"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
martes, 14 de octubre de 2025
AURELIANO CARVAJAL
Poema
que piensa a futuro (partes II y III)
II
Acaso no serás tú serán tus hijas
—que
pocas concebiste aunque no importa—
serán
tal vez sus nietas
o
alguna sobrina entre sus primas.
En
todo caso,
no
serás tú quien se tope con mis versos;
y
aquélla tú perdida —tantas generaciones olvidada—
aquella
rama perdida entre tus ramas
vendrá
confusa lluvia
a
empaparse entre mis poemas.
III
Y esa perdida rama
se
encontrará, no sé,
desnuda
entre mis manos
y
sus ojos serán tus ojos
y su
lengua será tu lengua
torrente
ardido y fuego
quemando
años de lenguas y gargantas.
Y la
voz,
el
cavernoso aullido
que
tú nunca gritaste,
alzará
dolorosa mueca sin palabras.
Y
todo será silencio.
Y
tal vez —y sólo entonces—
puedas
por fin sentir mi aliento.
JUSTO SIERRA MÉNDEZ
Tres
cruces
I –
Leónidas
Murieron,
su deber quedó cumplido;
Mas del paso del bárbaro monarca
Guardaron las Termópilas la marca
Clavando en una cruz al gran vencido.
Cadáver
que bien pronto ha repartido
A jirones el viento en la comarca
Y en cuyo pecho roto por la Parca
El águila del Etna hace su nido.
La
sangre de Leónidas que gotea
En la urna de bronce de la historia,
A todo pueblo en lucha por su idea
Ungirá
con el crisma de la gloria,
Como a Esparta en el día de Platea
Al compás del peal de la victoria.
II –
Espartaco
De
los buitres festín los gladiadores
Y harto de sangre el legionario, al frente
De las enseñas tórnase impaciente
A Roma, Craso, en pos de sus lictores.
De
la matanza envuelto en los vapores
Yace Espartaco de la cruz pendiente;
Y es su can de combate solamente
Testigo de sus últimos dolores.
Sobre
aquella pasión callada y tierna
Lenta cae la noche hora tras hora;
Cuando la sombra por el mar se interna
Y el
lampo matinallas cimas dora,
La cruz se yergue oscura, pero eterna
En el vago apoteosis de la aurora.
III
– Jesús
En
la cruz del helénico guerrero
La Patria , santo amor, nos ilumina;
La libertad albea matutina
Del tracio esclavo en el suplicio fiero.
Uno
hay mayor del Gólgota el madero;
Porque en el ser de paz que allí se inclina
El alma en sus anhelos se adivina
Que está crucificado en el hombre entero.
De
esas tres hostias de una gran creencia,
Sólo Jesús resucitó y alcanza
Culto en la cruz, señal de su existencia.
Es
que nos ha dejado su enseñanza,
Un mundo de dolor en la conciencia
Y en el cielo una sombra de esperanza.
NOE VERA
son
extrañas las concesiones
la vida es una payasa de bonete dorado
risa amplia pasa en una rueda
un
chico en el subte vestido de cuero
pelo largo y cadenas
lleva sin gracia ni alegría
una bolsa con juguetes que le espío
quiere ser buen tío
¿y
de las tías alguien habla?
te planchan la ropa toda la vida
los sábados de súper adolescencia
te compran ropa para ir a bailar y más tarde
cuando ya sos madre lavan guardapolvos
de tus hijos, bordan bolsillos con nombre y apellido
te organizan los frascos te legan
su cuaderno de recetas
se
murió mi tía
ayer tuve el impulso de abrazarla
pero ya no tiene cuerpo
le acaricié la mano
en una foto de consuelo
su casa quedó vacía
lloro en la calle cuando camino
me desagoto en cualquier lugar
uso
su ropa a mansalva, el perfume dulce
de carácter fuerte que usaba permanece
el
día que guardé este poema en el block
tuve una anunciación
voy a ser tía, esto es verdad
Antes
de irse ¿lo supo?
¿hay ironía? ¿hubo plan?
parece mentira
perdí a mi tía
lo
que se pierde se tiene
para siempre, dicen
brazos
de pulpa todo alcance
tinta negra por sangre
su memoria mi cofre de inspiración
perdí a mi tía voy a ser tía.
OMAR LARA
17
Sombras
de jaulas en las calles
seres sin identificación
hijos ilegítimos de la pesadumbre
hijos legítimos del desaire de la historia
una escribí y lo enterré en un tugurio
de la calle maipú
estaba con silverio que enterró después su alma
en algún lugar de ese extenso país llamado
adiós
allí llevó su jaula
MARCO MARTOS
En
el puente de las vacilaciones al borde de una mañana eterna
Yasunari
Kawabata conoce a la danzarina de Izu. (1923)
A lo
lejos, es conmovedor el puente de madera,
suspendido sobre la curva del río.
Parece un adorno inextricable
entre las dos riberas. Algo amarillo hecho
como un lazo entre lo verde de los árboles.
