lunes, 1 de mayo de 2017


JORGE CARRERA ANDRADE




Juan sin cielo



Juan me llamo, Juan Todos, habitante
de la tierra, más bien su prisionero,
sombra vestida, polvo caminante,
el igual a los otros, Juan Cordero.

Sólo mi mano para cada cosa
—mover la rueda, hallar hondos metales—
mi servidora para asir la rosa
y hacer girar las llaves terrenales.

Mi propiedad labrada en pleno cielo
—un gran lote de nubes era mío—
me pagaba en azul, en paz, en vuelo
y ese cielo en añicos: el rocío.

Mi hacienda era el espacio sin linderos
—oh territorio azul siempre sembrado
de maizales cargados de luceros—
y el rebaño de nubes, mi ganado.

Labradores los pájaros: el día
mi granero de par en par abierto
con mieses y naranjas de alegría.
Maduraba el poniente como un huerto.

Mercaderes de espejos, cazadores
de ángeles llegaron con su espada
y, a cambio de mi hacienda —mar de flores—
me dieron abalorios, humo, nada...

Los verdugos de cisnes, monederos
falsos de las palabras, enlutados,
saquearon mis trojes de luceros,
escombros hoy de luna congelados.

Perdí mi granja azul, perdí la altura
—reses de nubes, luz recién sembrada—
¡toda una celestial agricultura
en el vacío espacio sepultada!

Del oro del poniente perdí el plano
—Juan es mi nombre, Juan Desposeído—.
En lugar del rocío hallé el gusano
¡un tesoro de siglos he perdido!

Es sólo un peso azul lo que ha quedado
sobre mis hombros, cúpula de hielo...
Soy Juan y nada más, el desolado
herido universal, soy Juan sin Cielo.




LUCIAN BLAGA




El roble



En la clara distancia siento desde el pecho de una torre
cómo suena el corazón de una campana,
y en los dulces sonidos
se me antoja
que gotas de silencio y no de sangre
son las que corren por mis venas.

¿Por qué, oh roble, en el umbral de la selva,
cuando a tu sombra me acojo
y me acaricias tus trémulas hojas,
por qué me vence con sus alas frágiles
tanta paz?
Imposible saberlo. Tal vez con tu tronco
muy pronto han de hacer mi ataúd.
Y es quizá el silencio que me espera
dentro de mi ataúd el que ahora siento.
Gotea e mi alma desde tus hojas
y mudo
escucho crecer en tu tronco el ataúd.
Mi ataúd
creciendo en ti a cada instante que pasa,
oh roble en el umbral de la selva.




GUADALUPE AMOR




El buda



El buda enigmático
que sonríe sin fin, plácidamente
Hierático y estático;
con un halo en la frente
me mira por la noche oblicuamente.



EUGENIO MONTALE




Viento sobre la Media Luna



El gran puente no llevaba hacia ti.
A una orden tuya te habría dado alcance
navegando hasta en las aguas de las cloacas.
Pero mis fuerzas, con el sol en los cristales
de las verandas, se iban debilitando.

El hombre que predicaba en la Media Luna
me preguntó: "¿Sabes dónde está Dios?" Lo sabía
y se lo dije. Meneó la cabeza y se esfumó
en el torbellino que arrastró hombres y casas
y los alzó a las alturas, sobre la pez.


De: “La tormenta y lo demás”



LUIS ROSALES




Agua desatándose



El tiempo es un espejo en que te miras.
Tú ya has entrado en el espejo y andas
a ciegas dentro de él. Tú ya has entrado
en el espejo. Nada
te puede desnacer; ya eres viviente;
tu carne sucesiva y simultánea
es igual que un trapecio donde un pájaro
a pie, se maniata
dando vueltas y vueltas, procurando
sostenerse en su cuerpo;
y en la barra
estén fijas sus manos mientras gira,
—abajo, arriba, abajo—
hasta que al alba
vuelva a girar el cielo y ya no pueda
seguirse sosteniendo, y se le caigan
las manos, se le agrieten
las manos, se le abran
las manos temblorosas,
y al perder su sostén el cuerpo caiga
como agua desatándose,
y empiece
la música en sus alas.



De: “Rimas”

MIGUEL ÁNGEL FLORES




Sobre un poema de Pound



La muchacha de la sedería
Ya no es tan hermosa como el anterior verano.
El tiempo ha sido cruel con ella.
Se transforman los rasgos,
Se graban leves arrugas.
Ya no esparce sobre nosotros
El esplendor de su juventud.

Y yo aquí sentado, al trazar estas líneas
¿Soy acaso su reflejo?


De: “Contrasuberna