esta manera de esparcir su aroma
de azahar silencioso en mi tiniebla;
esta manera de envolver en luto
su marfil y su nácar; esta única
manera con que porta la golilla
de encaje; esta manera de tornar
su mutismo en venero de palabras
y su boca en ahorro...
Esta manera,
que es reservada y que es acogedora,
con que viene a encontrar mis panegíricos;
esta manera de decir mi nombre
con mofa y mimo, en homenaje y burla,
como que sabe que mi interno drama
es, a la vez, sentimental y cómico;
esta manera con que en la honda noche,
de sobremesa en vagos parlamentos,
se abate su sonrisa desmayada
sobre el mantel; esta feliz manera
con que niega su brazo y con que otorga
la emoción, cuando vamos de paseo
por la alameda colonial y adusta...
Por este suspirante y sobrio estilo
de amor, te reverencio, estrella fiel
que gustas de enlutarte; generoso
y escondido azahar; caritativa
madurez que presides mis treinta años
con la abnegada castidad de un búcaro
cuyas rosas adultas embalsaman
la cabecera de un convaleciente;
enfermera medrosa; cohibida
escanciadora; amiga que te turbas
con turbación de niña al repasar
nuestra común lectura; asustadizo
comensal de mi fiesta; aliada tímida;
torcaz humilde que zureas al alba,
en un tono menor, para ti sola.
¡Bien hayas, creatura pequeñita
y suprema; adueñada de la cumbre
del corazón; artista a un mismo tiempo
mínima y prócer, que en las manos llevas
mi vida como objeto de tu arte!
Estrella y azahar: que te marchites
mecida en una paz celibataria
y que agonices como un lucero
que se extinguiese en el verdor de un prado
o como flor que se transfigurase
en el ocaso azul, como en un lecho.


EFREN REBOLLEDO




El vampiro



Ruedan tus rizos lóbregos y gruesos
Por tus candidas formas como un río,
Y esparzo en su raudal crespo y sombrío
Las rosas encendidas de mis besos.
En tanto que descojo los espesos
Anillos, siento el roce leve y frío
De tu mano, y un largo calosfrío
Me recorre y penetra hasta los huesos.
Tus pupilas caóticas y hurañas
Destellan cuando escuchan el suspiro
Que sale desgarrando mis entrañas,
Y mientras yo agonizo, tú, sedienta,
Finges un negro y pertinaz vampiro
Que de mi ardiente sangre se sustenta.



GUILLERMO FERNÁNDEZ




A un muchacho desconocido



De abril el paso
y la cadencia
vas dejando tu sombra
como alfombra de primavera

Y apresuro mi paso

Caminando a tu vera
un invisible brazo apoyo
en tu hombro tan lejano

"Pero qué viejo el paje"
dirán los que me vean
caminando a tu lado

Anónimo dichoso
camino junto a ti
emparejando edades
reinos y pasos.


 De: “Bajo llave”


JOSÉ CARLOS BECERRA




El halcón maltés

A Carlos Monsiváis




Ahora, cuando tus sistemas de flotación se han reducido a
tus retratos,
a las vías por donde vas desapareciendo de ti mismo,
borrándote de aquello que querías;
a tu resurrección le crece el mismo musgo que a tu cuerpo
invisible atrapado por la visibilidad de tu retrato,
y todo aquello
que pensaste que amabas o simplemente odiaste de paso,
resplandece de nuevo fuera de ti en la piedra angular de
otro escalofrío,
mientras alguien que cruza la puerta de salida de tus
retratos, siente cómo la noche rebosa tu muerte en uno
de esos bares situados
en el subsuelo de cualquier viejo edificio de la Tercera
Avenida
al mismo tiempo que en otro lugar vuelven a encenderse
los reflectores que te iluminaban
o acoplaban la sombra de alguno de tus gestos, de tus
meditados descensos al infierno,
donde el olor de la pólvora recubría a la figura que emerge
del espejo
frente al cual disparabas tu pistola.

Reconstruyendo, pues, lo que te iba rodeando,
lo que ibas rodeando con la misma sobriedad de que se vale
un alcohólico
para rastrear la soga de su miedo,
valiéndote del polvo que en tu mirada iban depositando los
puñetazos
y la confusa humedad del amor;
el vaso de whisky en el centro de lo que callabas,
el viaje de la noche que alguno de aquellos reflectores
reproducía en tu rostro,
el frío cañón de una 38 automática apoyado en la boca del
estómago mientras la boca de la nada parecía
mordisquear el cañón,
y esa mujer de larguísimas piernas y rostro anguloso y voz
recién salida del amor o simplemente del humo de un
cigarro,
contemplándote desde la penumbra del bar,
mientras era en su cuerpo donde el infinito desmadejaba el
laberinto
que sustituye a veces al disparo de una pistola.

Ah sí, lo que tú codiciaste;
aquello que dejabas que tu rostro inventara,
aquello que no pasaron por alto tus puños y tu pistola, tu
mueca y tu sonrisa interminablemente mezcladas,
obsesionadas la una de la otra como dos locos puestos a tu
servicio.
Sí, nada quedó de aquello
y tampoco de aquel despacho desde cuya ventana
podían mirarse, entre los rascacielos, los muelles de San
Francisco.

