"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
sábado, 30 de agosto de 2025
ÁNGEL GUINDA
Contraste
La
vida es caprichosa
y su oficio también.
En plena juventud
escribí gravemente,
como un discreto anciano
que sólo piensa en vivir.
Ahora que envejezco
escribo como un joven
que se arriesga a morir.
Aquellos textos
pronto los rompí.
Los tardíos actuales
me romperán a mí.
De:
“Vida ávida: Poesía reunida, 1970-2022”.
ALEJANDRO CÉSPEDES
La
paradoja del místico
La primera paradoja del místico es situarse en el
lenguaje, señalarnos desde el lenguaje y con el lenguaje una experiencia que el
lenguaje no puede alojar. […] El místico se sitúa paradójicamente
entre el silencio y la locuacidad.
JOSÉ ÁNGEL VALENTE
La
primera paradoja… ¿Pero cuál es el silencio
que acabará redimiéndonos de tanta palabrería?
¿Cómo acallar ese eco que —insufrible— resuena en el poeta?
¿Cómo enmudecer los siempre que se ocultan en los nunca
y producen la artrosis del lenguaje? Silencio y locuacidad…,
la paradoja que nos remite a Valente. El místico que nos habla usa un idioma
infectado por los virus del poema.
La palabra es el cemento de una rígida escultura
que solo habla de sí misma. Dentro del propio silencio
«se incuba nuestro relámpago» mientras los ecos del siempre resuenan
sobre ese valle al que van a morir todos los nunca.
¿Cómo aprender esa lengua con la que nos hacen señas
todas esas cosas mudas?
De:
“El lenguaje de las cosas mudas”
NICOLE BREZIN
Acrópolis
Es
una cuesta empinada. Delante de nosotros,
un hombre intenta despertar
el entusiasmo de su hijo:
Ya verás cuando lleguemos a la Acrópolis.
Todo se ve desde allí arriba, todo.
¿Se
ve casa desde arriba?, pregunta el niño,
y yo recuerdo cuando a tres voces
le pedíamos a papá
que nos marcara la dirección a casa
en esa época en la que un padre
funciona un poco como una brújula:
sus ojos recorrían el paisaje como la aguja
que oscila levemente hasta identificar el norte,
luego fijaba la mirada en un punto del horizonte
y señalaba con el dedo a la distancia.
Por muy lejos que estuviéramos,
papá siempre sabía dónde estaba casa.
La infancia era desconocer los mapas,
no tener que recordar esquinas,
árboles, carteles,
alejarse sin miedo a no poder volver.
Cuando
llegamos a la Acrópolis,
el hombre deja atrás su promesa
y le enseña el Partenón al hijo.
Yo pienso en mi padre y miro
desorientada alrededor.
Las rendijas de luz entre las rocas me recuerdan
lo que una vez estuvo suelto,
lo que una vez fue escombro y hoy
reclama devoción en su lugar:
allí,
donde otros ven esplendor,
yo solo veo fragmentos,
como no veo
en un rompecabezas un cuadro
sino solo
piezas reunidas,
grietas.
Mientras
camino,
giran los barquitos de papel
que llevo por pendientes. Ayer,
cuando los compramos, te dije:
un barquito mira al norte,
el otro al sur. Era mentira.
También
mi dolor
está hecho de fragmentos.
Me
gustaría preguntarte
dónde queda casa,
pero vas pensativo,
recolectando imágenes: veo
los poemas flotando a tu alrededor
como abejas inquietas a punto de pincharte.
Por los huecos de tus sandalias, tus pies
se ensucian del mismo polvo que cae
sobre la antigüedad.
Si
repitieras el gesto de mi padre
me señalarías un lugar distinto.
Nunca
te dije por qué
me gustan tanto los barcos de papel:
su simetría
impide saber a dónde se dirigen.
Me recuerdan al reloj que hice de niña
con agujas del mismo largo:
solo se podía leer la hora
cuando las dos apuntaban
al mismo sitio.
Vuela
una mariposa blanca.
Me
gustaría preguntarte
dónde queda casa.
De:
“La ley primera”.
ANNA GUAL
La
semilla I
Entre
la luz y la piedra
el microorganismo
que se te parece.
Toma
una lupa y acércate:
es tuya su mirada.
Carne de tu carne.
Nadie
podrá negar
que no sea tu tatarabuela,
la de los cultivos de trigo
y la de los copos de paja
que le recogían la melena
hace ciento treinta años.
Ahora
es un ser microscópico
que respira. Nada más.
Respirar
después de la muerte.
Respiraremos
después de la muerte.
De:
“Las ocultaciones”.
Versión
de Joan de la Vega.
MARIANELA DOS SANTOS
Ocurrió
una madrugada de 1969, cuando la oscuridad aún nos arropaba. El fuego se había
presentado sin invitación en nuestra calle y, en cuestión de minutos, logró
reducir a cenizas lo que con tanto sacrificio habías construido.
La
panadería de tus sueños se convirtió en su sombra. No entendía de dónde sacabas
la fuerza para mantenerte impasible, envolviendo a nuestros hijos en tus brazos
y recordándome con dulzura que lo más importante estaba a salvo.
Solo
durante la noche, cuando nuestros ojos no te alcanzaban, la habitación olía a
mar abierto; y en el silencio de las luces apagadas, en la contención de un
sueño frágil en tu pecho, te diste permiso para llorar como el niño que alguna
vez fuiste.
De:
“En todos mis universos”.
