martes, 31 de enero de 2017


ESTHER GIMÉNEZ




L'oiseau



Me posé en el alambre de aquel día.
El Sol estaba exhausto. Soportaba
su corona de invierno. Un vaho translúcido
sedaba la ciudad.
Sólo el cielo encontró con qué cubrirse.
Los álamos sin tierra,
sin su arraigo mimético en el suelo,
intercambiaban risas de ojos tristes,
de ajena desnudez.
Tu lienzo, contra el álamo, esperaba:

            "El Sol reparte sus oros,
             los álamos verde-plata
             se engalanan y hacen coro
             de los coros de cigarra"

Las plumas que me arrancaste
no hizo falta que volvieras a pintármelas.
Me posé en el columpio de alambre de tu firma
y despunté mis arias.




FRANCISCO JAVIER IRAZOKI



  
Muerte transitable



Todas las mañanas, antes de empezar los trabajos del día, miro durante varios minutos las flores plantadas delante de mi puerta. A los pies de las dalias, unas hormigas recorren el tapiz de pétalos caídos. Con las derrotas que impone el tiempo ellas han construido su camino.


De: Los hombres intermitentes.


PORFIRIO BARBA JACOB




Cintia deleitosa



Como una flor arcana, llameando
bajo el turquí del cielo apareció.
Fue su amor mi almohada matutina;
su seno azul, de gota coralina
en el pezón, de noche mi almohada.

Y era esencia tan dulce y regalada
la de su carne en flor, la de su boca
por enjambres de besos habitada,
la de su axila, ¡leche con canela!,
que un ansia de gozarla me extenuó.

Cintia concentra la onda de la vida.
el campo es de Ella y grana para Ella.
Mi sangre está en su carne consumida;
su alma radia con mi luz ardida,
y ella está en mí porque yo estoy en Ella.

-Dame tu axila, ¡leche con canela!
Dame tu beso, dámelo, y la lengua
fina y caliente y roja y ternezuela...

-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
fatiga dulce, letal desvarío...
-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
No más, amorcito mío,
que me muero...


VICENTE NÚÑEZ




17. Ligera y más esbelta
que la delgada caña del aliste,
guardé en un relicario
una hebra de tu cuerpo.
Después de muchos años,
al hostigarle un día los rebeldes ingletes,
libre quedó por fin del leve biselillo
que la tuvo cautiva.
Y me reconoció como a su dueño,
corriendo hacia mis labios.


CÉSAR ANTONIO MOLINA




Cumpleaños



¡Oh!, todo estaba encendido.
La música impelía torpemente
hacia adelante y hacia atrás.
Entraban y salían gentes desconocidas.
Y había muchas voces y lenguas diversas.
Pero la que más recuerdo es la tuya,
la que no se oía.




ENRIQUE MORÓN




Todo lo perdí una tarde al borde de la poesía...



Todo lo perdí una tarde al borde de la poesía:
mi espada de duro roble, mi escudo de roble duro,
mi corazón colorado y esa triste fantasía
que tuve para el amor cuando el amor era oscuro.

Ninguna sonrisa amena quiso acercarse a mi frente,
ningún amigo de veras quiso prestarme su abrigo.
Todo lo perdí una tarde: ni el roble me fue prudente,
ni exagerado el amor, ni verdadero el amigo.


lunes, 30 de enero de 2017


JOAQUIN PASOS




Nosotros



Estamos desamparados en el mundo hediondo,
el aire se ríe de nosotros,
el agua se ríe de nosotros.
El fuego se va, no podemos guardarlo solo,
te digo que se ríe de nosotros.
Para tener el árbol, necesitas sembrarlo en el lodo.
Para tener el lodo, necesitamos morirnos nosotros.
La fruta que te comes, fue tu abuelo hecho polvo,
más tarde tu cabeza será un coco,
los árboles se ríen de nosotros.
El aire que respiras se sale por dos hoyos,
el agua que te bebes se sale por los poros,
se burlan los lagartos, se burlan los garrobos,
los animales se ríen de nosotros,
estamos desamparados en el mundo hediondo...



EFRÉN REBOLLEDO




Hacia el ideal
(fragmento)



V

Me asomé a tus pupilas, donde nada
El húmedo esplendor de las turquesas,
Y una nube preñada de promesas
Obscureció el cristal de tu mirada.
Sonreía tu boca, más rosada,
Más dulce que la pulpa de las fresas,
Y entumidas y torpes de estar presas
Mis ansias escapáronse en parvadas.
Ocultando a mi vista su misterio,
Despedía su lúbrico sahumerio
Tu carne, satinada como el raso,
Y cuando al fin miré tus perfecciones,
Combándose mi anhelo como un vaso
Recibió la primicia de tus dones.


De: Cuarzos



ALFONSO CORTÉS




La paz del sol



Yo soy el vino; el hombre es la simiente.
Subamos tierra adentro entre los ramos
de un inmutable Domingo de ramos
para abrigar a Dios eternamente.

Hoy se ha puesto mi tierra en el poniente
del marco de mi ser y prolongamos
una tarde sin horas en que estamos
cara a la eternidad del fuego ardiente.

En vano es escribir, pues no se escribe,
y lo único que pueden nuestros seres
es dictarle al amor lo que él concibe.

Basta de un buen silencio y bien del habla
cualquier cosa es así: como la quieres
y Dios es náufrago de nuestra propia tabla.




