martes, 20 de noviembre de 2018


ALEXANDRA PAGÁN VÉLEZ





Super Nova



Aunque duela el
Universo comprimiéndose
CHorrea luz por las esquinas

JUAN EDUARDO CIRLOT





Eternidades eran cuando tú eras...



Eternidades eran cuando tú eras
la virgen de mi círculo enlutado.
Me aparto de mí mismo y de tu lado
olvido tus plateadas primaveras.

Tus manos de mis páginas de ceras
cayeron en el mar de lo morado
y un cielo de lo gris cayó sembrado
con sollozos y agujas prisioneras.

Perder es ya morir, Bronwyn lejana
no tener es vivir sin movimiento:
amanecer y nunca es la mañana.

Bronwyn, mi soledad, ya no vivirte
es parecer un ser y ser un lento
un insondable nunca en el que hundirte.


ROSARIO CASTELLANOS





Amor



Solo la voz, la piel, la superficie
pulida de las cosas.

Basta. No quiere más la oreja, que su cuenco
rebalsaría y la mano ya no alcanza
a tocar mas allá.

Distraída, resbala, acariciando
y lentamente sabe del contorno.
Se retira saciada,
sin advertir el ulular inútil
de la cautividad de las entrañas
ni el ímpetu del cuajo de la sangre
que embiste la compuerta del borbotón, ni el nudo
ya para siempre ciego del sollozo.

El que se va se lleva su memoria,
su modo de ser río, de ser aire,
de ser adiós y nunca.

Hasta que un día otro lo para, lo detiene
y lo reduce a voz, a piel, a superficie
ofrecida, entregada, mientras dentro de sí
la oculta soledad aguarda y tiembla.



IRIZELMA ROBLES ÁLVAREZ





La Merced 

a mi madre



Sólidas montañas
ocurren a cada paso:
semillas para moler
barro, arcilla, cal
fruta, almíbares, sueños
el señor que revende
y la señora que ordena
su mesa, ese espacio reducido
que ella multiplica con sus manos
para acomodar torres de cebolla y rábanos.
Alguien dice, “pásele, güerita”
y compro la piñata para la fiesta de mi niña,
pruebo “tantita” fruta,
me dejo llevar por las olas de la Merced. 


ALFREDO FRESSIA





Después



Ahora tras el canto, después de la sirena,
cuando vuelve el silencio a remediar el mundo,
cuando la mano acerca su flor hacia la tierra
y puntea un poema profundo porque es mudo.
Y después de los siete pecados capitales
y de tantas virtudes a las que renunciamos
y de tantos errores, de los imperdonables,
y tan pocos aciertos a los ojos humanos.
(A los ojos de un Dios hemos de ser muñecos
sin voluntad ni fuerza, de la nada a la nada
no viajamos, el viaje nos lleva a pesar nuestro
y somos del destino los caballos de carga).
Y los que cometieron el pecado mortal
de no haber cometido pecado alguno, o casi,
porque el solo estar vivo es condena fatal
de un pecado anterior que hizo esta vida frágil.
Justos o pecadores, que poco importa al polvo,
grabamos nuestra muerte, la historiamos de olvido
para hacer de los huesos brillo ardiente en el lodo
y morder en la noche raíz de paraíso.



VÍCTOR A. JIMÉNEZ JÓDAR





Los adioses



Supongo que se trata de no decir
lo que se quiere decir,
de callar lo que importa
-que suele ser lo que duele-
por cobardía o por temor,
o porque el amor, animal
extraño, tiene complejas
formas de diálogo.

Supongo que se trata de no decir
lo que se quiere decir:
te digo adiós pero piensa que no me voy,
que estaré aquí contigo sin estar.

Y es que los adioses que no son adioses,
tienen, si cabe, un sabor más amargo.
Algo así como el adiós de ahora
y el adiós de mañana,
juntos, entrelazados.

Supongo que son distancias las palabras,
maneras de medir el límite inconcluso de los cuerpos.