martes, 25 de noviembre de 2014

CÉSAR VALLEJO




Altura y pelos

 

¿Quién no tiene su vestido azul?
¿Quién no almuerza y no toma el tranvía,
con su cigarrillo contratado y su dolor de bolsillo?
¡Yo que tan sólo he nacido!
¡Yo que tan sólo he nacido!

¿Quién no escribe una carta?
¿Quién no habla de un asunto muy importante,
muriendo de costumbre y llorando de oído?
¡Yo que solamente he nacido!
¡Yo que solamente he nacido!

¿Quién no se llama Carlos o cualquier otra cosa?
¿Quién al gato no dice gato gato?
¡Ay, yo que sólo he nacido solamente!
¡Ay! ¡yo que sólo he nacido solamente!
 

 

 

MANUEL SCORZA


 
Crepúsculo para Ana
 

Sólo para alcanzarte escribí este libro.
Noche a noche,
en la helada madriguera
cavé mi pozo más profundo,
para que surgiera, más alta,
el agua enamorada de este canto.

Yo sé que un día las gentes
querrán saber por qué hay tanto rocío en las praderas,
yo sé que un día
irán ansiosas a los campos,
seguirán los hilos de los prados,
y a través de las florestas
llegarán hasta mi pecho,
y comprenderán,
-lo siento, estoy sintiéndolo-,
que es mi amor quien platea por ti el mundo en las mañanas,
y verás esta hoguera.

Desde ciudades enterradas,
desde salones sumergidos,
desde balcones lejanísimos,
verás este amor,
y escucharás mi voz
ardiendo de hermosura,
y comprenderás que sólo por ti he cantado.
Porque sólo por ti estoy cantando.

¡Sólo por ti resplandece
mi corazón extraviado!
¡Sólo para que me veas,
ilumino mi rostro oscurecido!
¡Sólo para que en algún lugar me mires
enciendo, con mis sueños, esta hoguera!

¡El Mudo,
El Amargo,
El Que Se Quedaba Silencioso,
te habla ahora a borbotones,
te grita cataratas, inmensidades!


Algún día amarás,
alguna vez
en las lianas de la ternura enredada
comprenderás que cuando el dolor nos llega
es imposible hablar;
cuando la vida pesa, las manos pesan:
es imposible escribir.

Hasta que con los años las escamas se nos caen.
Y un día, al volver el rostro,
vemos a lo lejos,
como remotos barcos encallados,
cosas que creíamos llevar dentro,
y miramos que son musgo los amores más ardientes.
¡El hombre enceguecido
no escucha las campanadas silenciosas de la hierba,
hasta que encuentra en los caminos,
como culebra, su antigua piel,
y reconoce entre las ruinas
su vieja máscara oxidada,
y descubre agujeros rotos
do eran ojos fulgurantes,
porque el tiempo crudelísimo
injurió el Rostro Puro,
y los años nos pusieron
anteojos de melancolía,
con los ojos que se mira la ruina,
el otoño,
la grosura de las mujeres!

Surge entonces
el Dolor inextinguible,
cual surge ahora esta voz
que llora por los días hermosos,
cuando la vida era azul.
Porque todo lo que nace ha de morir.
¡No digo más porque me entiendes!
Tú sabes que sólo quiero
que, en algún lugar, leas esta carta,
antes que envejezcan los carteros
que te buscan
a la salida de las iglesias,
entre las recién casadas,
a la hora del jazmín rendido.

¡Quiero que el rayo de mi ternura
traspase con lanza a los que no conozco,
y salte noche hirviendo
a los ojos de los que abran este libro,
y en algún lugar
un día de este mundo,
me oigas
y te vuelvas,
como quien se vuelve extrañado
al sentir detrás el resplandor de un incendio,
y comprendas que estoy ardiendo por ti,
quemándome
sólo para que veas,
desde tan lejos, esta luz!

