miércoles, 4 de agosto de 2021


 

LUISA DE CARVAJAL Y MENDOZA

 


 

De deseos de martirio

 

 

Esposas dulces, lazo deseado,
ausentes trances, hora victoriosa,
infamia felicísima y gloriosa,
holocausto en mil llamas abrasado.

Di, Amor, ¿por qué tan lejos apartado
se ha de mí aquesta suerte venturosa,
y la cadena amable y deleitosa
en dura libertad se me ha trocado?

¿Ha sido, por ventura, haber querido
que la herida que al alma penetrada
tiene con dolor fuerte desmedido,

no quede socorrida ni curada,
y, el afecto aumentado y encendido,
la vida a puro amor sea desatada?

 

 

OLALLA CASTRO

 

 

 

Ushuaia

 

 

Los turistas que llegan a Ushuaia
suben al Tren del Fin del Mundo,
se ajustan los auriculares
y pulsan un botón hasta dar con su lengua.
El folleto promete que quien pague su tique
escuchará la historia de los presos
que construyeron la ciudad
y podrá deleitarse con paisajes bellísimos.
Nadie hablará de trabajo forzado,
mencionará cadenas, dictadura, represión.
Al final del recorrido
los pasajeros podrán comprar una postal
donde se ve a los reclusos,
con su uniforme a rayas,
cavando entre la nieve.
Al fondo habrá un quiosco en el que vendan
café con chocolate y doraditas.

 

 

BASILIO SÁNCHEZ

 

 

 

Coordenadas

 

 

Los poemas se escriben

para que caminemos entre ellos.

El lenguaje es un bosque.

Entre la oscuridad y las palabras

hay un pacto secreto como el que se establece

entre el aire y las hojas.

 

El poeta se detiene en los signos,

elige del lenguaje

los que tienen que ver con su manera

de acercarse a las cosas, de interpretar el mundo,

de dirigirse a aquello que lo nombra.

Cada poema asume una reconstrucción,

cada una de sus palabras

un intento más o menos consciente

de devolverle a algo su sentido.

 

No nos basta solo con su presencia:

las cosas necesitan ser salvadas,

verse restituidas en su pérdida antes de que suceda.

 

En lo oscuro del bosque, en su espesor,

fermentan las palabras

en todos los idiomas que nos han precedido.

Entre las conjeturas,

buscando hacerse un hueco en esa oscuridad,

el poema posible se abre paso,

nos da las coordenadas de un espacio

que inevitablemente tendremos que habitar,

solos o en compañía, para siempre.

 

 

De: “Cristalizaciones”

 

LI QINGZHAO

  

 

Una rama de ciruelo

el aroma de los lotos rojos se desvanece
verde alfombra de otoño
me desabrocho el fino vestido de seda
sola
subo a la pequeña barca
¿quién me enviará entre las nubes preciosos mensajes de amor?
quizá́, volando de regreso,
las ocas salvajes
dibujen palabras en el cielo
la claridad de la luna envuelve al Pabellón del Oeste
las flores se marchitan
pero las aguas fluyen como siempre
igual que nuestro amor
dos lugares distintos:
una misma tristeza
que quisiera detener pero no puedo
lágrimas que desde mis ojos caen desde mi corazón ascienden

 

Versión de Pilar González España

 

LILA CALDERÓN

 

  


Todo es eco

 


Raíces del lenguaje somos
composiciones de palabras
semillas que derriban muros.
Lo que podría ser confusión
es complemento, factor sorpresa
o común denominador
espacio abierto o cerrado
personajes, objetos, elementos
suman, restan, adhieren, multiplican
dividen, interceptan, eliminan, se invierten
contienen, descuentan o parten de cero
más palabras, más poder
más poesía, más libertad    y mayor riesgo
callejones sin salida.
Usamos puentes y escapes
confundimos al eco como fósil que late
en el halo de un sueño.
Amamos la creación como concepto
amor a roma/ amor a roma
tres palabras sometidas a un espejo
un verbo, un lugar
armamos monólogos y palíndromos
complicidades, traiciones, guerras
amorosas y odiosas combinaciones
miedo, mucho miedo y sangre.
Lenguaje que sepulcro es
tinta sobre la tierra
que ha dejado el verbo vivo
escudo, arma, cruz
lengua de fuego, boca, beso, verso
palabra       que abre todas las puertas.

 

RAFAEL OBLIGADO

 


  

La mula ánima

 

 

Iba un anciano trepando

en ágil mula la sierra,

desde el sombrero a la barba

suelto el barbijo de seda;

poncho de agreste vicuña

con franjas, flecos y hojuelas,

ha medio siglo bordado

por su finada la prenda;

llevaba usutas (sandalias

no he de decir en mi tierra),

que así le guardan los pies

como le sirven de espuelas;

un guardamonte de cuero

con que se cubre las piernas,

a cuyo empuje se inclinan

arbustos, cardos, malezas,

y huyen guanacos y cabras

cuando, al trotar de la bestia,

con resonantes crujidos

sobre sus flancos golpea.