MARCO ANTONIO MONTES DE OCA




COLIBRÍ, ASTILLA que vuelas hacia atrás
y te detienes
y en picada avanzas
contra el pecho milenario del perfume:
En tus manos encomiendo
las generaciones todavía plegadas a mi carne,
las llamaradas de nieve en el diamante
y la coraza de súplicas que protege a la ruina
contra el definitivo polvo.
En tus manos y alas encomiendo
al siempre silencioso, al poeta
que rasga sus vestiduras hasta el hueso
y acoge a sus espectros
y les trasmite nueva niebla
soplando una canción entre sus labios secos.
En tus manos encomiendo al niño marinero
que crece cuando le falta piel
para tatuarse el perfil de cuanto sueña;
pues no le duele al revés del párpado
su propia carne viva,
ni el hombre al hombre,
ni la sal a las heridas del mar.
En cambio los niños
sufren lacerantes vértigos
cuando a punto de nacer,
—completamente vendados por un vientre—
sólo contemplan la luna
cuando su madre bosteza.
Por lo menos un niño sufre,
pasa las de Caín y las de Abel
cuando en la fiesta en que el adulto se complace,
deshila o masca un pezón de trapo,
en el sofá que doran por igual
sus bucles y el siglo xviii.
Mas yo voy a halarte de tus lágrimas,
niño de huesos y encajes,
flama, lumbre abovedada
que no decreces cuando más te brilla la cabeza.
Y a ti, niño sin zapatos ni pan,
te alzaré por el lóbulo de la oreja,
—asa por donde otros toman tu pequeña malicia—
para extraerte de tu overol,
ese caracol azul pegado en las esquinas
donde tu hambre se enrosca
junto a la pupila de los ricos.
Voy a librarte de los espejismos que cortan.
Sabe que hay para ti inéditos lugares,
países envueltos en celofán
y luces nacidas en el arco iris
que empapelan de mariposas la carne al descubierto;
hay altos pinos que ahorran caminatas a la lluvia,
juncos alzándose en llanuras de espuma
donde uno parte golpeándose en un cuadril
y monta escobas de rubios belfos
que van a buscar cebada al horizonte.
Entretanto, olvidaré fastuosos convoyes que riegan zafiros
    mientras avanzan;
olvidaré funámbulas imágenes que atraviesan el aro
incendiado de una mirada;
pero tú, colibrí, nunca olvides a los niños.


Aprisa fuego, nube, espuma invencible
que soportas meteoros en tu pecho:
álzate más aún,
calza los invisibles coturnos del halcón
y ve si el ojo como el pez,
salado para la única travesía memorable,
al epitafio de todo esplendor supera;
di si habrá siempre polvo sobre el polvo,
espinas sin fin emponzoñando
ese aire de oro que guarece a los lactantes.
Aprisa fuente, borbollón, agua en ristre,
hombre súbito de mica:
ábrenos camino a la venerada complacencia del sol;
pues el corazón merece ser inmortal
y lo que muere,
tiene poco tiempo para volverse eterno,
para llevar dos ejemplares de cada alegría
a su bamboleante Arca de Noé;
poco tiempo para morir
con la mano del mundo entre sus manos
o retratarse en la yerba,
flanqueado por la familia
y el apacible colibrí.
Mas si la pluma pierde al pájaro,
que alivie su nostalgia
montando en la cola de la flecha;
si la puerta del cielo ya no se abre
que el cucú regrese y con alas de madera la entorne
nuevamente.
Cuando haya anemia en el sol
y lívida se torne la pradera,
que el amor nos extienda su dulce contraseña
y entremos a los talleres de la luz
entre formas hambrientas de menos forma,
entre ausentes pegasos
que calzan herraduras de flores,
por si alguna vez hubieran de pisar
las atropelladas impurezas de la tierra.
Tan hondo como las estaciones
las criaturas se disfrazan.
No es fácil que un palo ya ceniza
abra las valvas de los astros,
ni que haya en alguna parte
sonajas que despierten a los moribundos.
Tal vez entre gastados poliedros de una sola cara,
se libere lo que es inútilmente libre
y al fin el barco perdido en el Sahara,
cruce mareas inmóviles,
olas de arena fija.
Tal vez, no sé, pero quizá
uno se procure la dicha de ver al mundo como no es,
el cuidado que nos merece la torre desde que es un
ladrillo,
la fuerza, la suplicante fuerza
que no es dolor sino paciencia,
paciencia para limpiar el lirio limpio,
la ola de tiempo que descarna
y lava hasta la invisibilidad
la ropa íntima del fósil.
En esa paciencia
crecen los sencillos héroes
que no fastidiaron a sus huesos
con monumentos pesadísimos.
Ellos redujeron al tigre a su última mancha,
inflaron huesos hasta la escultura
y polvearon de nuevo las apagadas mejillas de Neptuno.
Tras ellos una transparencia se alzó
como bocanada de celofán en el eje de las cuevas;
el éter vio sus fronteras
al amparo de noctívagos hachones;
de las perlas salió la gota de bruma
infundida por la tarde
y hasta la incandescencia transparente
se querellaron entre sí las joyas.
Los sencillos héroes hicieron añicos
sus escafandras de corcho
y los escarceos en la superficie;
con sus manos blindaron al mundo
y gracias a su desolada insistencia
se aclimataron en la tierra
especies casi extintas de rocío.
Ellos fueron naipes sobre castillos izados a pulso,
diques de agua frente al infierno encrespado.
Guardaron el silencio más difícil
con un topo vivo emboscado en el pecho;
mas no parecían llevar más allá del fin
al delfín de sus hazañas;
desfalcados por su abundancia de virtud,
semejaban un vellón sin esperanza de cordero.
Sin embargo, para siempre se mecen ahora
en la rama de aire que habita el colibrí.


De: Poesía Reunida



JORGE CARRERA ANDRADE




Inventario de mis únicos bienes




La nube donde palpita el vegetal futuro,
los pliegos en blanco que esparce el palomar,
el sol que cubre mi piel con sus hormigas de oro,
la ideografía de una calabaza pintada por los negros,
las fieras de los bosques del viento inexplorados,
las ostras con su lengua pegada al paladar,
el avión que deja caer sus hongos en el cielo,
los insectos como pequeñas guitarras volantes,
la mujer vista de pronto como un paisaje iluminado por un
relámpago,
la vida privada de la langosta verde,
la rana, el tambor y el cántaro del estómago,
el pueblecito maniatado con los cordeles flojos de la lluvia,
las patrullas perdidas de los pájaros
—esos grumetes mancos que reman en el cielo—,
la polilla costurera que se fabrica un traje,
la ventana —mi propiedad mayor—,
los arbustos que se esponjan como gallinas,
el gozo prismático del aire,
el frío que entra en las habitaciones con su gabán mojado,
la ola de mar que se hincha y enrosca como el capricho
de un vidriero,
y ese maíz innumerable de los astros
que los gallos del alba picotean
hasta el último grano.

