"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
viernes, 8 de abril de 2022
JOSÉ FORNARIS
La serrana de Jiguaní
En
un sitio pintoresco
En el rigor del Estío,
A las orillas de un río
Una serrana encontré.
Llevaba un cántaro al hombro
Virgen tan cándida y bella;
Y bajo un cedro con ella
Oíd como platiqué:
Yo
Aproxímate
y responde:
¿Tú eres india? ¿Todavía,
Ángel de la selva umbría,
Se esconde tu raza aquí?
Ella
Aquí,
señor, esquivando
De los caribes las sañas,
Nos oculta en sus entrañas
La sierra de Jiguaní.
Yo
Refiere
la santa Biblia
Que allá en época lejana,
Hubo, preciosa serrana,
Un diluvio universal.
Bajo las aguas inmensas
Todos los hombres lanzados,
Cedieron desesperados
A su destino fatal.
Mas
flotó entonces un arca
Resbalando de ola en ola,
Y con su familia sola
Salvóse un patriarca allí,
Para ti, para los tuyos,
Ángel puro y escogido,
Arca salvadora ha sido
La sierra de Jiguaní.
Ella
Yo
no sé de esas historias,
Mas es igual a la nuestra:
Es horrorosa, es siniestra,
Es toda una maldición.
Por eso tu grato acento
En mí tal eco produce,
Y es música que seduce
Mi afligido corazón.
Yo
Escúchame.
Yo te adoro.
El fuego de tu puerta
En mi corazón destila
Hirviente lava de amor.
Esa vida que tú llevas
Sin ilusión ni ventura,
Simpatiza, virgen pura,
Con mi llanto y mi dolor.
Ella
¡Amarte!
¡nunca! Mi mano
A ti no te pertenece;
Ni tu queja me enternece,
Ni debo pensar en ti.
Nunca mi sangre a la tuya
He de unir en lazo odioso:
Yo amo ya; será mí esposo
Un indio de Jiguaní.
Pero
sus ojos brillaron
Vivos, rutilantes, bellos;
Fijé la mirada en ellos,
Y enmudecimos los dos.
La voz de la simpatía
Con sus dulces vibraciones,
Llevó nuestros corazones
El uno del otro en pos.
Tembló
el aire entre las hojas
Del cedro y de la macagua;
Ella su cántaro de agua
Llenó triste, y yo partí.
Seguí por extrañas rutas,
Y del alba a los reflejos,
Volví el rostro, y miré al lejos
La sierra de Jiguaní.
LUIS ALBERTO AMBROGGIO
Dos retratos de un oficio
El Director
Cada nota encendía
una herida de amores
Juan
Ramón Jiménez
Este
y el otro sonido le rozan el alma.
Implora a la melodía con sus ojos
Mientras trazan los dedos el dibujo.
Los
violines tienden una cama de seda.
Encanta el aire de su rostro ido
El obóe meloso de otro planeta
La viola que vagabundea los recuerdos.
Conjura la flauta, el contrabajo, los vientos,
El rayo, una tormenta armoniosa
Que lastima mágicamente su cara.
Sus
brazos navegan las olas de un lago
Con cisnes de un triste misterio.
Hay árboles lejos en la partitura
Que revive en el huracán musical de su cabeza,
Bosques susurran la lucha verde
De furiosos amantes,
El tímpano destila gotas de plata,
Más tarde recoge sonriente el paisaje dormido,
Y finalmente la calma.
¡Bravo!
Lo aplaude el pueblo
Con mis manos sin guantes.
SANTIAGO SYLVESTER
un desconocimiento contiene muchas cosas
No
sé demasiadas cosas
y a demasiadas preguntas tengo que contestar no sé: esto
no es jactancia ni falsa humildad: ¿es limitación?: no sé;
no sé a qué hora sale el próximo tren;
no sé a qué hora llega el vuelo de Madrid;
no sé cómo se llamaba el cuarto hijo de María de Médici ni
el primero de María Estuardo;
no sé quién ganó el campeonato de patinaje sobre hielo;
no sé cuántos dientes tenía un tiranosaurio;
no sé regatear;
no sé cuánto cuesta un automóvil de cualquier marca;
no sé cómo es la liturgia de la Iglesia Católica
y no sí si recuerdo la anterior;
no sé qué hora es en Pekín, cuánta gente nace y muere por
día en el planeta, cuántos kilómetros recorre el Paraná,
por qué no hice lo que podría haber hecho,
y no sé si debiera saber estas cosas o seguir ignorándolas
como si no fueran necesarias:
son
las nueve de la noche del 3 de Diciembre: ha empezado la
despedida de este martes que no recordaré: a esta hora
tengo algo de vértigo: un problema en el oído medio
del que tampoco sé;
quisiera ahorrar el tiempo que no uso, pero no sé cómo hacerlo.
