lunes, 11 de mayo de 2015

GUADALUPE AMOR




El arcángel

 

Montado en una cornisa
de una puerta cubierta de damasco
de seda movediza,
impedía un chubasco
el arcángel, volado de un peñasco

 
 

ALFONSO CORTÉS


  

Ángelus

 

El cruel ángelus inconsciente,
levántase entre el Ataúd
de lo infinito, en el poniente
de una epicúrea lasitud;

   y en los tejados de las almas
mayan los ruidos de la tierra,
y, en la locura de sus calmas,
la Hora, triste de espacio, yerra.

   Y, fatigados, los reflejos
que, con las nubes, huyen, huyen,
el uno al otro, tantos viejos
sueños solares, se destruyen,

   danzando sobre la aburrida
fluidez del cielo, que se atedia,
y el compás tiene su medida
en el muerto tiempo que media

   entre un reflejo que se hunde
y otro reflejo que aparece,
cuya inconciencia se confunde
en el deleite que adormece

   los correspondientes olvidos
de Fuegos, de Almas y de Vientos
que halagan todos los sentidos
y ruedan en los pensamientos

   de Dios, en tanto que las almas
mayan los ruidos de la tierra,
y, en la locura de sus calmas,
la Hora, triste de espacio, yerra…

 

ANTONIO COLINAS


 

Escalinata del palacio

 

Hace ya mucho tiempo que habito este palacio.
Duermo en la escalinata, al pie de los cipreses.
Dicen que baña el sol de oro las columnas,
las corazas color de tortuga, las flores.
Soy dueño de un violín y de algunos harapos.
Cuento historias de muerte y todos me abandonan.
Iglesias y palacios, los bosques, los poblados,
son míos, los vacía mi música que inflama.
Salí del mar. Un hombre me ahogó cuando era niño.
Mis ojos los comió un bello pez azul
y en mis cuencas vacías habitan escorpiones.
Un día quise ahorcarme de un espeso manzano.
Otro día me até una víbora al cuello.
Pero siempre termino dormido entre las flores,
beodo entre las flores, ahogado por la música
que desgrana el violín que tengo entre mis brazos.
Soy como un ave extraña que aletea entre rosas.
Mi amigo es el rocío. Me gusta echar al lago
diamantes, topacios, las cosas de los hombres.
A veces, mientras lloro, algún niño se acerca
y me besa en las llagas, me roba el corazón.

 

MARTÍN ADÁN


  

Bala

  

¡Ven a gritar, el Poeta,
A claridad horrorosa,
Gritando como la rosa
Mirada de anacoreta!
Esa faz, lívida, quieta,
Es, a raíz del respiro,
La que mira, la que miro,
Mirándote, muda, mala,
Dios vivo, que cayó un ala,
Y no adivina del tiro.

 

 

 

IVÁN CARVAJAL


 

Exilio

 

Sangres y huesos yacen
Sin túmulos funerarios

Los muertos no enterrerán a sus muertos

Al anochecer
Las agujas de los cipreses
Enfiladas lanzas contra el campo abierto

Los muertos huirán de los vivos

En casa el baúl listo para el destierro
Y pan para el camino

Los vivos huirán de los muertos

Adonde van estos caminos
Dónde se hospedan los viajeros
En noches de luna llena
En noches de tempestad
Con quién toman su vino
Por los puertos del mar dónde se van

Los vivos no tienen tiempo
Para enterrar a los muertos.

 

 

JOSÉ CARLOS BECERRA


 

Betania

Homme infesté du songe, homme gagné par l'infection divine.
Saint-John Perse

 

He tocado esta carne y no he hallado otra resurrección que
    el olvido
ni otra vehemencia que aquella de los labios pegados a la  
    noche,
a la oscuridad besada de los cuerpos,
a las palabras dichas para que las bocas resistan el
    hierro nocturno.
La sangre también recuerda sus hechos de tierra
como un navío que cabecea en los muelles.
El cielo de este día es otra vaga historia,
el anochecer va posando sus alas sobre los nombres
    escritos.