LUIS CARDOZA Y ARAGÓN




Soledad
(Fragmentos)



Mi corazón en duelo
solitario se pierde
descalzo por la nieve.
Mi soledad, mi sueño.

Eres sólo un imán
de afanes y ternuras.
Adoro en ti, mujer,
mis soledades juntas.

Canto del marinero
en su canto perdido.
—vino, mujer y olvido—
no en la mar sin sendero.

Uno mismo disuelto
en la voz no emitida.
Oye mi voz, te mira:
yo callo para hablarte.

De par en par abierta
ventana sobre el mar.
De sí teje la araña,
y yo, mi soledad.

Como espina en la rosa,
soledad, soy tu sombra.

Tu voz de cauce oculto
y polvo sojuzgado,
tu voz guía mi mano,
sólo tu voz de túmulo.

La estatua mutilada
sueña. Tiene su sueño
mucho de niño ciego
y rosa pisoteada.

Cuerpo mío final,
sólo nostalgia eres.

Nostalgia y soledad.
¡Oh mar sin litorales!

Oigo pasos de nieve
rosada: tú, descalza,
de piedra y sueño, siempre,
columna enamorada.

Amortaja la escarcha
tu cabello flamígero.
Para besar tus manos
ya no tengo la tierra.

¡Ya no tienes tus labios
para besar la mía!

Como el blanco a la flecha
y a los ríos el mar,
me encuentras, soledad.

Cuando sucinto tu paisaje reina
construido con miradas
y un solo parpadeo
veloz, inacabable;

Cuando cierro los ojos y te palpo,
cuando recorro tu tranquila esfera
y siento que tu aliento
mis cabellos besa;

Cuando tu voz delgada
de anciano yerto humo
me corta las arterias;

No es tu voz la que escucho
sólo tu voz de musgo.
Sino mis propios cielos
que dejan de ser mudos.

Tú eres, soledad,
la única y purísima
substancia de las rosas.

Yo canto porque no puedo eludir la muerte,
porque le tengo miedo, porque el dolor me mata.
La quiero ya como se quiere al amor mismo.
Su terror necesito, su hueso mondo y su misterio.

Lleno del fervor de la manzana y su corrosiva fragancia,
lujurioso como un hombre que sólo una idea tiene, angustiadamente carnal, como la misma muerte devorante
yo me consumo aullando la traición de los dioses.

Soledad mía, oh muerte del amor, oh amor de la muerte,
que nunca hay vida, nunca, ¡nunca! sino sólo agonía.
En mis manos de fango gime una paloma resplandeciente,
porque el amor y el sueño son las alas de la vida.

Me duele el aire. Me oprimen tus manos absolutas,
rojas de besos y relámpagos, de nubes y escorpiones.
Soledad de soledades, yo sé que si es triste todo olvido,
más triste es aún todo recuerdo, y más triste aún toda
esperanza.

Porque el amor y la muerte son las alas de mi vida,
que es como un ángel expulsado perpetuamente.

Solo está el hombre.
Solo y desnudo como al nacer.
Solo en la vida y en la muerte solo,
y solo en el amor,
con su sueño, su sombra y su deseo
—ángeles inclementes—
anegado de soledad y de alegría.
¡De alegría! desnuda soledad,
como la del dolor y del misterio.

Cuando el tiempo es tan puro que inmóvil se ha callado
en el fondo del alma,
para que no lo empañe ni el suspiro de un ángel;
cuando su transparencia ilumina la muerte
y lúcida sonríe con su tierna aspereza;
cuando nada ni nadie nos retiene ni sacia
y es la vida voluntario olvido,
desmayada insolencia,
tu pasión me congrega, soledad,
pasión de desahuciado, pasión de siempre viudo,
oh diosa de piedad humana,
oh mi siempre virgen joven madre,
y con la sangre ciega del silencio
maduramos el fruto de la flor del sueño,
siempre viva.

Solo está el hombre
con su sueño, su sombra y su deseo.
Llega a ti, soledad,
dulcemente herido por la esperanza,
buscando el polvo de oro de tus mares más jóvenes,
consuelo a su abandono,
refugio a la ignorancia de su alma.

La piedra tiene compañía,
pero el hombre busca su patria.
La flor del sueño, siempreviva.
¡Siempre viva!
Y no hay fruto ni tierra prometida.

He nacido en el humo,
en el choque de un milagro con otro,
en la única muerte que me tuvo.
He besado el casco del caballo,
el mar, el llanto y el estiércol.
He golpeado con mis pies y mis sueños
las piedras y los dioses,
otros pies y otros sueños.
He comido mi muerte,
el tierno fruto, el plomo.
Y he muerto en todas partes,
como la lluvia, el trigo:
triste, fecundo, solo.

Os recordaréis de mí,
hombres futuros.
Os recordaréis de mí,
soledades de mañana.

Yo te acompaño, soledad hermosa,
cuando más desoladas entre las olas
tu negro sol sonoro, única rosa,
apaga sus sombrías caracolas.

Entonces, en tu espacio de amapolas,
viva ceniza y persistente esposa,
como un ángel de olvido y barcarolas,
ciega, incandescente y silenciosa,

trazas sobre el espejo, con neblina,
el signo pensativo de tu gozo
de roca florecida que es tu imagen.

Sólo tu imagen veo, repentina,
natalmente hundiéndose en sollozo
en tu imagen de espejo sin imagen.

1936

domingo, 29 de enero de 2017


JOAQUIN PASOS




CUANDO LLEGUÉIS A VIEJOS, respetaréis la piedra,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó alguna piedra.
Vuestros hijos amarán al viejo cobre,
al hierro fiel.
Recibiréis a los antiguos metales en el seno de vuestras
familias,
trataréis al noble plomo con la decencia que corresponde a
su carácter dulce;
os reconciliaréis con el zinc dándole un suave nombre;
con el bronce considerándolo como hermano del oro,
porque el oro no fue a la guerra por vosotros,
el oro se quedó, por vosotros, haciendo el papel del niño
mimado,
vestido de terciopelo, arropado, protegido por el resentido
acero...
Cuando lleguéis a viejos, respetaréis al oro,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó algún oro.

