viernes, 18 de septiembre de 2020

FRANCISCO LUIS BERNÁRDEZ


 

 

Estar enamorado

 

 

 

Estar enamorado, amigos, es encontrar el nombre justo
de la vida.
Es dar al fin con la palabra que para hacer frente a
la muerte se precisa.
Es recobrar la llave oculta que abre la cárcel en que
el alma está cautiva.
Es levantarse de la tierra con una fuerza que reclama
desde arriba.
Es respirar el ancho viento que por encima de la carne
se respira.
Es contemplar desde la cumbre de la persona la razón
de las heridas.
Es advertir en unos ojos una mirada verdadera que
nos mira.
Es escuchar en una boca la propia voz profundamente
repetida.
Es sorprender en unas manos ese calor de la perfecta
compañía.
Es sospechar que, para siempre, la soledad de nuestra
sombra está vencida.

 

Estar enamorado amigos, es descubrir dónde se juntan
cuerpo y alma.
Es percibir en el desierto la cristalina voz de un río
que nos llama.
Es ver el mar desde la torre donde ha quedado prisionera
nuestra infancia.
Es apoyar los ojos tristes en un paisaje de cigüeñas
y campanas.
Es ocupar un territorio donde conviven los perfumes
y las armas.
Es dar la ley a cada rosa y al mismo tiempo recibirla
de su espada.
Es confundir el sentimiento con una hoguera que del pecho
se levanta.
Es gobernar la luz del fuego y al mismo tiempo ser esclavo
de la llama.
Es entender la pensativa conversación del corazón
y la distancia.
Es encontrar el derrotero que lleva al reino de la música
sin tasa.

Estar enamorado, amigos, es adueñarse de las noches
y los días.
Es olvidar entre los dedos emocionados la cabeza
distraída.
Es recordar a Garcilaso cuando se siente la canción
de una herrería.
Es ir leyendo lo que escriben en el espacio las primeras
golondrinas.
Es ver la estrella de la tarde por la ventana de una
casa campesina.
Es contemplar un tren que pasa por la montaña con las
luces encendidas.
Es comprender perfectamente que no hay fronteras entre
el sueño y la vigilia.
Es ignorar en qué consiste la diferencia entre la pena
y la alegría.
Es escuchar a medianoche la vagabunda confesión
de la llovizna.
Es divisar en las tinieblas del corazón una pequeña
lucecita.

Estar enamorado, amigos, es padecer espacio y tiempo
con dulzura.
Es despertarse una mañana con el secreto de las flores
y las frutas.
Es libertarse de sí mismo y estar unido con las otras
criaturas.
Es no saber si son ajenas o son propias las lejanas
amarguras.
Es remontar hasta la fuente las aguas turbias del torrente
de la angustia.
Es compartir la luz del mundo y al mismo tiempo compartir
su noche oscura.
Es asombrarse y alegrarse de que la luna todavía
sea luna.
Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea de ser hombre
es menos dura.
Es empezar a decir siempre, y en adelante no volver
a decir nunca.
Y es, además, amigos míos, estar seguro de tener las
manos puras.

 

 

 

JORGE CARRERA ANDRADE

  


 

Biografía

 

 


La ventana nació de un deseo de cielo
y en la muralla negra se posó como un ángel.
Es amiga del hombre
y portera del aire.

 

Conversa con los charcos de la tierra,
con los espejos niños de las habitaciones
y con los tejados en huelga.

 

Desde su altura, las ventanas
orientan a las multitudes
con sus arengas diáfanas.

 

La ventana maestra
difunde sus luces en la noche.
Extrae la raíz cuadrada de un meteoro,
suma columnas de constelaciones.

 

La ventana es la borda del barco de la tierra;
la ciñe mansamente un oleaje de nubes.
El capitán Espíritu busca la isla de Dios
y los ojos se lavan en tormentas azules.

 

La ventana reparte entre todos los hombres
una cuarta de luz y un cubo de aire.
Ella es, arada de nubes,
la pequeña propiedad del cielo.

 

 

MARIANO BRULL

   

 


Nada más que

 


¿Qué voz nueva, inesperada,
dirá lo que aún no me dije,
y está en mí, sin mí, diciendo
lo que, al callarse, desdice?

 

¿Por qué inmolarse en palabra
muda, y émula de altura,
que cuando enmudece niega
lo antedicho sólo al cielo?

 

¿Hay que cavar en el aire
hasta el silencio primero,
hasta llegar a la luz
que tuvo el mundo en su estreno?

 

¿Y hay que volver a callar
lo que nunca fuera dicho,
para que muera en su ser
la muerte de otra manera?

 

 

DELIA QUIÑONEZ

  

 

 

Orilla redentora




¿Dónde
si no en el beso,
encontraremos la orilla redentora?

Leve espada
anida y combate
compartiendo la savia
que deviene en torrente.

Uva frugal.
Ayuno de antiguas plenitudes.
Agua y jugos
humanamente turbios
          coronan
sin laureles
la puerta vital del paraíso.

Besos de eternidad
          marcando territorios,
colinas,
cavidades.
Antorcha en la balsa.
Lengua y labios
          avanzan
en lúbricas saetas
hasta la vieja orilla
que redime
la irreverente ambigüedad del paraíso.

 

 

 

DINA POSADA

  

 

 

Sexo

 

 

Al cabo de los muslos
tibia hendedura
donde convulso el acento se hunde
escapando al olvido

Templo de toda sangre

Arca que guarda el primer estupor
Sepulcro de vírgenes
Mina de agua espontánea
en que el fuego trastornado se vierte

Laguna donde muere sedienta la mentira
Estancia de tiempo perdurable

 

 

 

 

ELI URBINA

  

 

 

V

 


 

Hay bufandas y cabellos
y ratas que aprietan
entre sus dientes otros dientes
Hay ecos de piedra
bajo el golpe furioso de la luz
Hay desdicha y restos
de un lujoso naufragio
Hay papeles roídos por los dedos
y ciudades clavadas en las venas
la efeméride de un último beso
el nacimiento del dolor
las lágrimas de la mañana

 

ELI URBINA

  

 


 V

 

 


Hay bufandas y cabellos
y ratas que aprietan
entre sus dientes otros dientes
Hay ecos de piedra
bajo el golpe furioso de la luz
Hay desdicha y restos
de un lujoso naufragio
Hay papeles roídos por los dedos
y ciudades clavadas en las venas
la efeméride de un último beso
el nacimiento del dolor
las lágrimas de la mañana