jueves, 7 de marzo de 2019


SEVERO SARDUY





El rumor de las máquinas crecía...



El rumor de las máquinas crecía
en la sala contigua: ya mi espera
de un adjetivo -o de tu cuerpo- no era
más que un intento de acortar el día.

La noche que llegaba y precedía
el viento del desierto, la certera
luz -o tus pies desnudos en la estera-
del ocaso, su tiempo suspendía.

No recuerdo el amor sino el deseo:
no la falta de fe, sino la esfera-
imagen confrontando su espejeo

con la textura blanca, verdadera
página -o tu cuerpo que aún releo-;
vasto ideograma de la primavera.


RAMÓN MARTÍNEZ LÓPEZ





Al abordaje



Este dolor tan simple es un desierto.
Fernando Valverde

Ahora que el mar se cobija en mis recuerdos
y tus ojos ya son parte de su antiguo oleaje.
Ahora que las ciudades son fríos inviernos
y un temblor de septiembres y paisajes.
Ahora que el viento azota mi rostro
y octubre se escapa por las autopistas de peaje.
Ahora que la noche es el olvido
y tu cuerpo niebla, sueño y maquillaje.
Ahora este dolor tan simple es un desierto
y yo, un náufrago sin ti al abordaje


XAVIER OQUENDO





Cacería



Decidimos tener novias. Ir a cazar, de entre las fieras, la que más cercana se halle a nuestro barrio. La que logre aposentarse en nuestras ansias.

Pero la libertad del viento y unos tragos nos atrapan. Atrás quedan las muchachas vestidas de amarillo. El deseo se opaca.

Somos los feos que buscamos la flor en la orilla del charco.

Ya no hay a quien cazar en esta noche.

Y Quevedo es un montón de mentiras: solo es el polvo y ya no el enamorado.


SARA VANEGAS COVEÑA





el cortejo de lunas es ya un recuerdo en tus ojos
                                                                                   náufragos
la noche nos juntará en lo más hondo:
como un aullido


CÉSAR DÁVILA ANDRADE





Tú, la furiosa y maternal amada!



Esta tierra muerde a sus hijos mientras los dioses
consultan cartas estelares, cerraduras volcánicas,
o agrupan nuevas águilas en el ramaje
de los diluvios y las catedrales.

Esta tierra atrapa al niño y su rueda de alquiler
perseguida por el constante "ya voy" del corazón,
pero vomita la simiente que hubiera sido:
"Gracias os damos..."

Esta tierra engulló al hortelano y al labriego
cuando el maíz y el álamo alcanzaban
la estatura estival, el friso de oro
que golpean en coro los caballos
en el sonoro pozo de las eras.

Yo estuve a la mesa, frente a la garrafa
y el agua de pronto, como falda viva
agitose la altura de sus muslos.

Porque esta tierra nos siembra vivos
y nos cosecha en débil grano expósito.

Ayer, el abuelo y el siglo contertulio
fumaron juntos, rodeados de mazorcas y de espigas.
Torre de papagayos y tambores edificaron
para los molinos
La abeja construyó el paulatino tabique
dulcemente difícil.
Los meses recorrían ruedas puntuales,
agujas de asiduo pestañear.
Llenaban los dedales en que hoy escarba el hueso.
Cumplían con la dichosa piel del lomo
y el pulimento fraternal de la madera.

Pero esta tierra muerde como una loba ciega
cuando la mano extiende su parpadeante búsqueda.

Ayer no más, decían: "Sembrado hemos.
Ya vendrá Agosto.
Los graneros tendrán hasta las cejas..."
Oh mes violento, torrencial sepulcro
del hombre, del ganado y del alero!

La cruz que quiso asirse de los bordes
penetró de costado y el sacristán del alba
desayunó las luces subterráneas de los muertos.
El campanario derramó los nidos y los anchos
pulgares de los viejos albañiles.
La casa azul quedóse  sin esquina y la plaza,
despedazada y sola, retornó a la pradera
revuelta del guijarro y de los cuervos.

Porque esta tierra muerde al mendigo
innumerable que la besa
y da vivienda nocturna al roedor
y azul enmarañado a los murciélagos.
Oh tú, furiosa y maternal amada,
dónde está el alfarero? En qué cuneta
yace el hortelano?
Dónde está el fiel espía del cereal luminoso
o el centinela oscuro de tu nieve?

Hoy nace el sembrador, patria impaciente,
y tú, ya le cosechas para dentro!
 

FLOR ALBA URIBE





Máscaras



Nos sabíamos convidados a la fiesta
de la dicha perfecta.
La fiesta es legado de los dioses
para los seres puros.

Lo sabíamos
desde el prodigio inicial de las miradas,
desde el asombro de todas las palabras,
desde la mañana anterior a los recuerdos
y su parvo acontecer de la nostalgia,
desde el prestigio inviolable de los sueños
y su densa espiral de irrealidades.

El alma virginal
tallada en cristal vivo,
el cuerpo ennoblecido de erótico linaje
llegamos a la fiesta de la dicha perfecta.
pero nos fue vedada,
no se admitían máscaras.