viernes, 6 de enero de 2017


JOAQUÍN PASOS




Poema inmenso



En estas tardes tu perfil no tiene línea precisa
pues no hay un límite en tu gesto para el principio de tu
sonrisa
pero de repente está en tu boca y no se sabe cómo se filtra
y cuando se va nunca se puede decir si está allí todavía
lo mismo que tu palabra de la cual jamás oímos la primera
sílaba
y nunca terminamos de escuchar lo que decías
porque estás tan cercana en esta lejanía
que es inútil preguntar cuándo vino tu venida
pues entonces nos parece que has estado aquí toda la vida
con esa voz eterna con esa mirada continua
con ese contorno inmarcable de tu mejilla
sin que podamos decir aquí comienza el aire y aquí la
carne viva
sin conocer aún dónde fuiste verdad y no fuiste mentira
ni cuándo principiaste a vivir en estas líneas
detrás de la luz de estas tardes perdidas
detrás de estos versos a los cuales estás tan unida
que en ellos tu perfume no se sabe ni dónde comienza ni
dónde termina


EFRÉN REBOLLEDO




La vejez del sátiro

A Luis Barreda

  
Junto con los silvanos juguetones
Animó las florestas sosegadas,
Y enseñó a las sonoras enramadas
A repetir sus rústicas canciones.
A la sombra de verdes pabellones
Desfloró pudorosas hamadriadas,
Y corrió tras las ninfas asustadas
Al par de los centauros garañones.
Hoy el soplo glacial de los inviernos
Ha doblado las puntas de sus cuernos,
Su flauta de carrizos está muda,
Y lleno de pesares y congojas,
Al mirar una náyade desnuda
Suspira de impotencia entre las hojas.

De: “Cuarzos”


ALFONSO CORTÉS



Cuadro


El pajarito, cuyas alas eran caricias,
que tiraba el carrito del divmo Flechero
y que me trajo a diario manojos de delicias
que dejaba a mi cuarto, —ha vuelto ahora, pero

fatigado ha caído junto a mí; alcé los ojos
y vi sus alas rotas, el pecho desplumado,
y en el carrito, dulces y muertos, los despojos
del niño, y el cadáver de una serpiente al lado.



MARCO ANTONIO MONTES DE OCA




La despedida del bufón



Se ajaron mis ropas de polvo colorido,
al fondo del mar mis vestiduras devolví;
ciego quedé junto al estanque,
junto al río desmayado por un coletazo de su propia
    espuma.

En vano busqué la imagen mía
mirándome en el espejo oscuro de los girasoles;
perdí el brillo inmortal liquidándolo a grandes sorbos
y también mi franela para limpiar la luna
y el puerto donde el atardecer cae de rodillas.

Perdí mis entrañables pertenencias,
mis lujos de hombre sin nada,
la mirada antigua que crecía
a la velocidad con que el tallo persigue su follaje.

¿Dónde quedarían mis palacios de agua con sueño,
dónde las enormes hojas blancas
que el invierno desprendió del mástil?

¿Las águilas del centro de la tierra,
los dulces inventos de aserrín,
mis bienes todos, apenas mensurables en latidos
    y alegría,
en qué pliegue del caos hallaron sepultura?

Damas y caballeros, piedras y pájaros:
es la hermosura de la vida lo que nos deja tan pobres,
la hermosura de la vida
lo que lentamente nos vuelve locos.

Oh señores, señoras, niños, flores:
mi corazón comparece por última vez ante vosotros,
se ajaron mis ropas de polvo colorido
al fondo del mar mis vestiduras devolví.


De: “Poesía Reunida”


JORGE CARRERA ANDRADE




El cielo y su sombra



Arquitectura fiel del mundo,
Realidad, más cabal que el sueño.
La abstracción muere en un segundo:
sólo basta un fruncir del ceño.

Las cosas. O sea la vida.
Todo el universo es presencia.
La sombra al objeto adherida
¿acaso transforma su esencia?

Limpiad el mundo —ésta es la clave—
de fantasmas del pensamiento.
Que el ojo apareje su nave
para un nuevo descubrimiento.



LUIS CARDOZA Y ARAGÓN




Pequeños poemas (1945-1964)

A Rafael Landívar


Llamo y nadie responde. 
Pregunto a la piedra y a los árboles.
Canta un pájaro y me doy cuenta
de que las casas no tienen ventanas:
demasiado débiles para tumbas,
demasiado fuertes para moradas.

Beso al leproso y a la niña con caspa.
Y a ti, violento geranio; y a ti, crepúsculo.
¡Se diría que va a llover sangre
de cómo se afanan las hormigas!

Volcán, ¡si supieras cómo te quiero
niño mío! ¡cómo suspiré al verte!
¡Qué ella también te hubiese visto
con ojos de mi niñez! ¡Por la que muero
de no soñar juntos sobre la misma almohada!

¿Dónde mis amigos? ¿Qué se fizieron?
Otra vez en tu reino, soledad.
Ya las estrellas enciendo y las espigas.
Perenne horror de caída sin término
y pirámide trunca y vena abierta.

Mi alma, leal, en ti se acendra
y fortifica, soledad. Despierto
y muero al recuperar mi cuerpo.
Así te imaginaba, con ruinas y volcanes
y una lluvia invisible en los cristales.

Desperté, y yo, Deseo, ya no estaba.
Había partido de nuevo en sueños.
Tú me reconociste por el anillo de mi dedo.
Sí, soy el legítimo. Y no encontré
la felicidad. ¡Diabólica es toda belleza!
¡Líbrame de la peor de las fiebres!
Ahora te sueño tan fuertemente
que le saco los ojos a la noche.
Ansias de ciegos pozos olvidados
encuentran con mi arado los luceros.

Sí, pero tu silencio de nocturna piedra.
Sí, pero tu voz de tan pura nunca oída.
Sí, pero tu sangre que deflagra
mi voz vencida, tu luz asunta: mi vida.

Partí por la puerta de atrás
y torné por la puerta señorial:
le di la vuelta al mundo y a mí mismo.
Llegué tarde para charlar con los hermanos.
Sordos estaban y hablaban ya otra lengua.
Desplomóse el roble. Nacieron tumbas
y el becerro cebado tuvo nietos.
Abracé fantasmas. Y los presentes
estaban más lejanos que los muertos.

Río de sueños siguió mis pasos
y borró mis huellas, padre Adán.
¿Cómo llegar si nunca me he marchado?
¿Qué hacer para quedarme si no he vuelto?
Desperté, y yo, Deseo, ya no estaba.
"Duerme y no reposa", díjome el Hijo Pródigo.
"Deja lo que no tienes ni tendrás.
No hay casa, ni patria, ni mundo.
Somos de otra parte.
¡Al carajo!"

La voz del Hijo Pródigo era hermosa como el Deseo.
Vi el anillo de mi dedo. Soy el legítimo.
¡Oh, mi voz antigua, ígnea y vaticinante!
Yo quiero algo más que acciones y virtudes.

Y me marché por el portón trasero
para volver jamás.



Antigua Guatemala, 19 de febrero, 1945