viernes, 31 de marzo de 2017


ANIBAL NÚÑEZ




Inutilidad del poeta didáctico



La rosaleda del chalé mantiene
relaciones cordiales con la baja
maleza del camino

                                 Esto bastaba
para hacer una fábula, un cuento edificante
sobre la abolición de las barreras
sociales por amor. Añadiríamos
que una abeja dorada es la correveidile
y que sin que lo sepa el jardinero
ha brotado un rosal al otro lado

La sola exposición de estos detalles
de por sí moraliza: de su mera
contemplación surgió la moraleja,
la urgencia de escribirla
y un precoz sentimiento de sonrojo
intentando variar sin conseguirlo
el vuelo de la musa moralista

Esperemos...
que el lastre de verdad que la corona
la haga precipitarse y vuele libre
cuando haya perdido la cabeza
...sentados.


De: “Definición de savia”



ANTONIO MACHADO




Noche de verano



      Es una hermosa noche de verano.
Tienen las altas casas
abiertos los balcones
del viejo pueblo a la anchurosa plaza.
En el amplio rectángulo desierto,
bancos de piedra, evónimos y acacias
simétricos dibujan
sus negras sombras en la arena blanca.
En el cénit, la luna, y en la torre,
la esfera del reloj iluminada.
Yo en este viejo pueblo paseando
solo, como un fantasma.



CINTIO VITIER




Un golpe de recuerdos te modela...



Un golpe de recuerdos te modela
como a la nube el soplo imprevisible.
¡La música y la enamorada tela
que cruza por tus ojos! Suprimible

y oscuro lo demás, aquí te espera,
frente a mi vida absorta o despiadada,
un país al que vuelves, pasajera
del eterno sabor de tu mirada.

-¿Será tú lo que miro? ¿Y a qué sombra
de tu soñar inmóvil pertenece
la antigua calidad en que me abismo?

Pero de pronto en mí tu voz me nombra
como un golpe de rara luz que acrece.
¡Oh música y milagro de lo mismo!



JENARO TALENS




Zoey, o de qué color son las princesas

                          Founderous wilding weeds endear paradise.
                                                                   
Louis Zukofsky



Los impactos de luz no son el día,
aunque canten la vida que no sé
y haya un sol tan extraño
que aspire a serlo sin palabras, sin
viejos nombres, sin furia, sin misterio,
ese albor de la muerte donde se asienta el mar.
Yo ya no juego Con la luz. No quiso
saber de mis raíces, de las sensaciones
que me acunaron, las que observo en ti,
sumida, como estás, en el instante
frágil de una niñez que una vez fue mi reino.
En lo más hondo de su plenitud
hay un candor que inventa mediodías
con el fluir concreto de las horas:
un mundo hecho de Cosas que se dan y perduran
transmitiendo su flujo copo a copo.
Mientras, el tiempo (que no se repite)
me circunda. Heme aquí. Ya no podría
abrir mis puertas a tu amanecer,
pero la noche ha sido mi morada,
y aún puedo percibir, sin su desasosiego,
ese aluvión de estrellas y de auroras en flor
que reclaman su cuota de rocío.
Si parco fui, tu sueño se ha vengado
de mi silencio, en esta concha
donde reposa el río que nos lleva.
Dejemos que su claridad disuelva mi costumbre.
No intentaré siquiera comprender.
Un árbol no comprende el viento que lo visita.




JOSÉ ÁNGEL VALENTE




La víspera



El hombre despojóse de sí mismo,
también del cinturón, del brazo izquierdo,
de su propia estatura.

Resbaló la mujer sus largas medias,
largas como los ríos o el cansancio.

Nublóse el sueño de deseo.
                                         Vino
ciego el amor
batiendo un cuerpo anónimo.
                                          De nadie
eran la hora ni el lugar
ni el tiempo de los besos.

Sólo el deseo de entregarse daba
sentido al acto del amor,
pero nunca respuesta.

El humo gris.
                      El abandono.
                                           El alba
como una inmensa retirada.
                                           Restos
de vida oscura en un rincón caídos.
y lo demás vulgar, ocioso.
                                           El hombre
púsose en orden natural, alzóse
y tosió humanamente.
                                           Aquella hora
de soledad. Vestirse de la víspera.
Sentir duros los límites.
                                           Y al cabo
no saber, no poder reconocerse.


MARIA ELVIRA LACACI




Las cosas viejas



Qué boba soy, Señor,
-me da vergüenza que lo sepa alguien-,
con cuántas cosas cargo. Sin motivo.
Esta pluma así vieja que ha girado mi llanto.
Este abrigo teñido, o mejor, desteñido,
porque cuántos inviernos...
Esta horrorosa planta
tan raquítica
como mi corazón,
porque ha sobrevivido -como él-
la angustiosa miseria
de la ventana
oscura
de este patio indecente.
Y así,
muchas cosas menudas
que yo siento. Indefensas.
Y debiera dejarlas,
jubilarlas, tirarlas; ahora
ya podré cambiarme,
-el nuevo sueldo de los funcionarios...-.
Pero no. No podría
olvidarlas,
y llevaré conmigo
estas pequeñas cosas así dóciles.
(Sería tan cruel si las dejara...)
Ellas,
compartieron mis horas de agonía. No los seres humanos.
Además
tengo miedo, Señor.
Otro sitio. La Vida,
y seguiré tan sola. Desgajada,
y estas cosas
amigas,
pronunciarán mi nombre
desde su silencio.
Y cuando allá muy dentro
la ternura,
me arañe y me desgarre -por tenerla encerrada-,
lo mismo que otros días,
yo miraré estas cosas
tan sencillas, tan mínimas,
tan entregadas desde su inconsciencia,
y, lentamente,
mis venas,
se irán tornando mansas. Sosegadas.

Oh, Señor, si al menos
pudieran comprender cómo las amo.