sábado, 30 de agosto de 2025


 

MARTIN PAGE

 

 

5. Mi medio de transporte favorito es el cansancio

  

Versión de María Ángeles Aguilar

 

 

ÁNGEL GUINDA

 

  

Contraste

 

 

La vida es caprichosa
y su oficio también.
En plena juventud
escribí gravemente,
como un discreto anciano
que sólo piensa en vivir.
Ahora que envejezco
escribo como un joven
que se arriesga a morir.
Aquellos textos
pronto los rompí.
Los tardíos actuales
me romperán a mí.

  

De: “Vida ávida: Poesía reunida, 1970-2022”.

 

 

ALEJANDRO CÉSPEDES

 


 

La paradoja del místico 

La primera paradoja del místico es situarse en el lenguaje, señalarnos desde el lenguaje y con el lenguaje una experiencia que el lenguaje no puede alojar. […] El místico se sitúa paradójicamente entre el silencio y la locuacidad. 

JOSÉ ÁNGEL VALENTE



La primera paradoja… ¿Pero cuál es el silencio
que acabará redimiéndonos de tanta palabrería?
¿Cómo acallar ese eco que —insufrible— resuena en el poeta?
¿Cómo enmudecer los siempre que se ocultan en los nunca
y producen la artrosis del lenguaje? Silencio y locuacidad…,
la paradoja que nos remite a Valente. El místico que nos habla usa un idioma infectado por los virus del poema.
La palabra es el cemento de una rígida escultura
que solo habla de sí misma. Dentro del propio silencio
«se incuba nuestro relámpago» mientras los ecos del siempre resuenan sobre ese valle al que van a morir todos los nunca.
¿Cómo aprender esa lengua con la que nos hacen señas
todas esas cosas mudas?

  

De: “El lenguaje de las cosas mudas”

 

 

NICOLE BREZIN

 

 

Acrópolis

 

 

Es una cuesta empinada. Delante de nosotros,
un hombre intenta despertar
el entusiasmo de su hijo:
Ya verás cuando lleguemos a la Acrópolis.
Todo se ve desde allí arriba, todo.

¿Se ve casa desde arriba?, pregunta el niño,
y yo recuerdo cuando a tres voces
le pedíamos a papá
que nos marcara la dirección a casa
en esa época en la que un padre
funciona un poco como una brújula:
sus ojos recorrían el paisaje como la aguja
que oscila levemente hasta identificar el norte,
luego fijaba la mirada en un punto del horizonte
y señalaba con el dedo a la distancia.
Por muy lejos que estuviéramos,
papá siempre sabía dónde estaba casa.
La infancia era desconocer los mapas,
no tener que recordar esquinas,
árboles, carteles,
alejarse sin miedo a no poder volver.

Cuando llegamos a la Acrópolis,
el hombre deja atrás su promesa
y le enseña el Partenón al hijo.
Yo pienso en mi padre y miro
desorientada alrededor.
Las rendijas de luz entre las rocas me recuerdan
lo que una vez estuvo suelto,
lo que una vez fue escombro y hoy
reclama devoción en su lugar:

allí, donde otros ven esplendor,
yo solo veo fragmentos,
como no veo
en un rompecabezas un cuadro
sino solo
piezas reunidas,
grietas.

Mientras camino,
giran los barquitos de papel
que llevo por pendientes. Ayer,
cuando los compramos, te dije:
un barquito mira al norte,
el otro al sur. Era mentira.

También mi dolor
está hecho de fragmentos.

Me gustaría preguntarte
dónde queda casa,
pero vas pensativo,
recolectando imágenes: veo
los poemas flotando a tu alrededor
como abejas inquietas a punto de pincharte.
Por los huecos de tus sandalias, tus pies
se ensucian del mismo polvo que cae
sobre la antigüedad.

Si repitieras el gesto de mi padre
me señalarías un lugar distinto.

Nunca te dije por qué
me gustan tanto los barcos de papel:
su simetría
impide saber a dónde se dirigen.
Me recuerdan al reloj que hice de niña
con agujas del mismo largo:
solo se podía leer la hora
cuando las dos apuntaban
al mismo sitio.

Vuela una mariposa blanca.

Me gustaría preguntarte
dónde queda casa.

  

De: “La ley primera”. 

 

ANNA GUAL

 

  

La semilla I

 


Entre la luz y la piedra
el microorganismo
que se te parece.

Toma una lupa y acércate:
es tuya su mirada.
Carne de tu carne.

Nadie podrá negar
que no sea tu tatarabuela,
la de los cultivos de trigo
y la de los copos de paja
que le recogían la melena
hace ciento treinta años.

Ahora es un ser microscópico
que respira. Nada más.

Respirar después de la muerte.

Respiraremos después de la muerte.

 

De: “Las ocultaciones”.

Versión de Joan de la Vega.

 

 

MARIANELA DOS SANTOS

 

 


 

Ocurrió una madrugada de 1969, cuando la oscuridad aún nos arropaba. El fuego se había presentado sin invitación en nuestra calle y, en cuestión de minutos, logró reducir a cenizas lo que con tanto sacrificio habías construido.

La panadería de tus sueños se convirtió en su sombra. No entendía de dónde sacabas la fuerza para mantenerte impasible, envolviendo a nuestros hijos en tus brazos y recordándome con dulzura que lo más importante estaba a salvo.

Solo durante la noche, cuando nuestros ojos no te alcanzaban, la habitación olía a mar abierto; y en el silencio de las luces apagadas, en la contención de un sueño frágil en tu pecho, te diste permiso para llorar como el niño que alguna vez fuiste.

 

De: “En todos mis universos”.