"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
lunes, 5 de julio de 2021
RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN
La
libertad
I
De
pronto entró la Libertad.
La
Libertad no tiene nombre,
no
tiene estatua ni parientes.
La
Libertad es feroz.
La
Libertad es delicada.
La
Libertad es simplemente
la
Libertad.
Ella
se alimenta de muertos.
Los
Héroes cayeron por Ella.
Sin
angustia no hay Libertad,
sin
alegría tampoco.
Entre
ambas la Libertad
es
el armonioso equilibrio.
Nosotros
tenemos vergüenza,
la
Libertad no la tiene,
la
Libertad anda desnuda.
(Y
el señor Jesucristo dijo
que el
reino de Dios vendrá
cuando
andemos de nuevo desnudos
y no
tengamos vergüenza.)
Hermanos,
nosotros sabemos,
pero
la Libertad no sabe.
II
Hay
que ser piedra o pura flor o agua,
conocer
el secreto violeta de la pólvora,
haber
visto morir delante del relámpago,
conocer
la importancia del ajo y el espliego,
haber
andado al sol, bajo la lluvia, al frío,
haber
visto a un soldado con el fusil ardiente,
cantando,
sin embargo, la Libertad querida.
Viva
el amor, la vida poderosa,
la
muerte creadora de olores penetrantes
y
eso porque uno muere y resucita,
la
luz sobre los techos de la aurora,
sobre
las torres del petróleo,
sobre
las azoteas de las parvas,
sobre
los mástiles del queso y el vino,
sobre
las pirámides del cuero y el pan,
la
gente retornando,
una
ventana con la bandera en familiar bordado
y la
exacta ambulancia, con heridos,
cantando,
sin embargo, la Libertad querida.
Hay
que ser como el puente necesario,
natural
como el lirio, como el toro,
saber
llegar al fondo del silencio,
al subsuelo
del brote y a la raíz del grito,
hay
que haber conocido el miedo y el valor,
haber
visto una mano que agita una linterna
de
noche, hacia el distante nido de metralla,
hay
que haber visto a un muerto cicatrizado y solo
cantando,
sin embargo, la Libertad querida.
III
De
pronto entró la Libertad.
Estábamos
todos dormidos,
algunos
bajo los árboles,
otros
sobre los ríos,
algunos
más entre el cemento,
otros
más bajo la tierra.
De
pronto entró la Libertad
con
una antorcha en la mano.
Estábamos
todos despiertos,
algunos
con picos y palas,
otros
con una pantalla verde,
algunos
más entre libros,
otros
más arrastrándose, solos.
De
pronto entró la Libertad
con
una espada en la mano.
Estábamos
todos dormidos,
estábamos
todos despiertos
y andaban
el amor y el odio
más
allá de las calaveras.
De
pronto entró la Libertad,
no
traía nada en la mano.
La
Libertad cerró el puño.
¡Ay!
Entonces...
JOSEFINA DE LA TORRE
Todos
los días
Todos
los días
llama
a mi puerta el desconsuelo…
Estoy
vacía y su eco resuena
por
todos los rincones de mi vida.
Se
estremece mi sangre
que
es un hilo de hielo
al
faltarme el calor de tu presencia.
No
comprendo el idioma del paisaje;
qué
quiere decir “sol”,
“cielo
azul”
“aire”.
No
comprendo mi ritmo,
ni
mi esencia,
ni
por qué sigo andando,
respirando,
contemplando
a la gente,
a
los perros que pasan,
a
los pájaros
que
mi balcón visitan diariamente.
Ni
por qué la mirada,
mis
ojos,
abarcan
el entorno que me envuelve.
Ya
no comprendo nada.
El
mundo se me ha vuelto
un
compañero extraño
que
camina a mi lado
y no
conozco.
¿Qué
quiere decir “vida”?
Ya
no encuentro
aquel
sabor que un tiempo me dejara.
Las
palmas de mis manos
se
cierran sin calor,
desconsoladas.
Que
eran tuyos tu casa y tu paisaje;
que
está en ellos la huella de tus pasos,
el
hueco de tu cuerpo…
Y
está la casa llena
de
tu recuerdo…
MIGUEL TEURBE TOLÓN
De
negras sombras pavoroso manto
De
negras sombras pavoroso manto
lúgubre
envuelto el ancho firmamento:
cruje
la ceiba al sacudirla el viento,
rimbomba
el trueno con horrendo espanto.
Gime
la humanidad y todo cuanto
respira
¡ay triste! en tan fatal momento.
Romperse
quiere con fragor violento
el
Orbe todo, ante fracaso tanto.
Yo
entonces solo, con incierta huella,
busco
la salvación ¡oh! si la alcanzo
a la
trémula luz de alguna estrella.
Allá
en la oscuridad diviso el puerto...
corro...
llego... un abismo ¡Oh, Dios! me lanzo
y al
rodar por las peñas me despierto.
ITZA TORRES
Llorarte
Y
lloro por que te quiero cerca
y a
la vez lejos muy lejos, espero
no
ser muy terca.
AGUSTÍN AGUILAR TAGLE
A
una vieja nube
¿De
veras pensaste, nube, que siempre serías pájaro?
Fuiste
vapor de orgullo, y en tu liviandad
creíste
que eran verdad
las
palabras del niño que te vio desde el jardín:
Altisonante,
tirado en la yerba, soñaba despierto:
¡Es
un cisne, es una sirena color de rosa, flotante!
Y de
ahí en adelante, te dio por llover.
¡Mírate
ahora! Me recuerdas a aquella mujer
que
volví nube de tanto mirarla,
pero
ella no se volvió charco –como tú, pobrecita de ti–.
¿Ella?
Ella pasea por Polanco
y ya
no se acuerda de mí.
ELVIO ROMERO
Cintura
El
arco en desazón de tu cintura
cimbreó
su tallo en fresco movimiento,
como
si todo el soplo de tu aliento
no
cupiese en la red de su envoltura.
La
quemazón del lecho y su blancura,
sintió
agitarse ese temblor violento
de
tu cuerpo sembrado por el viento
con
que ensayé sellar mi quemadura.
¡Oh,
firmamento abrasador, sencilla—
mente
ofrecer y asir soles profundos
al
frutecer la sangre en el relente!
¡Y
dar y recibir dones fecundos,
como
un surco acogiendo la semilla
feraz
y fértil en su mes ferviente!