JEAN-YVES MASSON
2
y
ahora quién desde allá lejos recuerda haberse acordado
cuando privados de nuestros cuerpos tenemos como último bien un gran demasiado
tarde
que desde este hoy en que el tiempo abandonó de pronto su viejo camino
mientras el mal cambiaba a la vez de carril y de naturaleza
todo un engañarse a sí mismo levantando para extraviar
y fue entonces como una cascada de olvido vertiendo en la memoria
acababan de arrancar no los ojos sino en los ojos la reflexión
mientras colgada de los garabatos de los medios de comunicación la cultura
agonizaba
no había ya lengua en las bocas y allá en lo alto la vulgaridad
se pavoneaba creyendo probar de este modo su legitimidad
no alardea acaso el asesino agitando el cuchillo
pero cómo denunciar el arma secreta e invisible de la mentira
todo se experimenta en el movimiento de nuestras sílabas y en cambio nada dice
qué heridas manan de allí sobre todo cuando llega el tiempo de un hoy
un tiempo en el que toda frase es manida para que se deteriore en la cabeza
el lugar donde consonantes y vocales se unen para el acto de pensar
atraillando entre saliva y dientes huecos la voluntad de resistir
RAIMUNDO ECHEVARRÍA Y LARRAZÁBAL
Las leyendas del mar
Capitán,
padre mío,
capitán de navío,
¿dónde están
las ciudades azules
y los puertos sombríos,
y las lindas mujeres
que murieron de hastío,
esperando tu vuelta?
Capitán,
padre mío,
¿dónde están los ocasos violentos,
las velas que cantaban
en las manos del viento,
y el negro de Manila,
que te iba a matar:
las leyendas de Cuba,
las leyendas del mar,
Capitán
padre mío,
dónde están… dónde están?
Ahora
eres un barco,
encallado en los pueblos;
te aburres como todas
las naves, en los puertos,
quisieras ver tu vela
enganchada en el viento…
¡navegar, navegar!…
Y veinte marineros,
como veinte recuerdos,
encienden con sus pipas
los horizontes negros.
Capitán,
padre mío,
¿dónde están,
las ciudades azules
y los puertos sombríos?…
Capitán,
padre mío,
¿Dónde están?… ¿Dónde
están?
JULIO ARBOLEDA
Pubenza
Dulce
como la parda cervatilla,
Que el cuello tiende entre el nativo helecho,
Y a la vista del can, yace en acecho,
Con sus ojos de púdico temor;
Pura como la cándida paloma
Que de la fuente límpida al murmullo,
Oye, al beber, el inocente arrullo,
Primer anuncio de ignorado amor;
Bella
como la rosa, que temprana,
Al despuntar benigna primavera,
Modesta ostenta, virginal, primera,
Su belleza en el campo, sin rival;
Tierna como la tórtola amorosa,
Que arrulla viuda, y de su bien perdido
La dura ausencia en solitario nido
Llora, y lamenta su incurable amor;
Brillante
como el sol, cuando refleja
Sus rayos el cristal de la montaña,
Si ni la lluvia, ni la nube empaña
Su naciente purísimo esplendor;
Majestuosa cual palma que se eleva,
Y ostenta en la vastísima llanura
Su corona imperial y su hermosura,
Desafiando el rayo del Señor.
Pero
en su frente pálida vagaban
El dolor y la negra pesadumbre,
Y de sus ojos la apacible lumbre
Empañaba una lágrima fugaz;
Y la vida arrastraba silenciosa
Devorando su mísero tormento,
Porque al alma gentil ¡ay! ni un momento
Otorgó Dios de plácido solaz.
He
aquí a Pubenza; en ella el alma, todo
Respira amor, pureza y hermosura;
El hechizo en sus ojos, la dulzura
Vaga sobre sus labios de clavel;
Juega el blando placer modestamente
Con las esbeltas formas de la indiana;
India en amar, en resistir cristiana,
Era en su pecho la virtud dosel.
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