domingo, 10 de noviembre de 2013

NELSON SIMÓN




Costumbres



Tú y yo hacíamos el amor como dos soldados alemanes.
El mismo asco. La misma voracidad.
La misma predilección por la muerte.
Metíamos la mano en el cuerpo del otro
buscando su intimidad,
el mecanismo que nos hacía insensibles
y a la vez vulnerables.
(Era algo decadente dejar que los cuerpos fingieran
y los espasmos nos remitieran al momento primigenio
sin pronunciar el nombre
pero llegando al hueso sin saciarse).
Todo lo que hablara de amor sonaba cursi.
Toda muestra de afecto nos ponía en peligro:
tú y yo hacíamos el amor
como dos soldados alemanes
que acaban de salir
de un campo de concentración.


CHARO GUERRA





Campo visual de la doméstica



Campo visual de la doméstica Mirada triangular cuando Isadora baila la ropa en los cristales. La doméstica observa por refracción el movimiento y los contornos de Isadora. 

Detalla respiraciones agitadas.

Más allá del cristal otro mundo es comercio, oficinas, buroes, tecnocracia... 

Ninguno de esos seres ve lo que transcurre en la piel de sus ventanas. Ninguno puede verlo. 

Isadora se abraza al airecillo de cuaresma y pacta junto a él su ondulación de diosa. 

La doméstica conoce el episodio, presiente el fin aunque el tejido severo no deja de bailar transparentando piernas, transparentando brazos, el pelo circulante de Isadora. 

El tejido blanquísimo está seco sorprende la irreverencia de un aplauso que escucha la doméstica cuando Isadora se despide haciendo un profundo ademán de cortesía. 

Danza del reposo, de la serenidad. Está la diosa en su lisura. 

Desde un balcón hacia el vacío: mirada triangular, isósceles, y el cuerpo de Isadora entregado al aroma a la ausencia de ácaros, caliente aún para mezclarse con la vencida naftalina. 


JOSÉ ÁNGEL BUESA





La sed insaciable


Decir adiós... La vida es eso.
Y yo te digo adiós, y sigo...
Volver a amar es el castigo
de los que amaron con exceso.

Amar y amar toda la vida,
y arder y arder en esa llama.
Y no saber por qué se ama...
Y no saber por qué se olvida...

Coger las rosas una a una,
beber un vino y otro vino,
y andar y andar por un camino
que no conduce a parte alguna.

Sentir más sed en cada fuente
y ver más sombra en cada abismo,
en este amor que es siempre el mismo,
pero que siempre es diferente.

Porque en el sordo desacuerdo
de lo soñado y lo vivido,
siempre, del fondo del olvido,
nace la muerte de un recuerdo.

Y en esta angustia que no cesa,
que toca el alma y no la toca,
besar la sombra de otra boca
en cada boca que se besa...




SEVERO SARDUY




Entrando en ti, cabeza con cabeza...



Entrando en ti, cabeza con cabeza,
pelo con pelo, boca contra boca:
el aire que respiras -la fijeza
del recuerdo-, respiro y en la poca

luz de la tarde -rayo que no cesa
entre los huesos abrasados- toca
los bordes de tu cuerpo; luz que apresa
la forma. Ya su cénit la convoca

a otro vacío donde su blancura
borra, marca de arena, tu figura.
El día devorando de sonidos

quema, de trecho en trecho, su espesura
y vuelca de ceniza la textura
en la noche voraz de los sentidos.


NICOLÁS GUILLÉN





Los fieles amantes



Noche mucho más noche; el amor ya es un hecho.
Feliz nivel de paz extiende el sueño
como una perfección todavía amorosa.
Bulto adorable, lejos ya,
se adormece,
y a su candor en la isla se abandona,
animal por ahí, latente.
¡Qué diario infinito sobre el lecho
de una pasión: costumbre rodeada de arcano!
¡Oh noche, más oscura en nuestros brazos!




SERAFINA NÚÑEZ





Canción del tenaz alborozo



Si, bien lo sé,
el tiempo de mi llanto es tan antiguo:
pero los ojos resisten como gemas el fuego
consumiendo la vasta llanura de la tristeza.
Islas de la esperanza se niegan al ardiente conjuro
sin embargo, a veces
ellas parecen aletear en mi sangre.
Sube desde las venas el alborozo de sus seguras selvas,
me inunda el verde de la palabra por nacer,
el tacto de las terrestres cosas
rinde entonces sus frutos de cielo sosegado,
y la orilla del olvido se me entrega
como un rostro distante que retornara dulcemente
a la sorda música de mis miradas.
Torbellino, vorágine,
tumulto de otoños y promesas
devorando los límites del alma.
Puedo en ese instante murmurar: Dios me entiende.
El amor abre sus cien puertas cada mañana
a los huracanes y a los testigos videntes;
el hombre es una ventana
que cada alba encuentra en el alféizar
su sonrisa y su gemido.
Entonces, humildemente ruego;
islas de la esperanza, sed sordas al sollozo
yo soy ahora la de enfrente,
la que pasea por aquella esquina
de pañuelos alegres.
Desde lejos me miran las viejas tinieblas,
mis labios, mis manos, presagios, palabras,
mis temores, las voraces mentiras...
Me miran desde lejos,
se insinúan, me llaman, y yo vuelvo la espalda.
(La de enfrente se pliega en su cifra remota.)
Islas de la esperanza... Las veletas sostienen
las ciudades del mundo,
y claros hombres encienden sus hogueras
en las fronteras de la noche
recuperando el territorio virginal de la canción.
El aire es un tatuaje de luces en mi frente
y el acordado rumor del arroyo y la yerba fina
humedece recónditas gargantas.
Elabora secreta lámpara tu llama para siempre,
apegada a mi pecho siento crecer la vida.