"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
viernes, 13 de noviembre de 2020
LUIS ZALAMEA BORDA
Ínsula
Ay, many flowering isles lie
in the waters of wide agony
Shelley
Mujer mía:
quiero que tú y yo limitemos
a una isla,
unidas, nuestras dos vidas
para descubrir las razones
de Dios
dentro de sus confines,
para cantar nuestra pasión
en cada cresta
del limpio oleaje matutino
y dejar en cada promontorio
la huella de una caricia apresurada.
Para que nuestro amor
tenga en el mar una muralla
contra los hombres,
contra todos sus odios,
y su envidia.
Quiero que conozcas
y llegues a hacer tuyas
las cosas básicas,
de todo adorno limpias
y de toda doblez ya cercenadas:
el mar, la tierra, el hambre,
el sexo, la muerte y el dolor.
Yo sé que siempre has vivido
en la penumbra de las grandes ciudades,
pero tienes el corazón lleno de espigas
y colmadas tus venas
de una ansiedad bucólica.
Quiero que te enseñen
su canto los alisios
y que te enamores del mar.
Quiero que dejes a un lado las sandalias,
que tus pies desnudos a toda hora sientan
el roce de la tierra,
el latigazo de los guijarros ocultos en la playa,
la caricia empalagosa de las algas
escapadas del mar a las arenas.
Te haré conocer todo lo que es el agua:
el agua masculina del mar,
violando escollos.
El agua que deforma el litoral
con su tenaz abrazo.
Agua feraz flotante,
salpicada de flora, de residuos.
Agua toda mar, toda sal, toda crustáceo.
También conocerás, como tu única doncella,
el agua hembra de los arroyuelos
y en su mirada contemplarás tu rostro,
junto a su fondo mismo,
y sentirás su confidencia de silencio.
También hay agua que brotará
del manantial de tus ojos,
bajo la leve insurrección de tus pestañas,
cuando sientas que los límites de tu cuerpo
no pueden sujetar ya todo tu amor
y quieras explotar como una fuente,
de agua también,
y de agua arrolladora.
En la soledad; al acercarse mi presencia,
percibirás el terciopelo del agua miel
que dilata tus pétalos completos.
Y, después, la catarata de las aguas madres
al romper tus contornos la huida de mi hijo.
Aprenderemos la lengua vegetal
para olvidar la zozobra del idioma de los hombres.
Lanzaremos voces a los manglares
para hablar con las lianas en su fuga,
enterneciéndonos ante el senil ronquido
de los ancianos de la selva,
zapados por el abrazo de orquídeas concubinas.
No tendrán entonces, en el alba,
secreto alguno el tamboril discurso
de hongos parlanchines,
ni nos será extraño el quejido angustioso
del árbol de la cera al fustigarlo el vendaval.
Nos alimentaremos de las cosas del mar,
de los frutos moluscos que hierven en la arena,
y exprimiremos el jugo de las palmas
para acosar la sed y endulzar las veladas.
De luz y mar embriagaremos nuestros días,
en duales festivales dionisíacos,
respirando esencial libertad,
libertad libre de toda angustia,
de la civilización ya para siempre separada.
"Éste es el universo", te diré
mostrándote un grano de arena.
En sus contornos de lechosa perla
verás el reflejo de movimientos cósmicos,
conocerás las nebulosas que en voluta se escapan
y aprisionarás en tu mirada
el lento paso de las constelaciones.
"Ésta es la vida plena", te diré
enseñándote una hoja de higuera.
En los capilares donde corre la savia, juguetona,
mezclándose con el obsequio del sol,
observarás la maravilla de lo eterno
y en sus distintos verdes fondearás en la laguna
de la vida,
anclada al recio atolón
de Dios.
En esa isla quiero que tú y yo,
en esencial conjugación,
asistamos al paso imperceptible de los días,
en mezcla de azul, miel, cielo, agua y arena,
hasta que surja, también del mar,
la muerte,
que habrá de ser un cómplice en la huida.
FERNADO CHARRY LARA
Ciudad
Por el aire se escucha el alarido, el eco, la distancia.
Alguien con el viento cruza por las esquinas y es un
instante
su mirada como puñal que arañara la sombra.
Desde el desvelo se oyen sus pisadas alejarse en secreto
por la calle desierta tras un grito.
Una mujer o nave o nube por la noche desliza como río.
Junto al agua taciturna de los pasos
nadie le observa el rostro, su perfil helado
frente al silencio blanco del muro.
(Por el mar bajo la luna su navegación no sería
tan lenta y pálida,
como por los andenes, ondulante,
su clara forma en olas
avanza y retrocede.
Esos pasos, rozando el aire, se niegan a la tierra:
no es el repetido cuerpo que en hoteles de media hora
entre repentinos amantes y porteros
su desnudo deslumbra bajo manos y manos
y despierta soñoliento en un
apagado movimiento
mientras a la memoria
acuden en desorden lamentos.