El agua es la única eternidad de la sangre.
Su fuerza, hecha sangre. Su inquietud, hecha sangre.
Su violento anhelo de viento y cielo,
hecho sangre.
Mañana dirán que la sangre se hizo polvo,
mañana estará seca la sangre.
Ni sudor, ni lágrimas, ni orina
podrán llenar el hueco del corazón vacío.
Mañana envidiarán la bomba hidráulica de un inodoro
palpitante,
la constancia viva de un grifo,
el grueso líquido.
El río se encargará de los riñones destrozados
y en medio del desierto los huesos en cruz pedirán en vano
que regrese el agua a los cuerpos de los hombres.

Dadme un motor más fuerte que un corazón de hombre.
Dadme un cerebro de máquina que pueda ser agujereado
sin dolor.
Dadme por fuera un cuerpo de metal y por dentro otro
cuerpo de metal
igual al del soldado de plomo que no muere,
que no te pide, Señor, la gracia de no ser humillado por tus
obras,
como el soldado de carne blanducha, nuestro débil orgullo,
que por tu día ofrecerá la luz de sus ojos,
que por tu metal admitirá una bala en su pecho,
que por tu agua devolverá su sangre.
Y que quiere ser como un cuchillo al que no puede herir
otro cuchillo.

Esta cal de mi sangre incorporada a mi vida
será la cal de mi tumba incorporada a mi muerte,
porque aquí está el futuro envuelto en papel de estaño,
aquí está la ración humana en forma de pequeños ataúdes,
y la ametralladora sigue ardiendo de deseos
y a través de los siglos sigue fiel el amor del cuchillo a la
carne.
Y luego, decid si no ha sido abundante la cosecha de balas,
si los campos no están sembrados de bayonetas,
si no han reventado a su tiempo las granadas...
Decid si hay algún pozo, un hueco, un escondrijo
que no sea un fecundo nido de bombas robustas;
decid si este diluvio de fuego líquido
no es más hermoso y más terrible que el de Noé,
sin que haya un arca de acero que resista
ni un avión que regrese con la rama de olivo!

Vosotros, dominadores del cristal, he ahí vuestros vidrios
fundidos.
Vuestras casas de porcelana, vuestros trenes de mica,
vuestras lágrimas envueltas en celofán, vuestros corazones
de baquelita,
vuestros risibles y hediondos pies de hule,
todo se funde y corre al llamado de guerra de las cosas,
como se funde y se escapa con rencor el acero que ha
sostenido una estatua.

Los marineros están un poco excitados. Algo les turba su
viaje.
Se asoman a la borda y escudriñan el agua,
se asoman a la torre y escudriñan el aire.
Pero no hay nada.
No hay peces, ni olas, ni estrellas, ni pájaros.
Señor Capitán, ¿a dónde vamos?
Lo sabremos más tarde.
Cuando hayamos llegado.
Los marineros quieren lanzar el ancla,
los marineros quieren saber qué pasa.
Pero no es nada. Están un poco excitados.
El agua del mar tiene un sabor más amargo,
el viento del mar es demasiado pesado.
Y no camina el barco. Se quedó quieto en medio del viaje.
Los marineros se preguntan ¿qué pasa? con las manos,
han perdido el habla.
No pasa nada. Están un poco excitados.
Nunca volverá a pasar nada. Nunca lanzarán el ancla.

No había que buscarla en las cartas del naipe ni en los
juegos de la cábala.
En todas las cartas estaba, hasta en las de amor y en las
de navegar.
Todos los signos llevaban su signo.
Izaba su bandera sin color, fantasma de bandera para ser
pintada con colores de sangre de fantasma,
bandera que cuando flotaba al viento parecía que flotaba el
viento.
Iba y venía, iba en el venir, venía en el yendo, como que si
fuera viniendo.
Subía, y luego bajaba hasta en medio de la multitud y
besaba a cada hombre.
Acariciaba cada cosa con sus dedos suaves de sobadora de
marfil.
Cuando pasaba un tranvía, ella pasaba en el tranvía;
cuando pasaba una locomotora, ella iba sentada en la
trompa.
Pasaba ante el vidrio de todas las vitrinas,
sobre el río de todos los puentes,
por el cielo de todas las ventanas.
Era la misma vida que flota ciega en las calles como una
niebla borracha.
Estaba de pie junto a todas las paredes como un ejército
de mendigos,
era un diluvio en el aire.
Era tenaz, y también dulce, como el tiempo.

Con la opaca voz de un destrozado amor sin remedio,
con el hueco de un corazón fugitivo,
con la sombra del cuerpo,
con la sombra del alma, apenas sombra de vidrio,
con el espacio vacío de una mano sin dueño,
con los labios heridos,
con los párpados sin sueño,
con el pedazo de pecho donde está sembrado el musgo del
resentimiento
y el narciso,
con el hombro izquierdo,
con el hombro que carga las flores y el vino,
con las uñas que aún están adentro
y no han salido,
con el porvenir sin premio, con el pasado sin castigo,
con el aliento,
con el silbido,
con el último bocado de tiempo, con el último sorbo de
líquido,
con el último verso del último libro.
Y con lo que será ajeno. Y con lo que fue mío.

Somos la orquídea del acero,
florecimos en la trinchera como el moho sobre el filo de la
espada,
somos una vegetación de sangre.
Somos flores de carne que chorrean sangre,
somos la muerte recién podada
que florecerá muertes y más muertes hasta hacer un
inmenso jardín de muertes.

Como la enredadera púrpura de filosa raíz
que corta el corazón y se siembra en la fangosa sangre
y sube y baja según su peligrosa marea.
Así hemos inundado el pecho de los vivos,
somos la selva que avanza.

Somos la tierra presente. Vegetal y podrida.
Pantano corrompido que burbujea mariposas y arcoiris.
Donde tu cáscara se levanta están nuestros huesos llorosos,
nuestro dolor brillante en carne viva,
oh santa y hedionda tierra nuestra,
humus humanos.

