viernes, 25 de noviembre de 2016


ÁLVARO LUQUÍN




10



Llegó muy tarde
pero aun así fue a recibirlo
sin mostrar el mínimo enfado.

Y qué sorpresa la suya
al verlo cruzar con un hombre
idéntico a él.

Para evitar el amancebamiento
lanzaron una moneda al aire
y al caer se les perdió.


SUSANA THÉNON







Caminos



Ceguera del gesto
cuando en vano se aferra
al muro espeso de los hechos consumados.

Densa guitarra de la sangre
acompañando la canción
nocturna y subterránea.

Deambular entre gritos
anónimos,
entre multitudes de hambre,
bajo cielos ajenos.

Entre mansos,
Desesperanzados ecos.


De: “De Habitantes de la nada”




DANIEL MEDINA ROSADO




Segundo contacto



Abrí muy a prisa la ventana
y encontré a un Ángel que escribía lento
unos garabatos y unos poemas
nada distintos a los míos.

Es mi turno, señor,
me dijo el Ángel apenado,
ilumíneme.


CINDY JIMÉNEZ VERA




El capital



Compra un par de zapatos de payaso en una tienda de artículos de segunda mano. Al día siguiente los pone en venta por el doble del precio que había pagado. Tanto ego no era para mí. Igual hay que pagar las cuentas.


De: Tegucigalpa




ÓSCAR HAHN




De tal manera mi razón enflaquece



la razón de estas aguas, la perfecta
lógica de estas aguas, esta mente
líquida, que la curva de la recta
distingue, y la sustancia, el accidente,
se desmorona cuando por su frente
oye pasar los peces funerales
y quedar en su trágica corriente,
de la nada, las huellas digitales.



LUIS ZALAMEA BORDA




Partida de la mujer rosada

                                                              A Guillermo Payán Archer



¿Te acuerdas, acaso, de los barcos cargueros,
que arrimaban sus lomos andrajosos al muelle,
para escuchar más cerca el quejido terrestre,
en noches en que hervían estrellas sobre la soledad?

¿De esos barcos cansados, híspidos de mástiles,
sus cuadernas plagadas de lapas sempiternas,
su fondo un sol de óxido, alarido del hierro,
y en el puente un corazón hastiado para marcar el rumbo?

¿Recuerdas, también acaso, cómo en noches de juerga,
huíamos de la cálida órbita, a una hora imprecisa,
soñando zarpar en esos fondos de alma calafateada,
para dejarlo todo en la indecisa estela de las quebradas hélices?

Nunca huimos de veras.
Mientras veíamos la estela de nuestro barco naufragar,
cómo odiamos las cadenas que a tierra nos ataban,
e invocamos una vez más la libertad del mar.

Mas hoy zarpé. Sí, Guillermo. Zarpé.
No me fui con el loco capitán de un barco matrícula de Dublín
Ni me contrató el tuerto contramaestre del tanquero Amarú
Ni quise viajar de polizón, rumbo a nuestro amado Dar-el-Salaam

La mitad mía se desprendió de golpe,
y zarpó, muy ceñida, a una mujer rosada
de ojos claros de isleña sobre su rosa piel.
Y ambos vimos desde la popa la estela en su tremenda desnudez

Toda rosada ella, vikinga de tez color bermejo,
de olor a nuezmoscada, cabellos en cascada,
de senos amaranto con cráteres de aloque.
Su carne tornábase granate y su temblor reinaba.

Esta fue, pues Guillermo, la partida de mi mitad marina.
Se fue anidando, suave, en su rosado fondo y su rosada miel.
Atrás ya no había nada: quizás mi ser terrestre.
Adelante, el mar era rosado y mi canto también.