jueves, 23 de febrero de 2017


CÉSAR ANTONIO MOLINA




Sobre la in(utilidad) de las cosas



Un espantapájaros,
en medio de un mar agostado de trigo,
no vigila a nadie
de manera consciente.
Pero no es inútil pues cuida de la ausencia.


ANIBAL NÚÑEZ




AA. en una esquina



Aquí, al volver el sol, han confluido
mi sangre con tu sangre de noviembre:
verde seco es vasija de otro verde
seco que abarca toda la costumbre
de renacer -cenizas son
los días diecinueve y cada noche
en que Saturno manda en las estrellas-

No hay lugar para ti y para mí juntos
en esta ciudad rota en la que somos
tú y yo, no lo mejor de cada uno
sino tú y yo. No hay sitio.
                                            Hay una esquina
que, aunque lugar de citas imposibles,
es el único punto que nos queda
para que la belleza del encuentro
y el dolor consecuente a la belleza
dignifiquen al menos nuestra ausencia.


Noviembre, 1974

 



ELENA SOTO




A la isla de Ross en la distancia



I

A más de mil millas del Egeo
está el mar de Ross, la cordillera de Edsel,
Cabo Coleck.

Dardanelos y Mac Murdo
y las islas de Naxos y la isla de Coulman
a millones de nudos de distancia.

Laberintos de luz, filamentos de hielo,
tan lejos del mar Jónico,
de Samos de Leucade
en las grutas perdidas de isla Sturge.

Estrechos, cabos, islas, bahías y volcanes
me recuerdan tu cuerpo y la distancia,
que es amor para mí como la Antártida
tan fríamente bella.
  

II 

Y la isla de Ross, espejismo de hielo
entre las aguas,
y las aguas del mar de Ross, espejismos de tierra
en el océano,
y el glaciar de Beardmore, espejismo de lava
austral en las planicies,
y el volcán Erebus y el cabo Evans,
y la isla de Coulman y Mac Murdo.

Y tus piernas en las calas de Ross
y tus labios en la isla de Ross con fuerte viento,
y los surcos trazados en tus manos
en el glaciar de Beardmore
y en el Erebo.

Y la distancia tan cruel que nos separa
en valles silenciosos tras cristales de nieve
cegadores.
Y nos quiebran la voz marmóreos arrecifes,
hirientes angosturas y parajes
de nieves arenosas.

Y la bruma que me oculta
el indicio atrapado entre las rocas,
el rastro casi glaciar de tus cabellos,
la serena huella de tus pasos
que me habla aquí de tu presencia en la isla de Ross,
en las costas del Sur, en cabo Evans.

Un indicio de ti que me haga creer
después de tanto silencio en sortilegios.

Es tan triste cobijarse en la noche polar en las cavernas
tan blancas y profundas
y pensar en el día aquél en que fuimos sin fin
en otros mares
en algas que no llegaron jamás a estas banquisas.

¿Qué quedó amor del oráculo de Delfos
en estas aristas, simas, precipicios sin fin,
en el silencio inquietante de estas calas?

¿A qué Dios ofrendar el petrel de las ventiscas?
¿A qué divinidad sacrificar
las entrañas sagradas del albatros?

A quién aullar si los gemidos se deslizan
remotos en glaciares,
a muchas millas de distancia de la costa,
muriendo finalmente con las focas,
con los lobos de mar, con los rorcuales.

Sin embargo tus piernas continúan en las calas
de Ross, en cabo Evans,
en el cráter activo del Erebo.

¡Qué Ítaca tan inhóspita el Erebo,
que me priva de Circe y de tus brazos,
de las islas del Sol y los hechizos!

Pero aquí, amor, desde Mac Murdo
en bahías brumosas, resguardadas,
en ciudades de hálito de hielo,
tu cuerpo y la mar tan hostil
y la isla de Coulman me acompañan. 


III

El nuestro es tan sólo un amor de encrucijadas
consumido, amada, en lugares donde los caminos
se bifurcan
donde las sendas se destrozan y desgarran.

Y ha de ser así, mujer enclave
que encalles en mi cuerpo,
mientras la oscuridad a golpes se desliza.

