sábado, 6 de octubre de 2018


ISABEL FRAIRE





2 de octubre en un departamento del edificio Chihuahua 



Piel rota orilla incierta de la piel rota
carne como la carne que le doy al gato
la sangre rezuma y chorrea en goteras
se ve el hueso
ancho y profundo el boquete como plato sopero
alto en el muslo el tazón de carne cruda y sangre
cuerpo tendido en el piso en cuatro dedos de agua
“No es nada.”
“¡Cómo que nada!
¿Te duele?”
“Nada, un rozón.”
Las balas atraviesan vidrios atraviesan puertas se
entierran en paredes
“¡Cuidado señora!” (tiene un niño en brazos) “Métase
al baño, ahí está más segura.”
Los estampidos retumbando arrecian
“Agáchense.” “Hasta abajo.” “No se asomen, por
Dios.”
“¿Cómo te sientes?”
“No es nada.”
(La señora con su niño en brazos gritando) “¿Por
qué siguen, por qué siguen tirando?
Dios mío, Santa Virgen, que paren, ya no sigan...”
“Otra vez.”
“Agáchense.” “Baje la cabeza.” “Dame la mano”,
como mala película que no termina nunca.
Diez días después los periódicos no hablan más que
de Olimpíada.
No fue nada, un rozón.

JUAN EDUARDO CIRLOT





A Rene Magritte



Las mujeres con pechos de papel
alumbran la armonía de los prados.
A las ventanas vienen los venados
bajo un cielo de páginas de miel.

Detrás de esa cortina hay un doncel
con los ojos azules y vendados
pero en las blancas vendas hay pintados
tres ojos negros donde está Luzbel.

La pierna adolescente de la bella
abre sus abanicos de cristales
mientras un aerolito resplandece.

La carne es un espejo y una estrella.
El hombre la contempla con puñales
pero la rosa corre mientras crece.


SULLY PRUDHOME





Combatientes íntimos



¿Y pasto del amor serás inerte?
¿Ni voluntad bastante
tienes para pugnar osado y fuerte
y a la insana pasión sobreponerte
  con ánimo arrogante.

Cual sobre el tigre el domador se asienta.
Habiéndole rendido,
y con mano terrífica y sangrienta
le mantiene postrado, ¿y le amedrenta
   aun después que ha mordido?

Metido él en la jaula, en sí confía,
y protección no espera;
nadie con él terciara en tal porfía,
ni el tácito lenguaje hablar sabría
   con que él doma a la fiera.

Ni hay quien, en pugna tú y el apetito,
te auxilie ni rescate;
nadie, tú bajo el diente, oirá tu grito;
vencerás o caerás, santo o precito,
   en singular combate.


Versión de Miguel Antonio Caro

ÁLVARO FIERRO






TRAS la ternura, a veces el amor nos arrojaba a las playas de la realidad y amanecíamos exhaustos en las fronteras del mundo. Para volver a nuestras vidas nos desacariciábamos, nos desmirábamos y retornábamos al tiempo con un tesoro en la memoria.


De: “Colonizado corazón”


CARLOS CASTRO SAAVEDRA





Cualquier hombre canta a su hijo presentido



Para la vida de mis hijos
bella medida es tu cintura,
y bello el ritmo de tu pulso
para la sangre de mis hijos.
En tu nostalgia atardecida
cabe el sollozo de mi niño,
y cabe el llanto de sus ojos
entre la red de tus pestañas.
Red que se llena de luceros
cuando la tiras en el agua.

Guarda el reposo de tus párpados
que allí está el sueño de mi infante,
y no te canses de mirarme
que mi pequeño está mirando
con esa luz de tu mirada.
Enhebra el hilo de tu canto
para sentir que está cantando
la voz del hijo entre tu voz,
como burbuja de los peces
entre los círculos del agua.

Cuando caminas me parece
que el hijo avanza con tus pasos,
y si te quedas detenida,
entonces pienso que es el hijo
el que se para con tus plantas.
Si vas en busca de los soles
del mediodía delirante,
pienso que el hijo de mi alma
se está acercando lentamente
a la candela de una lámpara.

Tú eres la rama que sostiene
el alto fruto de mi carne,
y eres la vena que da música
al corazón de mi pequeño
que está perdido en la distancia.
Las golondrinas que tú sueñas
rayan el cielo de mi infante,
y vas cantando por la tierra
mientras el hijo va cantando
por los caminos de tu sangre.


SHAMSUDDIN HAFIZ





El amigo perdido



¿Dónde está el amante que no ha hallado su hermano en el dulce martirio?
No le falta razón al lamento de Hafiz.
Su historia es extraña historia y es su tono maravilloso.
Fieles creyentes:
en otro tiempo tuve un amigo al que podía confiar todas mis penas:
corazón que las compartía y que me daba su consuelo.
Cuando yo gemía en medio de la tempestad,
él sólo sabía hablarme de las tranquilas riberas.
Pero cuando me extravié en los caminos del amor, perdí mi amigo.
En vano he buscado, llorando, sus huellas.
En la embriaguez de mi desesperación, tened piedad de mí; de mí,
que alguna vez fui juicioso y sutil y que ahora no soy sino
un pobre hombre cuya razón vacila.
Cuando mis palabras eran inspiradas por el amor,
cada una de ellas era saludada a su paso.
Pero no elogiéis más la cordura de Hafiz,
puesto que sois testigos de su locura.


De: "Los Gazales de Hafiz"

Versión de Enrique Fernández Latour