Sólo llegando a pisar sus tablones
se percibe el deterioro como marca de guerra
y oscuro sello del tiempo:
diminutas incisiones, quemaduras,
picaduras de viruela de un cuerpo desesperado
o heridas a tajo hechas por un rápido cuchillo.
¿Está viva o muerta la madera o acaso está
agonizando por encima del agua? Nadie lo sabe.
A nadie le importa mientras sirva.
La llaman, según dicen,
el puente de las vacilaciones.
Avanzan los hombres hasta la mitad del río
y dudan entre irse al barrio del placer
o regresar a cumplir con sus deberes conyugales.
Eso ocurre cuando la noche toma su nombre.
Me gusta venir a la hora del ocaso,
cuando el sol tiñe de rosa
las copas de los árboles. Cada vez
me sorprende esta belleza natural
que el hombre no ha dañado con el puente
de madera. Pero hoy vi a una muchacha
en un momento diferente:
con la cara lavada bajo el sol de la mañana,
radiante, como si el tiempo no existiera
o fuera un presente eterno, cruzando
el puente de las vacilaciones,
tan resplandeciente como la madera del primer día,
como un árbol caminando y ofreciendo sombra
a todos los hombres.
Me quedé confuso, contemplé el agua largo rato,
horas de horas, y me hice extrañas preguntas
sobre el objeto de la vida
hasta que llegaron los viandantes
con sus perplejidades, tal fantasmas bailarines
a la luz de la luna llena.
Me pareció entonces eterno el puente,
y sin heridas. Un Dios otorgando serenidad
a los alucinados de este remoto lugar del mundo.
NATALIE DIAZ
Fueron
los animales
Hoy
mi hermano trajo un pedazo del arca
envuelta en una bolsa de plástico del súper.
Puso
la bolsa en la mesa de mi comedor y la desanudó
para revelar una madera fracturada de un pie de largo.
Dio un paso hacia atrás y la señaló con un gesto
de brazos y manos abiertas:
Es
el arca, dijo.
¿Te refieres al arca de Noé?
¿Acaso hay otra? respondió.
Lee
la inscripción, me dijo.
Dice lo que sucederá al final.
¿Qué final? quise saber.
Se rió, ¿A qué te refieres con «¿Qué final?»?
El final final.
Luego
la extrajo. La bolsa de plástico cascabeleó.
Sus dedos, lisos por las ampollas de la pipa.
Sostenía con tanta gentileza el trozo de madera quebrada.
Había olvidado que mi hermano podía ser gentil.
La
puso sobre la mesa como la gente en la televisión
coloca objetos que podrían estallar
o activarse —la colocó justo al lado de mi taza de café vacía.
No
era un arca
—era la orilla rota de un marco para fotos,
tallada con flores en la superficie.
Recargó
la cabeza en las manos.
No
debía mostrarte esto…
Dios, ¿por qué le mostré esto?
Es tan antigua —Ay, Dios,
es tan vieja.
Bueno,
cedí. ¿Dónde la conseguiste?
La chica, dijo él. Ay, la chica.
¿Cuál chica? pregunté.
Desearás no haberlo sabido nunca, me dijo.
Lo
observé pasar sus dedos deshechos
por el trabajo floral y despostillado de la madera.
Deberías
leerlo. Pero, ay, no podrías tolerarlo
—sin importar cuántos libros hayas leído.
Estaba
equivocado. Pude tolerar el arca.
Incluso pude tolerar sus dedos maravillosamente jodidos.
Cómo, casi, brillaban.
Fueron
los animales —a los animales no pude tolerarlos
—subieron
por la pasarela y entraron a mi casa,
rompieron el marco de la puerta con sus cascos y caderas,
me pasaron de largo, entraron en mi cocina, en mi hermano.
Sus
colas serpentearon sobre mis pies antes de desaparecer
como los cables de las aspiradoras rebobinándose en los huecos
de las clavículas de mi hermano. Los colmillos rayaban las paredes,
extendiéndose
hacia él: ñus, cerdos,
los oryx de negra y concordante cornamenta,
jabalíes, jaguares, pumas y aves de rapiña. Los ocelotes
con sus rostros matemáticos. Tantos tipos de cabras.
Tantos tipos de criaturas.
Quería
seguirlos, llegar al fondo del asunto,
pero mi hermano me detuvo.
Esto
es algo serio, dijo.
Tienes que entender.
Puede salvarte.
Así
que tomé asiento, con mi hermano arruinado y abierto así,
y, de dos en dos, las bestias fantásticas
lo desfilaron. Me senté, mientras el agua caía sobre mis tobillos,
se elevaba a mi alrededor y llenaba mi taza de café
antes de que flotara lejos de la mesa.
Mi
hermano —abarrotado de sombras—
un casco de huesos, encendido por dientes y colmillos,
levantaba bien alto su arca en el aire.
De:
“Poema de amor poscolonial”
Versión
de Elisa Díaz Castelo
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