Autobiografía
Esa
mujer que ves ahí
no
tiene nada.
Sus
manos no saben de anillos
pero
anidan mariposas,
no
tiene más adorno sobre su pecho
que
dos enhiestas esmeraldas,
ni
más vestido que la cubra
que
las huellas que un amante le dejara.
Esa
mujer que ves ahí
anda
desde siempre pie descalza
y
no tiene pasaporte,
ni
cédula, ni esperanza,
pero
le sobran caminos,
tierras
profundas y lejanas,
y
aunque no tiene nombre
los
pájaros la llaman.
Esa
mujer que ves ahí
no
tiene casa…
y
para cama le basta una sonrisa,
se
asoma al mundo
por
su única ventana
que
le confirma que está viva.
Esa
mujer que ves ahí
no
tiene nada,
más
que un gran amor en la distancia
por
el que le brotan mil luceros en el vientre,
por
el que se viste de luz,
por
el que calla,
por
el que las nubes se le incendian,
por
el que las noches no se acaban.
Esa
mujer que ves ahí
a
veces ni siquiera sabe si en verdad existe
y
entonces se convierte en frágil hierba,
o
en ráfaga de viento que asustada
corre
a refugiarse en tu palabra.
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