En la oscuridad son relámpagos
la humedad en llamas de esos ojos
de oculta fiera sorprendida,
y algo instantáneo brilla,
la rebeldía del ángel súbito
y su desaparición en la tiniebla).
La noche, la plaza, la desolación
de la columna esbelta contra el tiempo.
Entonces, un ruido agudo y subterráneo
desgarra el silencio
de rieles por donde coches pesados de sueño
viajan hacia las estaciones del Infierno.
Duermevela el reloj, su campanada el aire rasga claro.
En el desierto de las oficinas, en patios,
en pabellones de enronquecida luz sombría,
el silencio con la luna crece
y, no por jardines, se estaciona en bocinas,
en talleres, en bares,
en cansados salones de mujeres solas,
hasta cuando, como con fatiga,
la sombra se desvanece en sombra más espesa.
Desde la fiebre en círculos de cielos rasos,
oh triste vagabundo entre nubes de piedra,
el sonámbulo arrastra su delirio por las aceras.
El viento corre tras devastaciones y vacíos,
resbala oculto tal navaja que unos dedos acarician,
retrocede ante el sueño erguido de las torres,
inunda desordenadamente calles como un mar en derrota.
Siguen por avenidas sus alas, su vuelo lúgubre por
suburbios:
se ahonda la eternidad de un solo instante
y por el aire resuena el alarido, el eco, la distancia.
Muerte y vida avanzan
por entre aquella oscura invasión de fantasmas.
Los cuerpos son uniformemente silenciosos y caídos.
Un cuerpo muere, más otro dulce y tibio cuerpo apenas
duerme
y la respiración ardiente de su piel
estremece en el lecho al solitario,
llegándole en aromas desde lejos, desde un bosque
de jóvenes y nocturnas vegetaciones.
De:
"Los adioses"
CARLOS LOPEZ NARVAEZ
Ella está allí, de pie, sobre mis párpados
desplegada la noche de su pelo;
Ella tiene la forma de mis manos ;
Ella tiene el color de mi desvelo.
Y se sume en la huella de mis pasos
lo mismo que una piedra contra el cielo.
Como abiertos están siempre sus ojos
a los míos la noche llega en vano;
y si sueña en la luz, soles remotos
cruzan de su presencia el meridiano.
Bahías sosegadas, mares broncos,
mi alma es sólo su rumor lejano.
ROQUE ESTEBAN SCARPA
Poco
a poco
Poco
a poco,
me
roerá el olvido.
La
mano que tocas,
poco
a poco,
se
dormirá sin tacto.
Labio
sin beso,
poco
a poco,
será
esquina de silencio.
Ojos
de olas en paz,
poco
a poco,
se
abatirán en párpado.
Oído
para tu voz,
poco
a poco,
vivirá
de los ecos.
Poco
a poco,
si
no te das prisa
poco
a poco.
ANA TORRES LICON
Mi
voz al margen de los Días
Entre
el verano del desierto,
entre el ardiente viento de los cerros
que aspiran a bañar las dunas
entre las calles donde la ciudad deposita su beso de sombra
sobre el calor de las aceras.
Entre paredes cubiertas por la incertidumbre
y cuerpos que deambulan insatisfechos por el día y la cerveza.
Entre el aroma salobre donde la vida
transcurre lentamente erosionando los recuerdos.
Entre el cielo desnudo y calcinado,
blanco como la arena de las playas y las cuevas,
acariciado por el fulgor del sol constante.
Entre el asfalto, la resaca y los cerros altivos
con su ancianidad poderosa sobre los caseríos
y los insectos que reposan refugiados en los hogares.
Entre el rastro del humo expulsado por las bestias de metal
se despedazan los sueños de todos los que han muerto
y han vuelto a vivir y han vuelto a besar la muerte.
Canto la furia de que los cuerpos que parten
canto la nostalgia de los que despiden la magia
canto la tristeza que se alberga en las entrañas
canto la frustración incrustada en las células.
Mi canto es aliento que se extingue desnudo
bajo el sol calcinante.
Mis
manos que se disuelven
en la acuarela de la melancolía,
errantes incendian los sueños,
para apacentar los rebaños.
Cada dedo mordisquea la penuria,
los nervios cabecean atados al alba
y balbucean murallas de luz.
Los nudillos se sumergen
en la dulzura del abismo,
que espeta como fuego.
Buscan ensartar las quimeras,
en aderezo lúgubre,
ávidas del baúl sonoro,
sedientas del color del deseo.
Al final, ya fatigadas tiñen
una ciudad en la que el desierto
oficia galas, que enlutan las espinas.
Mis manos reposan en mi vientre,
para convertirse en la raíz del mundo.
DINA POSADA
Gramática
propia
Repetir
tu nombre
mi
indefensa costumbre
Desnudo
indicio
de
mi cuerpo confesado
Acento
en mi sábana
Promesa
que no se estanca
Grave
entrega
de
orillas espontáneas
-Resumen
de mi risa-
Argumento
básico
para
memorias prolongadas