jueves, 20 de marzo de 2014

JOSÉ HIERRO




Remordimiento



I

Inútilmente fui
recorriendo senderos
entre mármoles.

Luz
de prodigiosa hondura.
(Toda la noche había
llovido. Al clarear
cesó la lluvia. Nubes
navegaban el cielo;
nubes blancas.)

Inútil
fue recorrer senderos,
buscar tu nombre. Inútil:
no lo hallé.
Y recé una oración
por ti -¿por ti o por mí?
Después te olvidé. Sean
los muertos los que entierran a sus muertos

II

Estaba
tan olvidado todo!
Pero esta noche...

¿Por qué será imposible
verte de nuevo, hablarte,
escucharte, tocarte,
ir -con los mismos cuerpos
y almas que tuvimos,
pero con más amor-
uno al lado del otro...
(Ilusión descuajada
del espacio y del tiempo
lo sé para mi daño.)

Yo te hablaría lo mismo que hablaría,
si yo fuese su dueño
mi verso: con palabras
de cada día, pero
bajo las que sonara
la corriente fluvial
de la ternura.
Como se hablan los hombres,
conteniendo las ganas
de llorar, de decirse
'te quiero'. Sin llorar
ni decirse 'te quiero',
que es cosa de mujeres.

Qué quedaría entonces
de ti, después de tantos
años bajo la tierra.
Dónde hallarte - pensé
aquel día. No estamos
jamás donde morimos
definitivamente,
sino donde morimos
día a día.

III

Pero esta noche...

Te abrazaría, créeme,
te besaría,
te daría calor,
te adoraría. Haría
algo que es más difícil:
tratar de comprenderte.

Y te comprendería
te comprendo ya, créelo.
Nos va enseñando tanto
la vida... Nos enseña
por qué un hombre ve rota
su voluntad, y sueña,
y vive solitario;
por qué va a la deriva
en el témpano errante
arrancado a la costa,
y se deja morir
mientras mira impasible
cómo se hunden los suyos,
la carne de su carne,
su hermoso mundo...

IV

Son líneas sin sentido
éstas que trazo.
Yo mismo no comprendo
qué es lo que dejo en ellas.
Acaso sea música
de mi alma, arrancada
de modo misterioso
por tu mano de muerto.

Tu mano viva.
Yo pensé en ella, pero
era una mano muerta,
una mano enterrada
la que yo perseguía.

Inútilmente fui
buscando aquella mano.
Se estaba convirtiendo
en festín de las flores.
En vaho tibio para
empeñar las estrellas.
En luz malva y errante
que da su son al alba.
Estaría mezclándose
con la tierra materna.
Se hacía mano viva:
lo que es ahora.

V

Te abrazaría, créeme.
Te daría calor.
Te comprendo ya. Entonces
no era tiempo. Fue un día
de septiembre, en Ciriego,
-un cementerio que oye
la mar- el año mil
novecientos cincuenta.

Cuando vivías, eras
un extraño. Aquel día
entre mármoles, fui
buscándote, tratando
de comprenderte. Sólo
esta noche, de modo
inesperado, al fin
he comprendido.

Tarde,
para mi daño.



SALVADOR RUEDA




La lámpara de la poesía



Desde la frente, que es lámpara lírica, desborda su acento
como un aceite de aroma y de gracia la ardiente poesía,
y a los ensalmos exhala cantando su fresca armonía,
vase llenando de luz inefable la esponja del viento.

Rozan los versos como alas ungidas de lírico ungüento
sobre las frentes, que se abren cual rosas de blanca alegría;
y un abanico de ritmos celestes el aire deslía,
cual si moviera sus plumas de magia de Dios el aliento.

Vierte en el aire la lámpara noble sus sones divinos,
que goteantes de sílabas puras derraman sus trinos
desde el tazón del cerebro de lumbre que canta sonoro.

Y revolando las almas acuden de sed abrasadas
como palomas que beben rocío y ondulan bañadas
en el temblor de la fuente sube del verso de oro.


MIGUEL DE UNAMUNO





Dulcissime vanus Homems.


Al amor de la lumbre cuya llama
Como una cresta de la mar ondea.
Se oye fuera la lluvia que gotea
Sobre los chopos. Previsora el ama

Supo ordenar se me temple la cama
Con sahumerio. En tanto la Odisea
Montes y valles de mi pecho orea
De sus ficciones con la rica trama

Preparándome el sueño. Del castaño
Que más de cien generaciones de hoja
Criara y vio morir, cabe el escaño

Abrasándose el tronco con su roja
Brasa me reconforta. ¡Dulce engaño
La ballesta de mi inquietud afloja!




JOSÉ ZORRILLA Y MORAL






Por cima de la montaña
Que nos sirve de frontera,
Te envía un alma sincera
Un beso y una canción;
Tómalos; que desde España
Han de ir a dar, vida mía,
En tu alma mi poesía,
Mi beso en tu corazón.

Tu padre, tras la montaña
Que para ambos no es frontera,
Lleva la amistad sincera
Del autor de esta canción.
Recibe, pues, desde España
Beso y cantar, vida mía,
En tu alma la poesía
Y el beso en el corazón.

Si un día de esa montaña
Paso o pasas la frontera,
Verás en el alma sincera
De quien te hace esta canción,
Que la hidalguía de España
Es quien sabe, vida mía,
Dar al alma poesía
Y besos al corazón.


PEDRO SALINAS





Anoche se me ha perdido


Anoche se me ha perdido
En la arena de la playa
Un recuerdo
Dorado, viejo y menudo
Como un granito de arena.
¡Paciencia! La noche es corta.
Iré a buscarlo mañana
Pero tengo miedo de esos
Remolinos nocherniegos
Que se llevan en su grupa
¡Dios sabe adónde!, la arena
Menudita de la playa.


EMILIO PRADOS




Ven, méteme mano…


Ven, méteme mano
por la honda vena oscura de mi carne.
Dentro, se cuajará tu brazo
con mi sombra;
se hará piedra de noche,
seca raíz de sangre…

Coagulada la fuente de mi pecho,
para pedir ayuda
subirá a mi garganta.
¡Niégasela si es vida!
¡Clávame más tu brazo!…
¡Crúzamelo!
¡Atraviésame!

Aunque me cueste el árbol de mi cuerpo,
condúceme a ti, muerte.