De "Los adioses " 1960

 

 

MANUEL GONZÁLEZ PRADA

 

El amor

 

Si eres un bien arrebatado al cielo
¿Por qué las dudas, el gemido, el llanto,
la desconfianza, el torcedor quebranto,
las turbias noches de febril desvelo?

Si eres un mal en el terrestre suelo
¿Por qué los goces, la sonrisa, el canto,
las esperanzas, el glorioso encanto,
las visiones de paz y de consuelo?

Si eres nieve, ¿por qué tus vivas llamas?
Si eres llama, ¿por qué tu hielo inerte?
Si eres sombra, ¿por qué la luz derramas?

¿Por qué la sombra, si eres luz querida?
Si eres vida, ¿por qué me das la muerte?
Si eres muerte, ¿por qué me das la vida?

 

 

JOSÉ WATANABE



Cuestión de fe

 

¿Cómo sería la luz de la madrugada
en que Abraham, el hombre de la cerrada fe,
subió al monte Moriah
llevando de la mano a su unigénito Isaac?

Tiene que haber sido una luz hondamente azul
como la de este amanecer: en aquel azul
Abraham imaginaba
la vibrante sangre de su hijo en el cuchillo.

                  La sangre vibra más en el azul.
Lo sé porque mi piel, de tan sola ahora,
segrega sangre en la palma de mi mano:
                          el primer milagro de mi día, o castigo,
por haber querido subir la cuesta de la montaña
con una muchacha (más hija que esposa).

Ella, al primer sol, huyó asustada,
                              me negó
su joven cuerpo para el sacrificio
y yo no pude demostrarle
                           mi fe neurótica a Dios.

 

 

MARIO MONTALBETTI

 


Lleva al marrano más allá de los cerros

 
 
Lleva al marrano más allá de los cerros
y regresa antes de que comiencen las lluvias.
Cenaremos, me dirás que me amas y encenderás
la última vela que nos queda en el armario
para que pueda leer y tú jugarás con el perro
pastor que mantiene unidas las ovejas del rebaño
y luego
saldremos juntos a contemplar la luna (las lluvias
habrán cesado) y entonces me dirás
(los pinos apenas se mecen con el viento
la cerca de las vacas necesita repararse)
que mañana partes para las montañas.
Me propondrás dormir
afuera y entonces
entendí que tu serenidad era real y un beso
y con el aire como solitario desayuno

no tendré noticias tuyas sino hasta después
de un año. El tono de mi vida habrá cambiado.
Perderé la costumbre de leer y pasaré
las noches (los días me serán casi imperceptibles)
tratando de entender las constelaciones.
Miraré Orión y también algún capitán extraviado
en el Indico lo hará y hasta llegaré a ver la
estrella polar desde el hemisferio sur.
Las noticias dirán que lograste llegar
a Europa, que te civilizas,
y que un finlandés próspero maderero
te divierte interminablemente entre los pinos
(sus pinos) marrones. Recordaré entonces
nuestra última noche. Y luego dos, tres, cinco
hijos y dos cesáreas y el finlandés
en Nápoles y luego en Grecia
y luego en Austria tu salud comenzará con la tos
a derrumbarse pero el finlandés en Dinamarca
y entonces quedará muy poco de ti apenas
un borroso recuerdo mío y una tarde y el
finlandés perdido en el mejor desierto africano y
entonces ya no tendré las redondas constelaciones
encima y todo paraíso estará
irremediablemente perdido.
Vete ahora;
lleva al marrano más allá de los cerros.

 

 

DALMACIA RUIZ ROSAS


 

Estoy segura...
 


estoy segura que si me paro a coger un libro
se me caerán los ovarios al suelo
                                             saldrán rodando
de mi cuarto hacia el jardín
no pararán hasta recostarse contra el pino
donde los encontrarán mis perros
y se pondrán a jugar con ellos
estoy segura que cuando baje de tu carro
voy a patear mi cabeza lejos
                                             mis pies
preferirán quedarse fuera de la casa
pues es muy largo
el camino hasta mi cuarto
y el brazo derecho
quedará colgando del llavero