"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
viernes, 8 de julio de 2022
GILLIAN ALLNUTT
Notas
sobre la vida dentro la bombilla
Cien
watts me cegaron.
Yo
me refugiaba cerca de la caliente concha blanca.
Lejos
del filamento no hacía tanto calor.
Después
de que estalló comencé a ser capaz.
Miré
el fin del viejo mundo.
Estaba
frío mientras me arrastraba alrededor.
Recorrí
kilómetros dentro de la curvatura del hueso.
Inspeccioné
su presente sin blanco.
Noté
el suave café de las quemaduras abatidas a mis pies.
Dejé
huellas sobre el ausente blanco.
Estaba
interesada en mis huellas.
Al
fin estuve cerca del filamento roto.
Después
vi lo que era, con ojos bizcos, una swastika.
Versión
de Luis David Palacios
GEORGE HERBERT
Vértigo
¡Oh,
qué cosa es el hombre! ¡Qué distante del poder, del descanso y la paz
establecida! Es por lo menos veinte hombres diferentes en una hora.
Es
uno cuando cuenta al cielo entre sus tesoros; pero luego un pensamiento se
insinúa, y lo llama cobarde, porque pierde el placer por temor al pecado.
Hoy
luchará, irá a las guerras; luego comerá su pan en paz, y reposará
tranquilamente. Hoy despreciará las ganancias; luego ahorrará todo el día.
O
construirá una casa, que pronto ha de caer, como si soplara un torbellino y
derrumbara el edificio; y en parte es verdad, porque así es su mente.
¡Oh,
qué aspecto tendría el hombre, si sus vestiduras cambiaran con sus decisiones;
si como la piel de un delfín sus ropas concordaran con sus deseos!
Seguramente,
si cada uno viera el corazón ajeno, ya no habría comercio, ni ventas ni
contratos; todos se dispersarían, y vivirían separados.
Señor,
arréglanos, o mejor, constrúyenos; una creación no nos ha bastado. Si no nos
creas diariamente, olvidaremos nuestra propia salvación.
AMY BLAKEMORE
La
Virgen de Guadalupe
Desde
el patio al parque,
arrancó
indiscriminadamente,
su
profundo cabello como una
bandera;
goteando de católica,
violetas
y dorados rosarios
en
cada temblorosa coyuntura de su cuerpo;
listón
de terciopelo y retazos de lúrex,
azules
Marías y Teresas.
A
través de la ciudad abrió una senda,
su
boca se volvió una trampa de fuego;
olía
a los hombres
de
motocicletas y ephemeras vintage.
La
llamaron Virgen de Guadalupe
por
todas sus rosas clavadas, su lloroso mesías;
sin
embargo, el nombre resultó irónico.
Oíste
que fue madre
ruidosamente
detrás
de
la parada del autobús al anochecer.
Su
cabello ardería en el verano
y
los santuarios que mantuvo detrás de sus oídos se derretirían,
lloraría
a través de la ciudad usando sólo calcetines
y no
mucho más.
No
pasará mucho, mira,
antes
de que no vuelva llorar–
se
convierte en leyenda
para
las celebridades de alcantarilla
y
quizá
limpia
habitaciones de un hotel cualquiera.
Versión
de Luis David Palacios
TINO BARRIUSO
Renuncio
a morir
(cuarto menguante)
Alguna
vez se había preguntado
qué arrebato, qué bárbara osadía
condujera
aquella mano joven
a tanta desmesura,
a renuncia tan ciega, tan fuera de su sitio,
tan desalmadamente llena
de varón:
el no podría
renunciar a morir
después de haber amado tanto.
Ahora,
bajo la luz severa del verano,
en la ciénaga de oro
os anuncio mi muerte
—tardará, porque debo
hacer algunas cosas prescindibles
que prometí hace tiempo—.
Y os
juro por sus ojos
que sigue siendo de oro
la hoja de aquel árbol.
De:
“Que asedia el mar”
EUGENIO GERARDO LOBO
Define
un amante su amor y declara su cuidado
Arder
en viva llama, helarme luego,
mezclar fúnebre queja y dulce canto,
equivocar la risa con el llanto,
no saber distinguir nieve ni fuego.
Confianza
y temor, ansia y sosiego,
aliento del espíritu y quebranto,
efecto natural, fuerza de encanto,
ver que estoy viendo y contemplarme ciego;
la
razón libre, preso el albedrío,
querer y no querer a cualquier hora,
poquísimo valor y mucho brío;
contrariedad
que el alma sabe e ignora,
es, Marsia soberana, el amor mío.
¿Preguntáis quién lo causa? Vos, Señora.
ANTONIO HERNÁNDEZ
Adiós
en Arcos
Si
no lo expliqué bien, vuelvo a decirlo.
Cuando me muera quiero que me quemen
y arrojen mis cenizas por la Peña de Arcos.
De esa manera iré a parar al río
donde bañé mi infancia y juventud
purificándolas de mis muchos errores.
Algún vencejo o algún alcaraván
me acogerá en sus alas. Incluso algún jilguero
o un dulce chamariz al picar en las frutas
del Llano de las Huertas
añadirá a su canto algún secreto mío,
su inédita sustancia. Y será el canto suave
al que apenas la vida me dio opción.
Nada de preces, nada de misereres.
Quiero que se haga todo con discreta ternura.
Y si alguien no quiere reprimir un sollozo
que piense cómo todo, hasta la primavera,
contiene su naufragio, y que tendré la suerte
del aire que se integra en la belleza de Arcos
con naturalidad, anónimo. Y eterno.
