lunes, 16 de abril de 2018


CECILIA BUSTAMANTE





XXI



Soy el cadáver del pájaro que arrastra el agua
y la luz que aclara el revés de las altas hojas,
las huellas pasajeras en la tierra fina del camino
y el ruido constante del viento en el mundo.
Este arbol transido de días y los frutos de sus ramas,
aquel nido y las silvestres mariposas.
El oscuro clima del barro. El barro más profundo,
la distancia del pie al cielo. El camino más alto.
No llamo a nadie por su nombre. Estoy sola.
Porque soy la última hora del día,
el agua del riego y la sombra del viejo sobre el campo,
las semillas sonoras de las plantas agrestes
y el amplio oolor del hombre en sus músculos rendidos.
Yo puedo olvidarme volteando el agua sobre las riberas
y ser como el tiempo abandonado en la transparente distancia.

Un poeta en un pueblo cualquiera del mundo.


De: “Altas Hojas”

ADHELY RIVERO


  


En el cielo de Bagdad

Caupolicán Ovalles
Alí Al-Shalah.



La luna en Irak no se puede ver
Lástima la cara del nativo
que ha visto caer bombas  todo el año.
De noche al lado de la luna llena caen Racimos,
terminando por creer que una bomba se quedó
pegada al firmamento.
Los mismo ocurre con una sirena letal
que socava los refugios.
Ni los ángeles están seguros en el cielo.
El día que Caupolicán  visitó Bagdad
les llevó el humor y perdieron la paciencia,
todos lo besaban y él sospechaba y se reía.
Hoy nadie duda de la valentía de los hombres
y de los pájaros que se desgranan en el aire.
Cuando termine la pesadilla, dormirán eternamente
en las arenas del desierto
y podremos ver la luna llena en el cielo.



FERNANDO DEL PASO





II



Cuerpo de lento, tardo entendimiento:
tarde te has descubierto, cuerpo amado;
largo tu sueño ha sido desdichado,
breve tu amor, tu aprendizaje lento.

Solo en tu desolado pensamiento
y al rencor de ti mismo abandonado
tarde aprendiste a amarte, tarde has dado
muerte a tu olvido y a tu vida aliento.

Lento cuerpo sin nombre y sin edades,
cuerpo de lentitud impronunciable:
deja que larga, dulce, lentamente,

y cuerpo a cuerpo, acariciadamente,
en una soledad inacabable
se junten nuestras lentas soledades.


De: “Sonetos para un cuerpo ajeno y propio”




ALEJANDRO ZAMBRA





El día siguiente



Sobre la carga de los días persistentes
En el lugar en que debía estar una sombra
En espera del antiglio roce entre los peces y la sal

Desde aquí es posible escuchar
la respiración de la lluvia

(Observa el movimiento de las aguas.
Cuáles son las sombras que originó tu paso.
Cuál es ese sueño que no recuerdas.
Cuál es tu tristeza. Cuáles son las formas de
tu tristeza.
Tu llanto. Cuáles son los colores de tu llanto).

La noche es la invención de la paciencia
Y esta noche todo sucede por última vez

El viento no respeta la forma de los árboles.
Las raíces pierden el sentido de sus años
La música se desvía hacia la orilla del océano
Y tú vuelves a ofrecer
tus cicatrices al viento

Ven, el invierno conoce la duración de tu viaje
Ven, esta noche es el día siguiente

Deja que los dioses calmen tu dolor
Sólo ellos pueden hacerlo
Yo sólo miro por la ventana
Y espero el final de nuestro último abrazo.


De: “Bahía inútil”




ALFREDO R. PLACENCIA






I

El mal aventurero



Se echó a cuestas su cátedra y, así cargado, vino
a decir a la turba de ilusos que era bueno
el oficio execrable de vivir de lo ajeno,
sin andar por los montes ni arriesgarse al camino.

Y le abrieron sus brazos los ilusos.
Concino
hallaron el discurso que fermentó el veneno
que la muerte traía.
Y al abrirle su seno,
se le tendió la mesa y agua se le previno.

El mal aventurero llegó a los pocos días
a ser como el pontífice de mi grey y el oráculo.
Y pervirtió a las almas, que dizque fueron pías.

Y siendo yo una rémora y una ley y un obstáculo,
a escoger se me puso una de tantas vías
sin coger ni mi alforja, ni mi luz, ni mi báculo.


De: “El éxodo”




JOSÉ MANUEL CABALLERO





Desde donde me ciego de vivir




Era una blanda emanación, casi
una terca oquedad de ternura,
un tibio vaho humedecido
con no sé qué tentáculos.
                                     Abrí
los ojos, vi de cerca el peligro.
¡No, no te acerques, adorable
inmundicia, no podría vivir!
Pero se apresuraba hacia mi infancia,
me tendía su furia entre los lienzos
de la noche enemiga. Y escuché
la señal, cegué mi vida junta,
anduve a tientas hasta el cuerpo
temible y deseado.
                                     Madre
mía, ¿me oyes, me has oído
caer, has visto mi triunfante
rendición, tú me perdonas?
                                    La mano
balbucía allí dentro, rebuscaba
entre las telas jadeantes, iba
desprendiendo el delirio, calcinando
la desnuda razón.
                              Agrio desván
limítrofe, gimientes muebles
lapidarios bajo el candor malévolo
del miedo, ¿qué hacer si la memoria
se saciaba allí mismo, si no había
otra locura más para vivir?
                                    Dulce
naufragio, dulce naufragio,
nupcial ponzoña pura del amor,
crédulo azar maldito, ¿dónde
me hundo, dónde
me salvo desde aquella noche?