jueves, 15 de agosto de 2019


DELFINA ACOSTA





Sueños



Te rezo Jesús mío en largas tardes
estando florecidas las estrellas.
Y cuando a ti te rezo, vela en mano,
el fósforo se apaga en su pureza,
se enfrían como cierzos mis costillas,
y la mirada se me vuelve tierra.
-Amén-, me oigo decir y ya el silencio
me envuelve como carta nunca abierta.
Jesús, el de la cruz, que das la espina,
el de la luz, que mueves a la piedra,
a ti te pido en esta enferma hora
para mis sueños mariposas nuevas.
Señor, mi redentor, mi bienamado,
yo sé en mi petición quedarme quieta
y va mi voz a ti como al aljibe.

¿Mas qué piedad es ésta, de aguas secas?



YANIRA SOUNDY





Amor eterno



Fallezco en el intento de tocarte, amor de tierra, espacio y piel, porque este viento sólo habla de tormentas y sombras que se rompen en pedazos.

Soy el beso virgen que prendido de tus ojos hace florecer todos sus campos; soy esa mujer, eternidad que yerra sola por la sombra, amor de manos ciegas.

Y tú, doliente rama de hojas transparentes, mil promesas, mares, cerros y collados.

Quiero cubrirme toda con tu cielo para desvestir mi piel inmóvil. Ven…desordena mi corazón, y mitiga el hondo sin fin de mi tristeza.

Amor efímero y eterno que se desploma en el adiós.

Seremos sombra y olvido tomados de la mano, dos almas que lloran en la oquedad del pensamiento. Tan libres, tú en el viento, yo en el secreto del mar; tú en los llanos y las sierras, yo en los hilos del sol y en los acantilados.

Fallezco en el intento de tocarte.
Amor efímero y eterno, el más puro, el más pequeño.



NORA MÉNDEZ




  
Paisaje de domingo

A mis dos hijos



El pez terrícola
Traza el rumbo con su cola de risas
Y es la espuma su tren de fiesta
En la marea de castillos y murallas
Conque insemina las pupilas del mundo

El Quijote de mar
Enciende plétoras olas
Y son los remolinos de su angustia
La batalla salada que tensa contra Neptuno
Quien pensativo se marcha

Sentada en la arena
La Mona Lisa los observa
Mientras el viento suelta almohadas
En donde descansan los sueños rotos
De estos tres argonautas


AÍDA ELENA PÁRRAGA





Autobiografía



Esa mujer que ves ahí
no tiene nada.
Sus manos no saben de anillos
pero anidan mariposas,
no tiene más adorno sobre su pecho
que dos enhiestas esmeraldas,
ni más vestido que la cubra
que las huellas que un amante le dejara.
Esa mujer que ves ahí
anda desde siempre pie descalza
y no tiene pasaporte,
ni cédula, ni esperanza,
pero le sobran caminos,
tierras profundas y lejanas,
y aunque no tiene nombre
los pájaros la llaman.
Esa mujer que ves ahí
no tiene casa…
y para cama le basta una sonrisa,
se asoma al mundo
por su única ventana
que le confirma que está viva.
Esa mujer que ves ahí
no tiene nada,
más que un gran amor en la distancia
por el que le brotan mil luceros en el vientre,
por el que se viste de luz,
por el que calla,
por el que las nubes se le incendian,
por el que las noches no se acaban.
Esa mujer que ves ahí
a veces ni siquiera sabe si en verdad existe
y entonces se convierte en frágil hierba,
o en ráfaga de viento que asustada
corre a refugiarse en tu palabra.


ROSARIO FERRÉ





Envío (a mi madre, y a la estatua de mi madre)



a mi madre, y a la estatua de mi madre,
a mis tías, y a sus modales exquisitos,
a Marta, así como también María,
porque supo escoger la mejor parte,
a Francesca, la inmortal, porque desde su infierno insiste
en cantarle al amor y a la agonía,
a Catalina, de deslaza sobre el agua
las obscenidades más prístinas de su éxtasis
únicamente cuando silba el hacha,
a Rosario, y a la sombra de Rosario,
a las erinnias y a las furias que entablaron
junto a su cuna el duelo y la porfía,
a todas las que juntas accedieron
a lo que también consentí,
dedico el cumplimiento de estos versos:
porque canto,
porque coso y brillo y limpio y aún me duelen
los huesos musicales de mi alma,
porque lloro y escribo en una copa
el jugo natural de mi experiencia,
me declaro hoy enemiga de ese exánime
golpe de mi mano airada
con que vengo mi desdicha y mi destino,
porque amo,
porque vivo y soy mujer, y no me animo
a amordazar sin compasión a mi conciencia,
porque río y cumplo y plancho entre nosotras
los mínimos dobleces de mi caos,
me declaro hoy a favor del gozo y de la gloria.





HUGO LINDO





Canto XXVIII



Va de mi puño y puño y letra a letra  
surgiendo multitud de instantes.

Unas veces soy yo, o es mi sollozo.
Otras veces la estampa de mi padre.

De pronto, en una vuelta del recuerdo,
lunas, pájaros, versos niños, árboles,
hasta que surge acompañando al día
tu paso junto al mío, hacia la tarde.

Pero todo es igual, uno y lo mismo.

El universo se trasfunde y cabe
en el nombre del hombre que yo llevo
y en tu presencia adentro, arriba, al margen.

También lo que sucede y nos sucede.

Y la serenidad que nos invade
cuando ya las pasiones amansaron
en una paz de unción, todo su oleaje.

Es cierto. Estoy cansado. Es justo ahora
que bendiga tu sombra
y que descanse.

También que llore a orillas del olvido
y escuche el golpeteo de mi sangre.

Todo es uno y lo mismo. Tu silencio.
Mi silencio. Tu voz. Mi voz. El aire
que acaricia con mano de nostalgia
toda la historia, amor, de nuestro viaje.

No se cumple el milagro en una espora:
se cumple en nuestro vino y nuestra carne,
y es uno solo el rumbo de los días
desde el vagido hasta el reposo grande.

Y un hombre no es un hombre ni su estirpe,
sino el río, la piedra, el viento, el cauce.
Y sobre todo, amor, el amor mismo
con su secreta población de arcángeles