¿Dónde está lo que resplandece cuando el fuego
retrocede?
¿Dónde está aquello que no es vencido por el poderío de lo
    que duerme?

Llovizna sobre la tierra como un arrepentimiento tardío,
como una voluntad de lavar en voz baja.

La magia ha arrojado sus armas en el centro de la
    habitación,
la historia de Lázaro se ha convertido en pasto de
    charlatanes de buena y mala voluntad,
y la consecuencia es este legado de carne envanecida de
    su morir,
aquello a lo que llaman primer paso hacia la inmortalidad.
Todos los ríos levantan su copa hacia las nubes
pidiendo que se las llenen de infinito para beber
    lentamente otra sombra,
todos los ríos esperan la alfombra de la luna, el cuarto
    cerrado
donde al amanecer se desvisten los que se ahogaron
    de niños.

Pero no es en la fruta acostada en su madurez
ni bajo el árbol donde el cielo detiene sus dioses ausentes,
donde los ojos se abren de nuevo.
Es en la impiedad de las estatuas, en las sordas
    lecturas del azufre,
en la verdad del salitre, en el herbazal de la sangre.

La mirada entonces no yerra como no yerra el amor,
las mujeres danzan alrededor de su propio desnudo
y nos invitan a llorar por la muerte de sus astros.

Estos ojos de amor que me llevan se han abierto también
    en los ríos,
en las arenas lavadas como alguien que pone en orden
    sus recuerdos y luego se marcha.
Ríos que se levantan en silencio para abrirle la puerta al 
    océano,
al océano que entra sacudiendo los retratos y las
    apariciones,
los lechos y sus consecuencias de sangre o de nieve.

Creo en lo oscuro de la materia pero su renombre no es
    oscuro;
Dios ha entrado en su tumba tranquilamente
porque cree en el poder de los hombres para despertarlo,
porque los hombres se anuncian los unos a los otros
con una luz escarlata y colérica.

He respirado la indiferencia que me atañe,
el olvido que alguna vez tenemos en las manos como una
    bella flor de papel.
Le he dado un nombre amoroso a mis culpas
y he temblado al creer en lo que me vencía.
He pasado tardes en silencio, mirando mi fraudulenta 
    resurrección
esperando un gesto revelador
para tomar la noche como un incendio.

La primavera ha pasado con sus voces de fruta,
con su tropel de sol en las mejillas,
el sudor ha sido hermoso como la espuma en las
    adolescentes
el corazón ha dejado en la playa otra carta sin firma.

También la rabia espera ahora su reinado,
el sol camina sobre los ataúdes abiertos,
pero los muertos no han podido siquiera ofrecernos una 
    disculpa
por su ausencia, por eso la melancolía es más hermosa
que una columna griega.

He aquí esta mirada,
esta mirada nuevamente en las postrimerías de sí misma,
desplegada como un pabellón de guerra, como una lúcida 
    avanzada invernal.
He aquí que mi mano no tiembla al levantar la lámpara.
Hay espejos rotos semienterrados en la arena de la playa,
están las escamas de los días de verano;
y en la tarde plomiza el mar golpea con todo su cuerpo
como si quisiera despertar a la tierra hacia una luz más
    honda...

Y hemos llorado, nos hemos visto correr en nuestras
    lágrimas,
hemos alabado nuestras mejillas, hemos palpado a ciegas
    otro cuerpo
que no venía en las lágrimas; entonces la tarde
parecía esperar en nuestros ojos.

Pero yo quiero ahora la otra mejilla del amor,
el lado no abofeteado aún por su propio silencio;
porque me he convencido de la soledad sin tregua del mar
    y lo señalo
y me agobia ese resplandor de la luna en los cabellos de
    los muertos.
Ahora veo lo que tarda en llegar y escucho el sonido  de los
    cuernos
anunciando la partida de caza.
 

De Relación de los hechos