Costumbres
Tú
y yo hacíamos el amor como dos soldados alemanes.
El mismo asco. La misma voracidad.
La misma predilección por la muerte.
Metíamos la mano en el cuerpo del otro
buscando su intimidad,
el mecanismo que nos hacía insensibles
y a la vez vulnerables.
(Era algo decadente dejar que los cuerpos fingieran
y los espasmos nos remitieran al momento primigenio
sin pronunciar el nombre
pero llegando al hueso sin saciarse).
Todo lo que hablara de amor sonaba cursi.
Toda muestra de afecto nos ponía en peligro:
tú y yo hacíamos el amor
como dos soldados alemanes
que acaban de salir
de un campo de concentración.
El mismo asco. La misma voracidad.
La misma predilección por la muerte.
Metíamos la mano en el cuerpo del otro
buscando su intimidad,
el mecanismo que nos hacía insensibles
y a la vez vulnerables.
(Era algo decadente dejar que los cuerpos fingieran
y los espasmos nos remitieran al momento primigenio
sin pronunciar el nombre
pero llegando al hueso sin saciarse).
Todo lo que hablara de amor sonaba cursi.
Toda muestra de afecto nos ponía en peligro:
tú y yo hacíamos el amor
como dos soldados alemanes
que acaban de salir
de un campo de concentración.