viernes, 3 de febrero de 2017


JOSÉ LUPIÁÑEZ




Saeta con aviso



Por los aires
sombríos
de la noche
de octubre
va mi dolor
volando
hacia ti,
sin consuelo.
Atraviesa
las nubes,
dice adiós
a los pájaros,
y es a tu corazón
a donde apunta
su queja
sagitaria.
Va hasta
tu corazón,
distante
y sordo...
Un corazón
que hoy late
lejos,
con sangre
de otros
fuegos.


JUAN ANTONIO MASOLIVER




Regreso a nuestro cielo y allí me amo...



Regreso a nuestro cielo y allí me amo
y luego ella se acerca y nos amamos,
nos besamos desnudos, descendemos
por las escalinatas del placer
y en las calles sucias nos amamos
y somos como el día de la luz,
árboles para siempre y lluvia y barro
y al acabar el día nuestros párpados
se pueblan de espesura como un bosque
y en el centro del bosque de la muerte
recordamos el día y nos besamos.


De: "En el bosque de Celia"



JOSÉ LUIS CANO




Sueño de amor



Huí de mi lecho a solas por encontrarte, el vino
de la fiebre en los labios, incendiando mis huesos,
y una niebla cegándome los ojos, y un sino
de soledad quemándome y abrasando mis besos.

¿Dónde encontrarte? ¿Estabas junto a mí, bajo el cielo
indiferente al hombre, como un mar que olvidase
su clamor, o soñando bajo un dorado suelo
sin que yo, en mi ceguera, los trigos te apartase?

Era dulce la tarde de inmortal primavera,
y era dulce su sombra, piel de melancolía,
que avanza como un labio de amor que no quisiera
precipitar los besos por vivir más de un día.

¿Dónde estaba tu boca? Tu mirada escapaba
a mis labios, y era cual un aéreo celaje
que empapase su vuelo en la luz que besaba
a través de tus alas mi abatido ramaje.

Te busqué en ese mar sobre el que ahora sollozo,
sus espumas clavándome todas sus blancas flechas,
y te busqué en el cálido corazón de ese pozo
desde donde la vida ocultamente acechas.

Nadie me vio. Solía acariciar las casas
con mi mano agrietada por un dolor oscuro,
porque acaso ese aliento con que mi sangre abrasas
arde ignoradamente tras el rosado muro.

Nadie me vio salir de la ciudad. La tarde
plegaba ya su aroma a su indolente peso,
y esa estrella primera que en el azul ya arde
desunió mis dos labios con su secreto beso.



JOSÉ ÁNGEL VALENTE




Cuando te veo así, mi cuerpo, tan caído...




Cuando te veo así, mi cuerpo, tan caído
por todos los rincones más oscuros
del alma, en ti me miro,
igual que en un espejo de infinitas imágenes,
sin acertar cuál de entre ellas
somos más tú y yo que las restantes.
Morir.
Tal vez morir no sea más que esto,
volver suavemente, cuerpo,
el perfil de tu rostro en los espejos
hacia el lado más puro de la sombra.

  

JENARO TALENS





Observaciones sobre un cuerpo



I

el escenario es siempre el mismo

observa cómo el cielo cae sobre los pájaros
cómo un humo delgado anuncia el límite del día
la violencia del fuego que nos conmemora

no tienes otra desnudez
que esos puntos de luz
en donde te supones desdoblada
una segunda superficie que nadie recorre
sólo la imagen que te nombra

reconstruir un símbolo vacío
sobre el lugar sin límites
donde todo comience

la no conciencia vuelta maquillaje

el terror de los sueños a permanecer


II

siento vivir tus ojos contra el sol que se apaga
frente a este muro destruido

la ceremonia muere por desolación

el olor que has nombrado
más alto que la luz que el aire cristalino
es en mi rostro un brillo solitario
una extraña humedad
donde la noche nos reconocía
el techo desploma su ceniza sobre el amanecer
antes que el tiempo acabe
y nos absorba y desdibuje
ahora que ya no somos inmortales
deja entrar la mañana
por los cristales mal cerrados
silenciosa y furtiva
sólo déjala entrar
para que todo calle y continúe



De: "Otra escena/Profanación(es)" 

FRANCISCO CERVANTES




Combaten dos enemigos del de la inquieta espada




principiaba la noche
cuando los mandobles empezaron
a dos manos se encontraron
los caballeros a mitad del bosque
haciendo cantar de furor
los filos más duros que la roca
a sus espadas cuyo peso
atestiguaba la nobleza de quienes las empuñaban
las armas de uno negras
y las otras verdes de un verde desesperanzado
y solitario
ambos con el rostro al aire
resoplando por el esfuerzo y el combate
luchaban por algo tan sagrado
como el derecho a ser el primero
por algo tan sagrado
como su honor de caballeros
la noche se fue haciendo espesa
y los mandobles impedían el sueño
a los animales del bosque
y cruzándose tratando de vencerse
pasaron horas de sonoro y destemplado canto
las armas sus fronteras melladas
las manos doliéndoles porque los guanteletes
ni las armaduras protegen manos o cuerpo
del agotamiento cansancio o melladuras
la aurora los sorprendió batiéndose
con sus dos manos sosteniendo su pesado renombre
uno de ellos acaso el que más noches de amor
cerca del combate hubo
cayó mientras su espada callaba
y su armadura al llegar al suelo sonó como la piel vacía
    de un alma
no se movió ya más
y aquel que a duras penas se mantuvo en pie
supo que el caballero de las negras armas
había muerto sin más heridas
que sus poros que su respiración
que sus noches de amor en su terrible cuerpo.