viernes, 24 de agosto de 2018


ROSA ESPINOZA





Hemíptera estampa de la ninfa vocinglera



Uno piensa desierto
y se invoca al silencio
paraje sin ruido, hueco de aves
oleaje de cerros trashumantes
sordo panorama del calor.
Pero en el estío
la canícula se llena de zumbidos
y arrolla en la tacaña fronda
una estridencia filosa,
un ronroneo imprudente.
No habrá regreso en el sopor:
comenzará una fiesta rotunda ruidosa
y rimbombante. Es la sordina de chicharras.
Sin parar, un chillido, chismoso, chirriante
gruñido de zetas apretadas,
estribillo necio, cacofónico y ensordecedor.
Y ahí estarán
estridulando neciamente
hasta que el sol caiga
junto a la rama marchita
que amarilla arrastrará
la vida fugaz de una ninfa vocinglera.


RUBÉN MÁRQUEZ MÁXIMO





VIII


En medio de una noche tibia
temblorosa
te escondes
no diría que te alejas
pero sí te vuelves aire.


De: “Poemas de mar y viento”

HERMAN HESSE





Un sueño



Salones que cruzamos con timidez,
un centenar de rostros que desconocemos...
Con lentitud, una tras otra,
las luces palidecen.

Allí cuando su brillo se hace gris
cuando se ciega con el atardecer,
un rostro me parece familiar,
la memoria del amor encuentra
conocidos los rostros
que antes fueron extraños.

Oigo nombres de padres,
hermanos, camaradas,
así como de héroes, de mujeres, poetas
que yo reverencié cuando muchacho.
Pero ninguno de ellos
me concede siquiera una mirada.

Como las llamas de una vela
se desvanecen en la nada
dejan en el entristecido corazón
sonidos de poemas olvidados,
oscuridad, lamentos
en torno de los días ya encauzados
en leyenda y en sueño
de una luz disfrutada alguna vez.


Versión de Andrés Holguín


IRENE SÁNCHEZ CARRÓN





Personaje a punto de cruzar la calle



Qué nostalgia infinita nos acecha
ahora que las ventanas sólo son
rectángulos vacíos de cristal y madera
contra la densa niebla de la tarde
y el otoño ha llegado
tras esa larga enfermedad que es el verano.
Qué pobre este ahorrar para luego
sin saber para cuándo,
y que las cosas ya no sean,
sólo sirvan,
y que se cierren puertas para siempre,
y marcharme
con lo que quise haber dicho entre los labios
y cruzar la avenida
cuando cambien a verde los semáforos.



PERE GIMFERRER





Dido y Eneas



I

Esta bien y es una norma: fuera del paraíso,
recordando, no a Eliot, sino una traducción de Eliot,
(nuestra vida como los pocos versos que quedan de T. E. Hulme)
las naves que conducen a los guerreros difuntos,
(qué dios, qué héroe bajo los cielos recibirá esta carga),
la madera clafateada, el chapaleo las oscuras olas,
avanzando, no hacia un reino ignorado, no hacia el recuerdo o la infancia,
sino más bien hacia lo conocido. Así vuelve de pronto Milán,
una noche, a los dieciséis años: luz en la luz, relámpago,
rosa y cruz de la aurora (los tranvías, disueltos en el crepúsculo,
de oro, de oro y en mi pecho qué frágiles)
Dido y Eneas, sólo una máscara de nieve,
un vaciado en yeso tras el maquillaje escarlata,
como danzarina etrusca,
cálido fox,
oscuro petirrojo,
la imperial de los ómnibus de Nueva Orleans está pintada de amarillo
y hay que bailar con un alfiler de oro en la mejilla
(como cuando se rezan oraciones para conjurar al Ruiseñor
                            y la Rosa o al milano en la tarde)


Amor mío, amor mío, dulce espada,
las llamas invadieron las torres de Cartago y sus jardines,
qué concierto en la nieve para piano
qué concierto en la nieve.


II

Y aún nos es posible cierta aspiración al equilibrio,
la pureza de líneas, el trazado de un diseño,
el olvido de la retórica de lo explícito por la retórica de las alusiones,
los recursos del arte (la piedra presiente la forma),
el recuerdo de una tarde de amor o un rezo en la capilla del colegio,
la vidriera teñía los rostros de un esplendor violeta,
naufragaban en la claridad submarina las hebillas de oro de los caballeros,
todo en escorzo, la luz amarilla chorreando en las botas y los cintos,
las cabezas extáticas, vueltas al cielo raso, porcelana de la tarde,
la quilla, los velámenes,
(qué costas y escolleras),
las islas, timonel,
en el viento nos llegan los cabellos de una sirena, las arenas doradas,
historias de hombres ahogados en el mar.

¿Qué costas? ¿Qué legiones?



IBN HAZM





Mis ojos no se paran sino donde estás tú.
Debes de tener las propiedades que dicen del imán.
Los llevo adonde tú vas y conforme te mueves,
como en gramática el atributo sigue al nombre.


De: "Sobre las señales del amor"