"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 27 de septiembre de 2017
ARIEL MONTOYA
Verano
Viene
el calor
desde
el potrero,
sudario errante
de la noche.
En el
viento quemado
se encrespan
murales
de lumbre,
pintados
por matorrales
incendiados
con la quema.
Arde el verano
fantasma de la sequía.
el calor
desde
el potrero,
sudario errante
de la noche.
En el
viento quemado
se encrespan
murales
de lumbre,
pintados
por matorrales
incendiados
con la quema.
Arde el verano
fantasma de la sequía.
JUAN JOSÉ MACÍAS
19
hay un
vocerío al interior de cada libro
que al
leerlo se calla
y eso
–oh, dios– es fantástico
hay
unos ojos que al mirarlos
se
obnubilan
y eso
–oh, dios– es hermoso
hay el
alma que al nombrarla
se
cristaliza y rompe
y eso
–oh, dios– es terrible
y hay
siempre el torpe que la nombra
De “Deo volente”
ESTEFANÍA ANGUEYRA
Defensa del Odio
A la manera de Mario
Benedetti
Defender
mi odio a Octavio Paz como una trinchera
defenderlo
del escándalo y el escarnio
de la
censura y los censuradores
de los
criterios pasajeros
y los
definitivos
Defender
mi odio a Paz como un principio
defenderlo
del pasmo y la patada
de los
neutrales y de la neurosis
de las
duras infamias
y los
torpes diagnósticos
Defender
mi odio como una bandera
defenderlo
del grito y la algarabía
de los
ingenios y de las murallas
de lo
pletórico y lo paradisiaco
y de la
blasfemia y La Academia
Defender
mi odio a Octavio Paz como un destino
defenderlo
del miedo y de los ardores
de las
subidas y las abatidas
de las
distracciones y del oprobio
de la
obligación de admirarlo
defender
mi odio a Paz como una certeza
defenderlo
del prójimo y la riña
de las
fastuosas máquinas del tiempo
de la
sequía y del relativismo
de los
literatos optimistas
defender
mi odio como un derecho
defenderlo
de dios y del infierno
de las
minúsculas y de la suerte
de los
cuellierguidos y las ínfulas
del
azur
y
también del odio.
HAMLET AYALA LUGO
Terrores nocturnos
No
mirar
no es
cobardía
si la
carne expuesta al aire nos da horrores
y una
imagen con eco demónico que nos sala
las
flores posibles. Pero
qué
decirle al tuerto, cómo
recriminarle
el punto ciego cuando
siempre
está nutriéndose del plato de lo feo,
cómo
atajar su negación si su empeño rema lisiado
lejos
de su mitad de mundo que ha perdido,
ese
mundo peor visto en pleno.
Abiertamente
los dolores duelen
y son
del mismo rugor al cerrar los ojos,
pero no
llueve igual si no te moja,
no
enronca igual el agua una garganta
sin ver
al indigente escurriendo negrura
como un
nuevo despojo visible
sobre
su despojo evidente,
esa
exaltación de lo que sigue siendo
pues ya ha sido, y ahora tiembla con temblor humano
pues ya ha sido, y ahora tiembla con temblor humano
y gruñe
oscuro a la intemperie
a mitad
de una vida, al final de otra, sin reniego,
pero
siempre que amanece
regurgita
y se emprende nuevamente
con un
olor a viejo vuelto al ruedo.
Todo
eso dentro
así aun
lejos de las calles,
y uno
puede refrescar, vivificar
sin
proponérselo su condición lisiada,
resentir
la llaga añeja con un escozor ya encanecido
que
luego de estar, y de incluso olvidarse, lastima
por
gracia y efecto de la memoria del cuero,
del
soplo que silbó en una enramada,
la
canción vuelta un hecho vuelta recuerdo vuelta lava mojada,
del
humo que despida ese humedecimiento,
de una
luz colada desde el patio,
de una
esquina gastada en besos,
de un
aire cálido imprevisto y su extrañeza,
un
temblor marcando las ausencias.
Sin ser
un remedio [nunca por nadie sugerido
porque
igual no lo hubiésemos tomado], uno
finalmente se recuesta en su lecho
finalmente se recuesta en su lecho
después
de haber andado el esqueleto,
los
índices guardados al calor paupérrimo de los sobacos,
y se
desprende engañosamente de su suelo indejable
guardando
una brizna de sentido
para el
descenso momentáneo del cuerpo.
Finalmente
nada puede ser eterno.
/Algo
enturbia ese desprendimiento
antes
del ensayo de la muerte;
hay un
tiento al nervio, un abordaje inesperado,
una
herida con nombre propio, un estertor, todo:
saltas.
En
mitad de la noche, fuera de ti, todo silente.
En ti,
su fantasma.
La cama
hierve…
KARL MARX
IV
Audazmente
me arriesgo al desprecio.
Lo
profundo del alma anhela confesar,
los
labios del cantor deben arder
para
soplar en las flamas de su aflicción.
¡Puedo
entonces voltear y perderme
a mí
mismo, tonto, desconsolado?
El puro
nombre del cantante desprecias
¿no lo
amas habiendo visto su rostro?
Tan
altas aspiran las ilusiones del alma.
Sobre
mí, tú te paras magnífica.
Más
estas tus lágrimas que yo deseo
y esos
mis cantos que tú sola disfrutaste
para
dar a ellos gracia y ornamento.
Entonces
ellos pueden ahora desvanecerse en el vacío.
De: “Concluyendo Sonetos a Jenny”
MANUEL BECERRA
Tú das consuelo a mis
ojos vagabundos
cuando
vuelven tristes a la casa de la infancia,
y bien
recibes estas violencias de fagot,
este
descaro del verso en el cuerpo;
para
esto nos corrigen ángeles y tú
que
alivias en la media noche
a estos
dos niños manchados por el océano en sombras
súbitos
en el espanto de no poder respirar.
Sólo tú
me alivias cuando eres la media noche.
Tú das
consuelo a los vagabundos
cuando
pasas siendo una libélula por la calle
y mis
ojos son dos niños abandonados a esa lámpara que fuiste,
mis
ojos irremediables
cuando
regresan al cielo triste de la Habana.
Sólo tú
me das consuelo en la casa antigua
cuando
el que se despierta a tu lado es ese niño
en
pleno espanto de no poder respirar
entre
las aguas de la media noche.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)