Y ha de ser así como te acerques
sigilosa a mis calas
como una nave cargada de amaranto
que ansiosa llegara desde Anafi
oscura como el vino, incierta en sus vaivenes
como el nácar.



ANA CRISTINA CESAR





Último adiós I



Los navíos hacen figuras en el aire
escapan en colores - los faunos.
Los cuerpos de los bomberos bailan
en el brillo de mis pies.
Desde el muelle muerdo
impaciente
la mano inmersa
en los faros.


De: "Guantes de gamuza y otros poemas"


Versión de Teresa Arijón y Sandra Almeida



JENARO TALENS



Paraíso clausurado

                                                       A Pedro J. de la Peña



Y es esta luz (los sueños de la infancia,
el vozarrón acuoso de los ómnibus,
la melancólica decrepitud
con que las olas vierten su murmullo)
tímida luz, dureza de agonía,
no la oquedad sin límites
tras los escombros del amanecer.

La voz al labio acude,
y se rompe, y resbala,
y no sabe cuánta culminación duerme en la noche
su plenitud: pupila
inmensa transcurriendo
entre unos grises párpados sin fondo.

Todo ante ti es silencio, a cuyo tacto,
áspero, el tiempo acrece su gemido.
El chamariz, que es aire (un fogonazo
de oscuridad, la cálida estampida
de los sollozos), gime, desnudez
de un azul que agoniza entre los álamos.
Agonizar, qué triste maniobra
del corazón.
                      Canta, amor mío,
canta las hojas de los parques,
este sabernos que tampoco sacia,
pero que ofrece dulce compañía;
y tu vivir, hoy lluvia, ya no tierna
erosión, resplandezca
bajo esta humanizada soledad
que tu quietud penetra y convulsiona.
Los sueños que aún perduren
olvídalos, son máscara,
antifaces de sombra para el dolor. Escúchame,
mírame ser: sobre mi rostro adviene
la telaraña humosa de los días.

Aunque ahora vuelvan a cantar, qué calmo
este mítico edén, los gnomos y las hadas,
tanta historia de príncipes
y de princesas que en abanico trenzan su sofoco,
tanto incansable pájaro dormido
de lo que un sueño fue.
                                          Tú continúas
ante la clara umbría del otoño,
frío sopor de isla sin peces ni sosiego,
bajo una luna en paz.

Amor, tu lucidez
qué torpe todavía.
Qué serena la escarpia resbalando
donde, con un chasquido, la luz asoma entre los árboles
y una música fulge
                                    en el silencio.


De: "Ritual para un artificio"


ELSA LÓPEZ




Yo soy la que comparte contigo el abandono,
la que entretiene sus juegos con los tuyos
y deja a cielo abierto el campo de batalla.
Yo soy la favorita.
La más agasajada.
La que mejor comprende tu soledad de alberca,
la que sabe reposarte de cetros y coronas,
la que teje sin descanso esa capa de lino
que volverá a cubrirte los días de tormenta.
La que mejor conoce tus noches de penumbra.
La que presiente, sin hablar, tu aventura más cierta,
la que te ríe los lances
y prepara la cena con manjares divinos
que calmarán tu pena y el dolor de las otras.
Aquella que aletea muy cerca de tus sienes
y al oído te reclama su vuelo más alto.
De todas soy la más amada, la más hermosa,
la más triste de todas.



1995

CARLOS BARRAL




Reino escondido

Avant cette époque... je ne vivais pas encore,
                                        je végetais... ce fut alors que mon âme
                              commença à être susceptible d'impressions.
                                                                                    Casanova



No puedo recordar
por qué escogí aquel reino de ladrillo.
¿Por qué el rincón tan húmedo, la esquina
verde del corredor?
Sólo el terror pasaba, a veces
la insolente figura devorada
casi enseguida por la luz.
Estuve solo siempre, al menos
que yo recuerde. Cuando entró
me pareció descalza,
alta la piel desnuda en la agitada penumbra.

Los aires hasta arriba
se tiñeron de ella, y todo olía
a nocturno animal;
yo mismo era su olor, yo mismo
casi como su espuma.

Ya no volvió a pasar.
Quedó su cuerpo en mí, la certidumbre
por debajo de todos los vestidos.

Quebró las horas del no hacer,
sembró de miedo el mundo
instrumental y blanco, entre temores.