Desde mi gris sube mi ávida mirada,
mi ojo viejo y tardo, ya encanecido,
desde el fondo de un vértigo lamoso
sin negro y sin color completamente ciego.
Asciendo como topo hacia un aire
que huele mi vista,
el ojo de mi olfato, y el murciélago
todo hecho de sonido.
Aquí la piedra es piedra, pero ni el tacto sordo
puede imaginar si vamos o venimos,
pero venimos, sí, desde mi fondo espeso,
pero vamos, ya lo sentimos, en los dedos podridos
y en esta cruel mudez que quiere cantar.

Como un súbito amanecer que la sangre dibuja
irrumpe el violento deseo de sufrir,
y luego el llanto fluyendo como la uña de la carne
y el rabioso corazón ladrando en la puerta.
Y en la puerta un cubo que se palpa
y un camino verde bajo los pies hasta el pozo,
hasta más hondo aún, hasta el agua,
y en el agua una palabra samaritana
hasta más hondo aún, hasta el beso.

Del mar opaco que me empuja
llevo en mi sangre el hueco de su ola,
el hueco de su huida,
un precipicio de sal aposentada.
Si algo traigo para decir, dispensadme,
en el bello camino lo he olvidado.
Por un descuido me comí la espuma,
perdonadme, que vengo enamorado.
Detrás de ti quedan ahora cosas despreocupadas, dulces.
Pájaros muertos, árboles sin riego.
Una hiedra marchita. Un olor de recuerdo.
No hay nada exacto, no hay nada malo ni bueno,
y parece que la vida se ha marchado hacia el país del
trueno.
Tú, que viste en un jarrón de flores el golpe de esta fuerza,
tú, la invitada al viento en fiesta,
tú, la dueña de una cotorra y un coche de ágiles ruedas,
tú que miraste a un caballo del tivovivo sobre la verja
y quedar sobre la grama como esperando que lo montasen
los niños de la escuela,
asiste ahora, con ojos pálidos, a esta naturaleza muerta.
Los frutos no maduran en este aire dormido
sino lentamente, de tal suerte que parecen marchitos,
y hasta los insectos se equivocan en esta primavera
sonámbula sin sentido.
La naturaleza tiene ausente a su marido.
No tienen ni fuerzas suficiente para morir las semillas del
cultivo
y su muerte se oye como el hilito de sangre que sale de
la boca del hombre herido.
Rosas solteronas, flores que parecen usadas en la fiesta
del olvido,
débil olor de tumbas, de hierbas que mueren sobre
mármoles inscritos.
Ni un solo grito. Ni siquiera la voz de un pájaro o de un niño
o el ruido de un bravo asesino con su cuchillo.

¡Qué dieras hoy por tener manchado de sangre el vestido!
¡Qué dieras por encontrar habitado algún nido!
¡Qué dieras porque sembraran en tu carne un hijo!

Por fin. Señor de los Ejércitos, he aquí el dolor supremo.
He aquí, sin lástimas, sin subterfugios, sin versos,
el dolor verdadero.
Por fin, Señor, he aquí frente a nosotros el dolor parado
en seco.

No es un dolor por los heridos ni por los muertos,
ni por la sangre derramada ni por la tierra llena de lamentos,
ni por las ciudades vacías de casas ni por los campos llenos
de huérfanos.
Es el dolor entero.

No pueden haber lágrimas ni duelo,
ni palabras ni recuerdos,
pues nada cabe ya dentro del pecho.
Todos los ruidos del mundo forman un gran silencio.
Todos los hombres del mundo forman un solo espectro.
En medio de este dolor, ¡soldado!, queda tu puesto
vacío o lleno.
Las vidas de los que quedan están con huecos,
tienen vacíos completos,
como si se hubieran sacado bocados de carne de sus
cuerpos.
Asómate a este boquete, a éste que tengo en el pecho,
para ver cielos e infiernos.
Mira mi cabeza hendida por millares de agujeros:
a través brilla un sol blanco, a través un astro negro.
Toca mi mano, esta mano que ayer sostuvo un acero:
puedes pasar, en el aire, a través de ella, tus dedos!
He aquí la ausencia del hombre, fuga de carne, de miedo,
días, cosas, almas, fuego.
Todo se quedó en el tiempo. Todo se quemó allá lejos.




BERTALICIA PERALTA




La única mujer



La única mujer que puede ser
es la que sabe que el sol para su vida empieza ahora

la que no derrama lágrimas sino dardos para
sembrar la alambrada de su territorio

la que no comete ruegos
la que opina y levanta su cabeza y agita su cuerpo
y es tierna sin vergüenza y dura sin odios

la que desaprende el alfabeto de la sumisión
y camina erguida

la que no le teme a la soledad porque siempre ha estado sola
la que deja pasar los alaridos grotescos de la violencia

y la ejecuta con gracia
la que se libera en el amor pleno
la que ama

la única mujer que puede ser la única
es la que dolorida y limpia decide por sí misma
salir de su prehistoria.




SUSANA CHÁVEZ




Cuerpo desierto



Algunos cargan mi cuerpo desierto
tras su espalda
como si fuera el sendero
un día cruzado hacía mí.
Mientras, me mezclo inclemente
con cenizas de todas las calmas
convirtiendome en mar de tormentas,
de huesos perdidos.
En algo indistinguible,
mitológico,
aún más errante que CRISTO,
que el llanto.
Más insolente que la ceguedad,
más enfebrecido que miembro erecto de perro,
más cotidiano que la mano dentro
de la falda infantil,
más prestado que el dinero.
Me convierto en pena clavada
        en carne vacía,
en perseguido persiguiéndote,
    cavador de gritos,
en habitante
de este cuerpo
desierto.



