domingo, 7 de agosto de 2022


 

TERESA MELO

 

 

Los hermosos ahogados

 

 

I

De los mares de todas las islas ahogados
hermosos ahogados emergen para desandar
los trillos que sus propios pasos
abrieron en la hierba.
Fueron al mar
arrastrando sin saberlo la maldición del agua
y como agua dócil sus cuerpos
se abatieron frente a los elementos:
no reposan no duermen.

Ladrones de cuerpos toman sus huesos
los pasillos del cráneo y de los ojos
y parecen animar en breves lapsos
lo que las aguas ya tomaron antes
y fue tributo al espacio de la hierba trillada.

Hermosos ahogados de las islas
sin un pedazo de isla para los huesos
cansados del vaivén.

Es posible verlos a la luz del faro
como bañistas despreocupados de lo que agita
las ciudades y las oficinas

y simula vida
lejos de las pequeñas luchas
de los insectos breves.
Encima de las aguas
no hay aliento ya para los hermosos ahogados.
Ellos son nuestro pueblo submarino
lo que acaso dejemos al minucioso azar
como una pieza suelta el eslabón perdido
hasta la ocasión de entrar resueltos a las aguas.

 

 

II

Sostienen la isla y la socavan.
Ignoran nuestro peso en ella
si peso damos a tanta levedad.
Pequeños habitantes no nos miran
y les pertenecemos.
Esperan el naufragio el inevitable
choque la caída veloz:
imanes nos atraen a nuestro destino de agua.
Me pongo allí
en el imaginario tentador de la cama flotante
por nuestras hundiduras, alter ego
las hundiduras.

Lento es lento despeñarse.
Rocas abajo.

 

 

III

En la lechosa alfombra
donde descansa a tramos de la ruta marítima
el ahogado hace su propia ruta de sal
ruta de sedas presentidas en los animales vivientes.

El ahogado busca el punto de reposo
pero sólo en el movim
es capaz de mantener el recuerdo de su objetivo.

Ahogados de las islas.
Su hermosura es la desnudez
de nuestras vanidades.
Ahogados de la tierra.
Su hermosura no existe.

La creamos a voluntad
para sentirnos a salvo de un destino semejante.
Pero las aguas escriben su libro inalterable
en caracteres invisibles para el ojo del sol.
Ahogados de las islas
descifran en el libro la ruta venidera
como otros antes fijaron la suerte de las caravanas.

Debajo y encima de las aguas.

 

DORA ALONSO

 

 

Nana de la muñeca de trapo

 

 

Porque no saben quererte
me dicen que eres muy fea.
Duerme… Duerme…

Duerme, que te coge el gato
y las tijeras muerden.

Mira que vendrá la aguja
para coserte y coserte,
y no te podré aliviar
si los remedios te duelen.

Duerme, niña, duerme ya:
cuando las niñas se duermen
llegan a cuidarle el sueño
ángeles se lana verde.

 

 

JUANA BORRERO

 


 

Las hijas de Ran

 

 

Envueltas entre espumas diamantinas
que salpican sus cuerpos sonrosados,
por los rayos del sol iluminados,
surgen del mar en grupo las ondinas.

Cubriendo sus espaldas peregrinas
descienden los cabellos destrenzados,
y al rumor de las olas van mezclados
los ecos de sus risas argentinas.

Así viven contentas y dichosas
entre el cielo y el mar, regocijadas,
ignorando tal vez que son hermosas,

Y que las olas, entre sí rivales,
se entrechocan, de espuma coronadas,
por estrechar sus formas virginales.

 

 

DOMINGO ALFONSO

 

  

Nacida para el amor


Yo he besado sus tetas

dentro de un auto, cerca de la orilla del mar.

La noche y su cuerpo negro

como una diosa cómplice:

Ella me chupa

con una maestría aprendida

durante muchos años en sus muchos hombres.

Mis nervios son alambres eléctricos;

toda mi piel vibra de sensaciones

como una tela prohibida.

Así, tendida sobre mis piernas

amo la cabeza de esta joven.

El viento mueve las hojas de los árboles;

pero el tiempo y la muerte

apagarán este fuego que calienta mi sangre.

 

 

CARLOS OQUENDO DE AMAT

 

  

Compañera

 

 

Tus dedos sí que sabían peinarse como nadie lo hizo
mejor que los peluqueros expertos de los trasatlánticos
ah y tus sonrisas maravillosas sombrillas para el calor
tu que llevas prendido un cine en la mejilla

…que pena
la lluvia cae desigual como tu nombre.

 

JOAQUÍN CIFUENTES SEPÚLVEDA

 

  

Mis rosales

 

 

Están floridos mis rosales.
Ven amada, para prenderte los senos
una rosa granada de mis rosales en flor.

Soy el jardinero de las rosas blancas,
mira el suave fulgor de mis rosas y dime
si el rocío del otoño las vistió de blanco
o si fue una lágrima.

Están floridos mis rosales: una noche
me los dio en botón y un día me los abrió blancos.

Ven amada, a mi huerto para que juguemos
con las mariposas y las rosas: tengo
una rosa granada para tus senos.

Las manos benignas de la abuela fueron
las que hicieron huerto; las mías se ungieron
en la amarillez huesuda de las suyas
y plantaron rosas.

Ven amada, para prenderte
una rosa granada en los senos.