Eran tus caprichos de luchador derrotado, era tu burlona
mirada,
eran los espacios ocultos donde no cesabas de cicatrizar,
en cualquiera de aquellas escenas donde estabas a punto
de cerrar la puerta a tus espaldas anulándolo todo;
con el rostro magullado por los golpes y por las patadas,
buscando tú también aquel Halcón Maltés en el que nunca
creíste,
porque tal vez era de mala suerte para encontrarlo creer
en él,
o porque quizás la esperanza te hubiera conducido más
rápidamente a esa derrota
que, pese a todo, nunca esperaste.

Sí, todas aquellas,
enfundadas en sus medias de seda,
enfundadas en su ronda de carne cuya espuma es necesario
detener,
en sus vacíos de botella encontrada en el mar sin el
imaginado mensaje,
todas aquellas se perdieron en otras que ya no te
contemplan ni te esperan,
imágenes donde la penumbra de la sala de cine construye
su nublada y salitrosa reunión,
allí donde el dolor corrompe al asombro.

Ah, qué viejo, pero qué viejo se ha vuelto ese ring
donde tanto luchaste,
qué cansado se ha vuelto aquel heroísmo,
cuántos pasteles se elaboran con ello, y ya nadie
se los estrella a nadie en la cara como tú sabías
sutilmente hacerlo.
Pero observemos con atención ese ring vacío,
evitando la luz universal de los reflectores, observemos
esa blanca superficie vacía. Observemos,
simplemente los dados echados sobre esa superficie o mesa
de juego,
simplemente los dados echados,
y los jugadores que acaso queden, ocultos
en la sombra, mirando los dados.
Y en esa inmovilidad, que es además la única explicación
del movimiento, el único molde del movimiento;
podremos sentirte a ti desapareciendo,
abandonado por tus sistemas de flotación y transcurso;
desapareciendo sin cesar por todos los límites y las
colocaciones de esa mesa o superficie que va a
iluminarse,
a una distancia infinita de esa mesa
donde el movimiento vuelve a comenzar sin que el molde
desaparezca por ello.
A una distancia infinita del ruido donde esos dados repiten
la jugada,
asociando otra vez los hundimientos del sueño
con la suma donde los dados crían
ese vacío adherido a lo que va apareciendo.

Atrapado por el agujero en que te has convertido,
sin poderte salir vas pasando a través del ruido de esos
dados que siguen rodando por la mesa cuando tú ya te
has levantado,
cuando sólo derivas hacia el lugar donde el vacío se hace
visible;
a una distancia infinita de esa mujer que canta un viejo fox,
Night and day, por ejemplo,
junto al piano de un bar
—si es que dicha escena puede repetirse—
a una distancia infinita de esa canción y de esa voz
elaborada "con lo mismo que se fabrican
los castillos en el aire…"


De: “La venta”


VICENTE HUIDOBRO




Ahora que mis ojos vuelan



Ahora que mis ojos vuelan entre planetas ajenos
Como una botella en alta mar
O en un cielo de todos colores
Sin una sola casa donde entrar en la tarde
Ahora que mis manos escaparon del fuego
En una barca tan rápida como el ocaso
Y casi más que la muerte huyendo del caballo
que quiere morderle
Ahora hace frío por el odio que nos tienen las montañas
Hace frío porque se han dicho palabras tristes
Se ha dicho barca ocaso y ojos
Que son una misma cosa

Yo amo el viento que viene de los astros
Envolviendo los rayos cósmicos tan buscados por los
hombres
Mientras ellos sólo se interesan por ciertas hierbas
De sabor delicado y olor penetrante
Tan penetrante como ellos mismos
Yo amo los ojos de grandes alas
Y amo el ocaso tan rápido como una barca
Y las manos y la montaña que se deja acariciar
Y una roca llena de amor que desafía al mar
Y un mar que desafía todas las estrellas
Amo el árbol viejo que tiene muchos niños
Un paisaje inmortal mirando nacer sus flores
Un río de cabellos blancos que aún salta entre las
piedras
Unos ojos y unas manos salvadas del incendio
Un corazón que late
Como un sapo casi aplastado por una carreta
Y una selva de todos colores
Sin ningún sentido del bien y del mal
Una selva encima de la selva
Para la ternura de los pájaros perdidos
Allá tan lejos de su país natal


JOSÉ ÁNGEL VALENTE




Sólo el amor



Cuando el amor es gesto del amor y queda
vacío un signo sólo.
Cuando está el leño en el hogar,
mas no la llama viva.
Cuando es el rito más que el hombre.
Cuando acaso empezamos
a repetir palabras que no pueden
conjurar lo perdido.
Cuando tú y yo estamos frente a frente
y una extensión desierta nos separa.
Cuando la noche cae.
Cuando nos damos
desesperadamente a la esperanza
de que sólo el amor
abra tus labios a la luz del día.