MARINA CENTENO





Soliloquio



Se gasta el agua de las ingles
atormentada en piedra
que se parte dulcísima en fragmentos

Nace un sonido libido en la atmosfera
que arranca el tuétano de la memoria
en prontitud de púrpura

El paisaje es danza de venado que aparea en soliloquio

Las moscas se entretienen en el aire –fugacidad de muerte-
en generosa vacilación de alas
con mieles esparcidas
por rotunda congregación de ritmos

El estallido busca la explanada para morirse en líquido

El rostro de los mil rostros que me ejercen
es una pausa brusca del instante
con poemas de júbilo en los labios


ROSA IGLESIAS






Cuando caen los ángeles


"Morirse a tiempo es consolador
cuando van cayendo los ángeles..."

R.I



Y así es cómo van los ángeles cayendo,
como siglos y siglos de bondades abortadas.
Pero hay una luz de sensibilidad
que mientras transcurre, silba.
Yo me quisiera morir muy despacito a veces...
Como un pajarillo triste,
como un halo de vapor que se disipa
en su propia levedad
para ser causalidad del aire.
Pero es esta pesadez en el alma,
este plomo de gravedad y de sombra
el que va aceptando su nueva densidad
de piedra...
Si al menos pudiera alguien decirme
cuál es el peso exacto de la oscuridad
o el calibre de la nubes cuando sufren
penitencias de lastre y acero.
Perdonadme si me agobio
por tener que admitir, que la verdad
no es siempre una valentía útil,
que la he visto sangrar
en manos de iconoclastas obtusos,
que aunque la divisé gloriosa, elevándose
con vuelos arriesgados
también la vi caer, precipitándose inservible,
contra las terribles aristas de algún corazón de roca.
Pero ya no hay necesidad de llorar
inconsolables por ella
ni existe otra expectativa prioritaria
que la de aprender a asumir la libertad,
del mismo modo
que aun aprenden los niños
a colisionar con la muerte.






JOSÉ ÁNGEL VALENTE




Ahora, amiga mía...



Ahora, amiga mía
que una flor de papel preside el aire,
que el aire se deshace en dulces pétalos
de jadeante miel en tus rodillas,
ahora que no hablamos del otoño
ya nunca más
para no tropezar con tu mirada,
ahora que te adentras por la vida,
ligera, según dices,
desposeída al fin de prejuicios,
ideas recibidas, tiempo estéril,
incomprensibles normas y principios,
ay -ahora
que la virginidad navega todavía
como un barco vacío por oscuros telares,
por intactos desvanes y sueños sin sentido,
qué hacer en medio de la tarde,
cómo entregarse sin terror de pronto
y cómo confesar que detrás de tu lecho
odiosa la inocencia,
inservibles los claros pensamientos,
traicionan palabras aprendidas
en revistas de moda, tópicos de vanguardia,
digo, tópicos que tan libre te hacen,
aunque no de ti misma,
aunque no de tu vientre inopinado
donde súbito baja,
feroz y sofocante, el duro golpe
del corazón.

Qué tierna insensatez la de estar solos,
la del estremecimiento vergonzoso
ante la voz del hombre
Y el no estar a la altura de las propias palabras
con esfuerzo aprendidas,
pues ahora
bien sencillo sería el acto del amor
sin aquel eco
soez de sumergidas tradiciones
no expurgadas a tiempo,
ahora que la misma indiferencia
de las frases audaces y ante oídas
del loro varonil tan propicia parece,
si la conversación no fuera ya pretexto,
argumento de un miedo mal oculto
a no saber qué hacer en este trance.

Demasiado tarde vuelves
a recaer en frases y agudezas,
mientras escondes el temblor que sube,
absurdamente provinciano y burdo,
de niña de agua dulce,
desusada y antigua, hasta tus labios,
mientras repites al pic-up la misma
canción francesa que nos gusta tanto,
que nos hace sentir más al corriente,
casi no necios ni burgueses tristes.

Qué fácil fuera ahora desnudarse,
dejar caer el velo simplemente
sin el terror oscuro que te ata
a los núbiles senos,
qué fácil fuera acaso si no fuera
por la flor jadeante de papel amarillo
que preside la tarde,
por el desasosiego súbito que oprime
hasta el dolor tu tímida cintura
por la imposible confesión aciaga
de tu añeja inocencia,
por el urbano gesto
de loro aclimatado a otras regiones
con que el varón disfraza su animal procedencia,
por los pasos de alguien que se acerca,
por el timbre que suena
como un ángel guardián ( te ruboriza
sin poder evitarlo el pensamiento )
y la ocasión disuelve, mientras tú más segura
recuperas ingenio y frases hechas,
piensas que, al fin y al cabo, volverá a repetirse,
prefabricada como es, y entonces
no dudarás en entregarte,
entonces-
es decir, sin que llegue
el deseo a pasión ni la pasión a amor
ni el hálito terrible del amor
al abrasado borde de tu cuerpo.



sábado, 28 de enero de 2017


ARMANDO ROA VIAL




3
EN VANO HE LUCHADO CONTRA EL TENAZ INSOMNIO
de mi muerte.
La vida es una asamblea de sombras
Que se inmolan unas a otras.

De: Zarabanda de la Muerte Oscura


BLANCA SANDINO




Strike 1



Ah, pero si el bateador logra conectar
con la bola hacia el terreno de juego
se abrirá un gran abanico de posibles jugadas.




CARLOS BARRAL



  
La cour carrée



Oh rápida, te amo.
Oh zorra apresurada al borde del vestido
y límite afilado de la bota injuriante,
rodilla de Artemisa fugaz entre la piedra,
os amo,
sombra huidiza en la escalera noble,
espalda entre trompetas por el puente.
Oh vagas, os envidio,
imágenes parejas en los grises
vahos de las cristaleras entornadas,
impacientes
-que llegan a las citas con retraso-
nervios de los que habitan (el descuido
seguro y arrogante de la puerta entreabierta
y el gesto ordenador de las cosas que miran).
Lo quiero casi todo:
la puerta del palacio con armas y figuras,
el nombre de los reyes y el latón de República.
Quiero tus ojos de extranjera ingenua
y la facilidad sin alma del copista.
Quiero esta luz de ahora. Es mi deseo
estar abierto, atento, hasta que parta.
Y quisiera que alguien me dijera
adiós,
contenida, riendo entre lágrimas.
Extranjero en las puertas, no estás solo,
mi apurada tristeza te acompaña.