 

Lleva aquel viejo en el alma

la triste música interna

de los recuerdos: los besos

de las ternuras maternas,

el dulce abrazo infinito

y el largo ¡adiós! de su prenda,

cuando, a través de los Andes,

fue a combatir y a quererla;

y allá en lo oculto, en lo hermoso,

la imagen fulgida, eterna,

de nuestra patria... la patria

de las heroicas proezas,

de William Brown en los mares,

de San Martín, en la tierra.

 

Él fue con Dávila a Chile,

con Güemes a la frontera,

con La Madrid a Tarija,

a Junín con Necochea,

y era tan fiel en amores

como atrevido en la guerra.

Tiene este viejo una enjundia

que ni el demonio la tuesta,

y donde asoma un peligro

es para hollarlo una fiera.

De la espantosa Mula ánima

tantos horrores le cuentan,

que, por hallarla a su paso

y refrenarle las riendas,

hizo a la Virgen del Valle

esta sencilla promesa:

“—Haz que la encuentre, y de alfombra

pondré a tus plantas de reina

este mi poncho, tejido

por mi finada la prenda”.

 

Embebecido iba el hombre

en sus recuerdos y penas,

cuando, de un rancho asentado

sobre la abrupta ladera

salióle al paso, en tumulto,

un mocetón, una vieja,

una serrana, dos niños,

y hasta una cabra casera;

sucias las caras, y un susto

lívido y áspero en ellas.

 

—¡Va por allí! —le gritaron—,

¡va por allí, por la cuesta!"

“—¿Quién? —preguntó, deteniéndose,

el del barbijo de seda.

—¡Ella! ¡La mula maldita

que por la noche anda suelta!”

“—Sí, dijo el mozo, la he visto

al despertar de la siesta.”

“—Y yo, añadió la serrana,

desvanecerse en la niebla.”

“—Mas, cuando pasa de día,

como esta vez, se presenta

de viuda, toda enlutada,

en dirección a una iglesia.”

“—Y al regresar cada noche,

es mula en llamas envuelta.”

“—Pues a esperarla me quedo”,

dijo el del poncho de hojuelas.

“—¡Ah, qué mujer!” —persignándose

murmura al cabo la abuela,

mientras el viejo soldado

entra a su rancho y se sienta—.

“¡Ah, qué mujer!... Era blanca

como las nieves eternas,

y rubia como esos cardos

que dan flor en primavera.

Se enamoró de un soldado

de la santa independencia,

que con Dávila fue a Chile

a luchar por su bandera;

y como era tejedora

de las pocas y las buenas,

le hizo un poncho de vicuña

más liviano que hoja seca.

 

El buen joven se marchó

a libertar nuestra América,

bajo fe de su palabra

de casamiento a la vuelta;

y ella, dos años corridos,

fue tan loca y sinvergüenza,

que se enredo con un cura

para curarse de ausencias.

Dios, el gran Dios, la maldijo

hiriéndola con su diestra,

y echó, su ánima a penar

por las quebradas desiertas,

convertida en esa mula

que en la noche se pasea,

que de ojos, boca y narices

arroja llamas siniestras.

Por un decreto divino

lleva colgando las riendas,

hasta que un hombre muy hombre,

por redimirle la pena,

con fuerte brazo y fe santa

la refrene en su carrera.”

 

lba cayendo la noche

al terminar la conseja,

y conmovido el soldado

por unas ansias secretas,

mudo besó, al despedirse,

a los niños y a la abuela,

y, cabalgando en su mula,

se echó a vagar por la sierra.

 

Era una noche sombría

fúnebre noche, de aquellas

en que los genios medrosos

salen de grutas y cuevas;

en que una mano, asomada

de algún recodo, hace señas;

en que está oculto un misterio

que hace temblar las tinieblas,

y hasta el rumor del torrente

es un rodar de cadenas.

 

El noble viejo marchaba

por la sinuosa vereda,

cuando unas luces rojizas,

hiriendo a saltos las peñas,

le iluminaron un arria

de pardas mulas cargueras,

cegadas, quietas, bufando

bajo las vivas centellas,

y a los arrieros, postrados,

la faz oculta en las piedras.

 

Luego, por boca y narices,

echando ardientes culebras,

que, retorcidas, los muros

suben y en lo alto chispean,

se apareció la Mula ánima,

al aire flojas las riendas.

 

Echó pie a tierra el soldado

de las batallas homéricas,

y se avanzó a recibirla

con toda el alma en la empresa.

Hizo a la Virgen del Valle,

como a sus jefes, la venia,

y cuando estaba ya encima

la mula, en llamas envuelta,

la refrenó, y a su pecho

vino a estrellarse, ya muerta,

pero en mujer convertida...

¡Y era su novia, la prenda!

 

Se echó a llorar como un niño

el de las lides de América...

Mientras, la Virgen del Valle

bajó ceñida de estrellas.

Él le tendió como alfombra

su rico poncho de hojuelas,

y ella, posada un instante

para aceptar la promesa,

volvióse al cielo llevando

purificada en su esencia,

un alma mísera, indigna,

pero que ha amado en la tierra.