miércoles, 2 de diciembre de 2020

VLADIMIR AMAYA

 



En la vieja historia

(Una versión libre de lo que ya se conoce)

al maestro Rafael Lara-Martínez

 

 

En aquellos días
yo era un pipil medio tranquilo en el Señorío de Cuzcatlán.
Dedicado al cultivo de maíz de lunes a viernes
y a la pesca los fines de semana.
Descansando a la sombra de un guanacaste me veían
preocupado nada más por terremotos,
inundaciones y alguna que otra erupción inoportuna.

Mi padre era de Xilopango
y mi madre de Yopicalco, para mejor referencia: del Centro;
dedicados a la guerra
y a la casa, respectivamente.

Me educaron con la sabiduría de la tierra
y el misterio de los astros.
Pero a mí
me decían cosas más importantes el viento
y las hormigas muertas a la orilla de las piedras.
A mí me decía más… el humo de mi hierba.

Tuve un hermano:
Topilzin, oruga cósmica.
Buen tipo, nada pedante,
muy simpático en las reuniones y ceremonias.
Guerreaba como nuestro padre.
Aunque muy cerca del templo mayor
tenía un negocio clandestino de chicha y otras aguas locas.

Pobre hermano que tuve.
“Soy muy sano”, me decía; me decía: “soy muy fuerte”.
Al pobre hermano mío que tuve
se lo llevó, entre agonías, la terrible viruela de Tenochtitlan.

En verano
llegaban las fiestas a la comarca.
¡Ah, qué tiempos!
El maíz brotaba
y brotaba con él la música y la danza,
y en ocasiones,
se organizaban torneos relámpagos:
el juego de pelota era a muerte.

Algunos de mis amigos
se dedicaban a sacarle lucro a las artesanías:
jarrones, vasijas, taparrabos importados;
collares y pulseras: todo era buen negocio;
otros compas, daban plumas de quetzal raza pura
a cacao y medio. toda una ganga.

Constantemente me escapaba de casa
e iba a ver las estrellas en el firmamento;
me hablaban mis ancestros en la voz de las lechuzas y jaguares,
pero a mí me decían cosas más importantes el viento
y el humo de mi hierba.

Por último:
nunca creí en los dioses,
iba a los rituales solo a ver a mi vecina.
Soñaba con ella echado en la mano de las flores,
escribía a sus ojos de pájaro dormido
en hojas que una hoguera hacía del sueño de nuestra huida.

“Hija de cacique no se queda con gato de monte”,
              me dijo el tata y no entendí por las buenas.

Nunca creí en dioses, repito,
hasta que me enamoré de aquella mujer de cielo.
Y rogué a los dioses por quedarme con ella.
Y de escondidas nos vimos cierta tarde
a orillas del hermoso y cristalino Acelhuat(e)
Ella, adornada con plumas de torogoz y de cenzontle,
nos vimos a espaldas de todo su linaje.

Cuando se hizo de noche tomé su mano.
Y los dioses me escucharon
porque ella escuchó mi corazón,
pero me dijo, contenta, complacida, muy emocionada:
“No puedo quedarme contigo
Óscar Cacahuaitique, amor mío,
¡¡¡mañana me sacrifican!!!

De aquellos días
ya no queda nada para mis sueños.
Ese cielo de mi mundo
es ceniza violenta del mañana.

Ayer llegó un tal Pedro de Alvarado
a poner su franquicia de hamburguesas y papitas fritas.

Todos se han largado a las montañas y a los cerros.
Por mi parte, dejo las palabras de esta vieja historia
en el oído del viento que tanto me ha dicho,
que tanto me ha confiado,
y me voy en cayuco por el río,
escapando maldito
de esta tierra maldita.

 

ALEXIA MIRANDA

 

 

 

Tregua del Abandono

 

 


Sigue la tregua
Sigue el vacío
Pero hay tanto en el vacío
Hay silencios incómodos
Hay fantasmas
Hay reproches y serpientes en la punta de la lengua,
las lenguas se llenan de serpientes
de todos los colores y venenos
Hay también ternura en la tregua
Hay espacios de melancolía.

 

Hay olvidos…

 

Cuántos recuerdos
Cuántas palabras
¡Cuántas vidas pasadas!

 

Hay un Mar de tregua
Hay un Mar de olvidos
Hay un Mar de silencios
Hay un Mar de lágrimas
Hay un Mar de frustraciones y resignaciones,
escondidas debajo de la almohada,
amordazadas con cebo,
contenidas con tapa boca
sujetadas con bozal.

 

Sigue la tregua…

 

Tú y yo
¿Cuántas treguas menguaremos?
¿Habrá que hacernos más necios para validarnos?
¿Habrá que hacernos más dóciles para perdonarnos los egos?
¿Habrá que hacernos más dóciles?
Tanto como sea posible
para suavizarnos las arrugas del rostro,
y aquietarnos la insaciable ignorancia
que nos mantiene con la barriga llena
de gratificación sagaz e instantánea.

 

¿Habrá que hacernos más fieros para sacarnos los dientes,
rechinar colmillos y comernos vivos?
¿Habrá que hacernos más fieros entonces,
para olvidarnos?

 

La tarde,
la tarde es una tregua tierna, terrestre,
templada en el tiempo sin mesura,
tarde absolutista
de una tonalidad tan entintada de rosa y violeta.