MARISA LEÓN




Poema



-Quién eres ahora.
Antes de ahora eras de mi Alma
y ya no te reconoces en mí.-

¿Quién eres?

Acaso el felino en el baobab
divisando el Este y la Luz
acaso presientes el escalofrío de la inmortalidad
cuando reinventamos el morfema del Alma

mutando entre ecos
en el pergamino que cuenta nuestra vieja historia

la historia que se repite...

Ahora soy otra persona de la que fui en otra era
donde tú y yo no usábamos piel
y bebíamos de la fuente primigenia
del maná de los dioses...

Ahora, errantes y desconocidos
nos reencontramos en el tiempo
-y el viento lo sabía-
y tú, durmiente, no despiertas...

Ni mis besos te avivan
de tu letargo de eones.




MAYRA OYUELA




Tranviaria



Llevo al mundo como pendientes en mis orejas,
rozo con mis pestañas a los desconocidos,
beso manos de transeúntes
(hormigueo en los labios).
Que alguien me aborde,
soy el metro que esta ciudad jamás conoció,
atrevidos en mi todos los años,
en mí el transcurrir,
en mí la palabra ventrílocua de cada estación,
en mí la espina
y el diente que muerde la rosa de lo oculto.
Mis muertos no son sombras raídas en la luz.
Que alguien me aborde,
sé cual es el principio y el final de este cuento.
Que alguien suba y se detenga en mí.
Mis ojos son túneles que dan a cualquier lugar,
mis manos paredes para reposar en lo oscuro,
mis brazos sillones para que vengan a hacer el amor.
Roto ya todo lo íntimo en mí,
he de saberte andar,
mundo, con los puños cerrados en señal de auxilio
y no de defensa cerrados
para llevar en ellos el resto del aire que no supo caber en mis pulmones.
En la imperfección está lo bello.
No necesito ser el poeta sino el poema,
la belleza está por encima
de la lógica de cualquier poeta.
Necesito andarte despacio, camino,
no me detengo en el asombro de saber llegar,
mundo: en tus barrios, tatuadas están
las paredes de calcárea sumisión,
en tus barrios fue donde aprendí
a defender el descenso.
Soy el metro que esta ciudad jamás conoció;
en mí los volantes con fotos de desaparecidos,
en mí tumultos de palabras
que alguien no pudo barrer bajo la alfombra,
en mi el transcurrir.
Que nadie venga a preguntar
porque no te describo,
esperanza,
yo hablo de eso otro bello,
que no está en lo bello.
Abórdenme predicadores de la tarde,
zanates, pirueteros, estudiantes:
no olviden el punzón y escriban en la oquedad de mis vagones
teléfonos para citas de amor,
DJ, bartenders y todos con título
de extranjerismo en su profesión,
suban carniceros del San Isidro, conserjes
y putas, albañiles vengan a devolver la sonrisa
a las princesas de los domingos.
Mujeres: describan con su carmín
la caricia que no les tocó,
suban, fresitas del high school,
madres solteras, suicidas,
docentes, vengan a traficar
perfumes traídos del Canal de Panamá,
vengan a abordarme, en mí el transcurrir,
todos los años, el suspenso del que anda a tu lado,
a pesar de su humanidad.
Sé quien soy, basta una palmada en el hombro
y retorno a mis pies nauseabundos de sueños,
basta una palmada en el hombro
y retorno a mí al anonimato,
a la flatulencia, a la humana que soy.
¡Abórdenme!!!
soy el metro que esta ciudad jamás conoció,
vengan y calcen mis pies
ya que nunca podrán calzar mis zapatos.


MARÍA GERMANÁ MATTA




Clandestino



Llora el Ángelus Novus
de sus alas rasgadas brota
la sangre apocalíptica
de la catástrofe.


Son niños, hombres y mujeres en floración

han atravesado la curva árida
de una vida sin tregua
y escalado la sed de todos los abismos
en su pecho
vibran las cuerdas
de una sinfonía
con los desacordes mudos
de sus cuatro movimientos
el hedor turbio
de la guerra
con sus alaridos de relámpago
proclamando
el diluvio de los huesos
sus espaldas arrastran
los azotes de una ciudad
fundida en ruinas
y un rocío
de pétalos marchitos
le escuece el corazón
en su estómago
cruje la cigarra del hambre
de sus labios aflora
el charco seco de la sed
y sus ojos recios
añoran semillas
para un suelo seco.

Sopla el viento

en la huida
y como Orfeo
sabe
que no puede mirar atrás
y corre
.............corre
.......................corre
su aliento rastrea
el vestigio de algún paraíso
su voz no es una voz
es un chirrido de pájaro
volando hacia el ocaso
de todas las incertidumbres.

Ha llegado

deposita sus ojos húmedos
en tierra firme
pero la lluvia
sigue cayendo a chorros
sobre la planta reseca
de sus pies
apenas un soplo
para los harapos
de sus sueños
¿Cuándo terminará su huida?
¿Existirá algún lugar sin fosas
que lo aguarde?

Detrás de cada huida

hay una luz
un cielo sin escombros
en la desembocadura de los sueños.
Existe un puerto
de todas las ternuras cobijándolo.
Grita la voz del instinto.

Sueña con la hierba silvestre

brotando a chorros
por su sangre
danzan con furia
sus párpados desamparados
con la voz de la promesa.

No sabe que en las ciudades
del norte
brillan glamurosos
los carteles
tras los focos luminosos
las sonrisas
espejismos de una dicha
a crédito
que se compra con visa o mastercard
el mundo navega
por las corrientes sin brújula
del gran mercado
chupando el humus
de sus precarios habitantes.

Soles negros

en los rostros sin nombre
las ciudades del norte
erigen sus torres de acero
amurallando todos los delirios
labios sellados
para sus ruegos sin refugio
paneles sin miel
para la intemperie de sus lágrimas
ellos, los sin rostro
deambulan por el pavimento indiferente
de la gran ciudad.


viernes, 27 de enero de 2017


PORFIRIO BARBA JACOB




En las noches oceánicas...



