viernes, 7 de febrero de 2025


 

LINA ALONSO

 


 

Astra

 

 

Me dices que la luna es la tilde de la tierra
y miras al cielo cortado por los cables
bulloso de helicópteros y aleteos instantáneos.

Te miro
y quiero aprenderte esa forma
de acentuar la vida
sobre este fatigado punto final, este globo
que no cesa de pegarse dentelladas en perpetuo canibalismo.

Para ti derramo mi corazón entre tus manos.

 

ANTONIO SOLANO

 

 

 

Miras a lo que esperas
y no aparece nadie.

Jesús Delgado Valhondo

 


Algunas veces he soñado
con ventanas y raíles.
En el sueño estás en pie,
junto a la casa
de postigos mudos y desvencijados.
Estás en pie
como un golpe de sal,
con la belleza exacta
de quien contempla la desaparición
de una promesa.
Las ventanas no te mienten,
pero tú contemplas en silencio
el arrogante resplandor de los raíles.

 

De: “Los motivos del ventrílocuo”

 

ÁGATA NAVALÓN

 

 


Apertura

 

 

La ciudad es un sueño colectivo,
un por-venir siempre entre la grúa y sus habitantes,
agarrando fuerte los días con la pala, el cubo de playa y las conchas
que se pueden encontrar entre los escombros de las promociones de viviendas,
el carril, la bicicleta, un hueco donde aparcar.
Los coches son testigos fijos como las cámaras omnipresentes.
Los niños corren, gritan, ríen en cualquier lugar,
también en los parques sucios con sus palomas grisáceas de polvo.

La ciudad es vida entera de destino,
ciudad que mancha sangre junto a mi sangre que también derramo,
me agacho y la recojo, llevo una bolsa de plástico verde,
como las que llevan los dueños de los perros,
hombres y mujeres que aman perros.

Yo amaba la sangre que expulso ahora,
la amaba, la he amado, creo que ya no la necesito y se me cae.

No quiero manchar mi ciudad con mi sangre.

No quiero mancharte a ti, hombre al que creo que amo con mi sangre,
y rezo para conjurar una fórmula que cambie este hecho y en la que se pueda leer que no hay hemorragia perpetua.
Entre las grúas y los perros,
los balcones de ladrillo y el agua que expulsan los cuerpos
sentados en las sillas de plástico,
los muslos pegados a la ralladura manchada de alioli, y los aparatos inteligentes sobre las mesas.
Están también los hijos de la sangre que hilan
futuras hemorragias y se agarraran a las ventanas

de los séptimos,

con bailarines colgando en el ruido
de esta ciudad que hierve.

Vidas salpicando a 45 grados entre ruedas de monopatín y pasos de cebra.

Los semáforos se sienten ángeles e iluminan el camino
de asfalto tatuado de gomoserrina y colorante,

líneas de vida urbana,

entre los contenedores de reformas y las superficies enceradas.

¡No te escurras!

Esta ciudad es una pista de patinaje sin hielo.

No es tan difícil porque al final siempre te quedarán los veranos y la Piscina del Oeste.

 

 

 

De: “Piscina del oeste”

 

 

XAVIER RODRÍGUEZ RUERA

 

 

 

Atelier

 

 

Nos cuesta rozar con los dedos
anhelos de trascendencia,
formas resplandecientes,
puras bajo la luz matinal.
O en noche profunda
cuando la ciudad respira
calma como nido de avispas.
Si caminando por el suelo
lleno de cenizas del taller
todo lo observábamos de mano
del artista, la luz movediza
en los techos y espejos
hacía intuir
la fértil proximidad del mar.
Entonces, entonces
peinando y pintando
dulces momentos
en la hora acostumbrada,
tendríamos suficiente
motivo para sonreír
y adorar anillos con serpientes,
descanso
de quien sabe que lo aguarda
tras el umbral la nueva vida
con escamas púrpura
adheridas a la piel.

Como el pintor que faena
en el taller, el viejo sabio
que lleva mi nombre me ha hecho pasar.

  

De: “Las consecuencias”

 

BLANCA RIESTRA

 

 

 

Ay de ti, con tu ingenio
abocado a la nada,
pero tan ardiente
–Mírenla, pobre–
Transparentan la linfa tus mejillas
No albergas esperanza alguna
Cómo podrías
Pero estás, aún así,
borracha de ti misma

Sin querer
Sin saber
Pero tan dispuesta a todo
ignorando, ay, el envés de todo

Lo de afuera aullaba
clamaba
clamaba aullaba

Te llamaba por tu nombre
No lo oíste

 

 

De: “All Things Must Pass”

 

VICENTE VILLARROCHA

 

 


 

Otra vez
obediente al tiempo
y al reloj
retraso la hora,
y no ha pasado ni una hora.
Ni nada
que el viaje no repita.

 

De: “Ya no escribo versos por la noche”