 

La tarde es la tregua de hoy,
La tregua de todas las utilidades eficientes
La tregua de los oficios,
de las carencias,
de las quejas
y de las batallas con punta de lanza.

 

La tarde es la tregua de mundo
la tregua de la necesidad,
la tregua de sentirnos indispensables para el mundo.
¡NO SOMOS NECESARIOS!
Somos circunstanciales,
Somos accidentales.

 

La tarde es la tregua
de la penumbra,
que envuelve y aletarga el tedio,
envuelve el calor y lo disfraza de caricia,
lo convierte en la brisa subversiva
y vagabunda que se lleva las tristezas
de todos los que se han quedado sin aliento.

 

La tarde es la tregua fugaz
del panadero y el beso,
la tregua de la vecina, del café con leche,
la taza de té bajo el árbol de almendro,
la tregua del perro en el andén y la risa.

 

La tarde es la tregua infinita de ti y de mí,
es el ropaje fugaz
que silencia todo el bullicio del tedio.
La tarde es la patrona que amortaja el día
lo guarda en el cajón como guardiana
lo guarda por un rato,
sólo lo guarda, con dulzura,
no lo transforma, no lo cambia, sólo lo guarda
y congela las intenciones
en pausas y silencios,
en estrellas que traen deseos
y luces tenues a la distancia.

 

La tarde lo guarda todo,
Todo lo guarda la tarde;
como un baúl mudo de reproches
como un testigo ciego sin memoria,
…como un naufragio herido y desahuciado
como un visitante sin rumbo y sin morada,
todo lo guarda, la tarde;
la tarde guarda en el sagrario lo invisible
lo imposible…
guarda los corazones, guarda ansias,
guarda las oraciones, las plegarias,
…como hoy guardo este dolor
que me causa:
todo este silencio
toda esta distancia.

 

Marzo 31, 2020.

 

CARLOS LOPEZ NARVAEZ

 

 

 

Luz de llanto




"Para cumplir imaginaria cita "
he de escribir en lágrimas.
Talvez los lentos monosílabos
cálidamente, mudamente digan
lo que ayer no supieron las palabras.

Temblorosa, desnuda,
el alma iba al cuenco de tus manos
pidiendo el pan de la ternura
y el sorbo de una diáfana alegría.

     ¡Oh silencio aromante!
     ¡Oh fuego sosegante!
     ¡Oh rosario de instantes sin mancilla,
     labrado en los metales de la tarde!

En macilenta soledad,
más pálida, más lenta,
se extenúa la tarde sin tu forma.
Tu ademán era el nardo
y eran tu voz la brisa y la amapola.
Para el último vuelo
se azulaban rozándote las horas,
y al llegar los luceros sorprendían
la tarde iluminada por tu sombra.

Vuelvo mis ojos a la noche
que te guarda dispersa:
blancuras errabundas, azul profundidad
palpitación tranquila de la tierra.

Como no puede ser
la tarde sin tu forma, hoyes la noche
recinto de mi sueño y de tu sombra.

Con luz de llanto -enjambre de luciérnagas-
otra vez he de hallarte,
¡oh dulce sombra de las tardes muertas!

 

RENÉE FERRER

 

 


Ahora me olvidas




Y ahora me olvidas. 

Fui anónimo guijarro 
tramontando tu arena 
pétalo 
que se fue desprendiendo de tu cerco
un canto sin acordes resonando 
en sordas caracolas. 

Sí 
ahora me olvidas. 

Pero cuando entregue
esta envoltura descartable 

mi identidad se duerma 
desbrumaré mis ojos 
te miraré con olvido
ahogaré tus palabras 
en el silencio. 


1994

 

MÓNICA NEPOTE

 

  

 

Espejismo

 


Palmeras en el paisaje nevado. El canto. Las perlas caen por la pendiente se hunden en el agua, se diluyen tras el círculo. Ondea. La playa se pierde en el color del estandarte, testamento de aire.

 

Si de eso se tratase.

 

Tejería, tejería, una imagen tras otra.

 

La mano palpando la ligereza del trigo, la mano alzada celebrando el viento, sin espinas en la lengua.

 

Si de eso se tratase la escritura.

 



PIERRE LOUYS

 

 

 

Confidencias




A la siguiente mañana
fui a su casa.
Tímidas amapolas,
las mejillas en brasa. 
Y para estar a solas 
me hizo entrar a su alcoba, muy ufana. 

¡Tenía por preguntarle tantas cosas!
Pero al mirar su cíngulo ceñido
a la altura de las nuevas esposas,
¡por las diosas!
sufrí total olvido
y no osé ni abrazar su cuello erguido.

No ver cambio indiscreto
en su rostro me llenaba de asombro. Todavía
era mi amiga fiel, me parecía.
Pero desde la víspera nupcial, ese secreto
que me llenaba de susto reprimido,
mi amiga habría aprendido.

Súbito, me senté en su regazo;
en redor de su cuello puse el brazo,
y murmuré a su oído
como vivaz epodo,
las preguntas ansiosas.
Entonces ella, con las mejillas juntas, ruborosas,
-entonces ella me lo dijo todo.

 

 

De: "Las canciones de Bilitis"
Versión de Enrique Uribe White