En las noches oceánicas
de los campos de Cuba,
muchachuela rural ha llamado a mi hombría;
tiene las carnes fúlgidas,
tiene los ojos bellos,
desnuda muestra corales vivos
ardiendo en sus mamelias...


VICENTE NÚÑEZ




Tus manos



Yo sé muy bien que no serán tus manos
rojas, de irrefutable arcilla humana,
las que han de herirme a su pesar mañana.
¿Suyo es mi ensueño? Míos son sus vanos

reinos de laberintos y de arcanos.
Yo sé muy bien su condición rufiana,
y cuánto pierde aquel que siempre gana
salvo ante dos asaltos soberanos.

¿Qué valieron sin mí, qué ha perdurado
de cuando se incendiaban como estrellas,
de cuando las besaba sin quererte?

Una ceniza de oro desplomado,
unos destellos que no fueron de ellas...
Rosas de trapo en manos de la muerte.


De: "La Gorriata"



ESTHER GIMÉNEZ

  


My will

                              Dedicated to my cat and all the cat lovers across
                                                 the Universe - screw everybody else
                                                                              Freddie Mercury



Creerás que tu atractivo macilento
admitirá que el tiempo lo marchite
-como huracán que arrasa un pensamiento,
como amor que en exceso se derrite...

Presumes de saber cómo se olvida.
Admiras tu semblante envejecido,
gracias a la experiencia de la vida,
y enseñas sin haber casi aprendido.

No pretendas morir, pues no podrás.
Yo mantendré intocable tu hermosura
pues nadie sino yo podrá jamás
sólo de pluma un roce hacerla impura.

Resígnate a ser mía mientras viva
y a pervivir después en lo que escriba.


CÉSAR ANTONIO MOLINA




En el jardín de Ostia



En el viejo jardín de la casa
se recogían las hojas con rocío.
Las gotas del río celeste
con las que escribir los deseos
atados a las ramas combadas de los sauces.
En el viejo jardín de la casa
por el filo del puente de plata
se huía en soledad hacia el Solitario.


CINTIO VITIER




Los límites futuros

                                                          A José María Valverde



He tocado estos límites, los he masticado,
los he digerido (mal, desde luego),
los he trasmutado en días enormes y pequeños,
los he mandado a la luna de ida y vuelta,
los he dejado en Venus una tarde,
me he vestido con ellos para festejar mis bodas,
los he visto arder en la ceniza,
los he llenado de flores e improperios,
los he confundido con el patio de mi casa,
me han atendido como sirvientes,
médicos, psicólogos y sepultureros,
los he oído recitar sus poesías,
los he llevado como bastón, como amuleto,
como título de propiedad, como esperanza,
se han puesto a discutir con los vecinos
y desde luego con las nubes y los gatos,
los he sacado a puntapiés y me han abierto
las puertas del crepúsculo llorando,
se han llenado de rabia y de deseo,
se han puesto a recordar en la azotea,
juntos oímos música y leemos,
juntos sufrimos, nacemos y cantamos,
sus ojos borrarán estas palabras.


SALVADOR ESPRIU




No conviene que digamos el nombre...



No conviene que digamos el nombre
de aquel que nos piensa más allá de nuestro miedo,
Si tropezamos a tientas
con este extraño ciego
y nos sentimos observados siempre
por la blanca mirada del ciego,
¿dónde, sino en el vacío y en la nada,
fundamentaremos nuestra vida?
Intentaremos levantar sobre la arena
el peligroso palacio de nuestros sueños
y aprenderemos esta humilde lección
a lo largo del cansancio,
pues sólo así seremos libres para combatir
por la victoria última sobre el espanto.
Escucha, Sepharad: los hombres no pueden existir
si no son libres.
Que Sepharad sepa que nunca podremos existir
si no somos libres.
y clame la voz de todo el pueblo: «Amén».


Versión de José Corredor-Matheos



jueves, 26 de enero de 2017


ALEJANDRO DUQUE AMUSCO


  

Palabra



Celada hermosa,
detrás de cuya estela
se me fueron
los ojos deslumbrados;
viví para ahuyentar
la muerte y su cara empolvada
con tu gracia
de frágil danzarina.

Para esperarte
bajo la luna negra del deseo,
como sumiso amante,
por si acaso venías.
Pero tal vez
no eres más que eso: una espera
en la noche,
la espera que se cumple
en otra espera,
la promesa
por siempre demorada.
La cita de una ausencia.
¿Cómo tenerte, hechizo delicado,
si sé que las palabras
más amadas son esas
que nadie oye,
las más ansiadas son
las que nos cuestan
al final
la vida?


De:"Donde rompe la noche"



ALDOUS HUXLEY




Almería



Los vientos aquí no tienen insignias en movimiento, pero recorren
una vacía oscuridad, una destemplada luz;
ramas que no se doblan, nunca una flor torturada
se estremece, raíces agotadas, a punto de volar;
alado futuro, marchito pasado, ni semillas ni hojas
dan fe de esos veloces pies invisibles: corren
libres por una tierra desnuda, cuyo pecho recibe
todo el fiero ardor de un sol desnudo.
Tú tienes la Luz por amante. ¡Tierra afortunada!
Que concibe el fruto de su divino deseo.
Mas el seco polvo es todo lo que ella da a luz,
esa hija de arcilla creada por el perpetuo fuego celestial.
Por lo tanto venid, suave lluvia y delicadas nubes, y calmad
este amor radiante que tiene la fuerza del odio.



CARLOS BARRAL



  
A veces



A veces cuando era
temprano todavía para verte
o cuando la ventana
se abría a la distancia y al sonido
de tanto hierro puesto y tanta arena
que cruje a tierra extraña en los caminos
remoto a la esperanza
me volvía a aquel sitio en que dejamos
las soledades juntas y las voces.

Te hallaba limitada
de corazón disperso y de alegría
por todos los costados y flotando
en la noche segura y abundante
que nunca se consuma.

Sin embargo a lo lejos
tan pronto me acogías con los nombres
de las cosas comunes, en sigilo
sentía que tu isla no estaba ya a mi alcance.

Entonces por entero
reincorporado al límite del cuerpo
volvía a la certeza de la espera.