jueves, 14 de noviembre de 2013

NANCY MOREJÓN




Funda de bambula


Mi cabeza sobre una funda de bambula, otra vez, mientras vuelven los lagos en su brillo y las jirafas cruzando un mundo abandonado entre lanzas y montes tupidos. Como antaño, vuelven los mercaderes con sus escudos de hojas muertas dando alaridos y golpeando, empujando a mujeres y niños, a los mejores hombres del sur y de las costas hacia sus barcos sin regreso. La luz del horizonte está cayendo sobre la funda de bambula y de hiel. Veo la punta de los acantilados. Veo la isla de Gorée en la palma de mi mano, la boca de sus fauces vomitando negras criaturas como la noche de la primera cacería. Una funda de bambula, otra vez. ¿Será mejor salir huyendo de esta geografía de otro mundo? ¿Será mejor virar la cabeza hacia otra parte y secar las dos lágrimas que ahora navegan entre las aguas del río Zambeze? Mis ojos dibujaron un paisaje lunar sobre los lagos. Mi cabeza sobre una funda de bambula, otra vez.



OMAR PÉREZ





Los pequeños dioses se reunieron



Yura regresa a Grecia,
Cristina al bosque
ego al constructo sentido del humor:
No me hablen más de grandes dioses
Abuela me llamó
y los pequeños dioses se reunieron
el dios de la ceniza, el dios del cenicero
la diosa de la zona, el dios del sonajero
la diosa de la flora y el florero.
“Vegetariano, no escatimes
el vino en el invierno
ni en primavera la brizna de veneno”
Así Esculapio.
y el niño dios del basurero con su amigo
Changó va vení, qué bueno
no me hablen más de grandes dioses,
que también forman parte de lo pequeño
Y la guitarra y el cencerro?
Y la gitana y el caballo cerrero?




NELSON SIMÓN






Poema innecesario


Nunca se aprende a decir adiós, a separar el brazo o la pierna que nos trajo hasta aquí...


Leo un poema de Mae que habla de las separaciones.
Un poema que perfectamente serviría para definir
el humano instante en el que debes separar
el cuerpo del cuerpo, seguir de largo,
hacer que no has vivido. 

Alguna vez todos hemos quedado como a la orilla
de un paisaje roto por el que se escapa
el aliento. Lívidos, rígidos como un cadáver
que nadie quiere reconocer.

Sin saber si salir a caminar el mundo que se conoce demasiado ancho o regresar a una casa
que ya no será más la casa que era antes. 

Es ahí donde comienza a ensancharse
el agujero de las interrogaciones:
la utilidad del tiempo consumido,
las colonizaciones del placer,
las palabras.
Ahí donde el dolor escarba
y nadie comprende cómo algo tan mínimo
pudo erosionar tanto tu interior.

Un vacío y otro irán sucediéndose
y quedará en tu boca cierto amargor que compararás
con la desconfianza.
Levantas puertas. Dices que los amigos
y la literatura pueden curar la soledad que estás masticando
pero entre versos ajenos entierras la cabeza
como engañándote, como queriendo perder tu identidad:
después de todo aquí o en Jagüey Grande duelen igual
las separaciones, lo que hace este poema innecesario. 



SEVERO SARDUY





Aunque ungiste el umbral y ensalivaste...



Aunque ungiste el umbral y ensalivaste
no pudo penetrar, lamida y suave,
ni siquiera calar tan vasta nave,
por su volumen como por su lastre.

Burlada mi cautela y en contraste
-linimentos, pudores ni cuidados-
con exiguos anales olvidados
de golpe y sin aviso te adentraste.

Nunca más tolerancia ni acogida
hallará en mí tan solapada inerte
que a placeres antípodas convida

y en rigores simétricos se invierte:
muerte que forma parte de la vida.
Vida que forma parte de la muerte.



JOSÉ ÁNGEL BUESA





El pozo seco



Dejé mi copa en el brocal maldito.
Grité hacia abajo, hacia el profundo hueco,
pero el coro sarcástico del eco
me devolvió multiplicado el grito.
Llegaba tarde: el pozo estaba seco.

Un gran golpe de viento llenó el pozo,
y, al recorrer su vertical garganta,
en su más honda hondura oí un sollozo,
donde cantaba el agua y ya no canta...

Brillaba entonces la primera estrella,
pero el anochecer amanecía
cuando me puse a comparar aquella
profunda sed del pozo con la mía.

Y allí dejé mi copa abandonada,
con un tardío gesto de homenaje
por quien se supo dar sin pedir nada
al que calmó su sed y siguió el viaje...

Y allí, junto al brocal ennegrecido,
y el cubo roto y la inservible rueda,
comprendí que no cabe en el olvido
la ingratitud de un agua que se ha ido
ni el espanto de un pozo que se queda...


NICOLÁS GUILLÉN





Agua del recuerdo



¿Cuándo fue?
No lo sé.
Agua del recuerdo
voy a navegar. 

Pasó una mulata de oro,
y yo la miré al pasar:
moño de seda en la nuca,
bata de cristal,
niña de espalda reciente,
tacón de reciente andar. 

Caña
(febril le dije en mí mismo),
caña
temblando sobre el abismo,
¿quién te empujará?
¿Qué cortador con su mocha
te cortará?
¿Qué ingenio con su trapiche
te molerá? 

El tiempo corrió después,
corrió el tiempo sin cesar,
yo para allá, para aquí,
yo para aquí, para allá,
para allá, para aquí,
para aquí, para allá... 


Nada sé, nada se sabe,
ni nada sabré jamás,
nada han dicho los periódicos,
nada pude averiguar,
de aquella mulata de oro
que una vez miré al pasar,
moño de seda en la nuca,
bata de cristal,
niña de espalda reciente,
tacón de reciente andar.