sábado, 12 de diciembre de 2015


CARMEN BOULLOSA




IV- Agua profunda...



Agua profunda, 
corriente que, sin ver jamás el monte,
sin conocer la selva,
diriges a tierra el mar,
el ciego.
agua en que mil formas me encuentras
siempre más libre que la luz del sol.


De: Abierta


VICENTE HUIDOBRO



  
Balada de lo que no vuelve



Venía hacia mí por la sonrisa
Por el camino de su gracia
Y cambiaba las horas del día
El cielo de la noche se convertía en el cielo del amanecer
El mar era un árbol frondoso lleno de pájaros
Las flores daban campanadas de alegría
Y mi corazón se ponía a perfumar enloquecido

Van andando los días a lo largo del año
¿En dónde estás?
Me crece la mirada
Se me alargan las manos
En vano la soledad abre sus puertas
Y el silencio se llena de tus pasos de antaño
Me crece el corazón
Se me alargan los ojos
Y quisiera pedir otros ojos
Para ponerlos allí donde terminan los míos
¿En dónde estás ahora?
¿Qué sitio del mundo se está haciendo tibio con tu presencia?
Me crece el corazón como una esponja
O como esos corales que van a formar islas
Es inútil mirar los astros
O interrogar las piedras encanecidas
Es inútil mirar ese árbol que te dijo adiós el último
Y te saludará el primero a tu regreso
Eres sustancia de lejanía
Y no hay remedio
Andan los días en tu busca
A qué seguir por todas partes la huella de sus pasos
El tiempo canta dulcemente
Y si mis ojos os dicen
Cuánta vida he vivido y cuánta muerte he muerto
Ellos podrían también deciros
Cuánta vida he muerto y cuánta muerte he vivido

¡Oh mis fantasmas! ¡Oh mis queridos espectros!
La noche ha dejado noche en mis cabellos
¿En dónde estuve? ¿Por dónde he andado?
¿Pero era ausencia aquélla o era mayor presencia?

Cuando las piedras oyen mi paso
Sienten una ternura que les ensancha el alma
Se hacen señas furtivas y hablan bajo:
Allí se acerca el buen amigo
El hombre de las distancias
Que viene fatigado de tanta muerte al hombro
De tanta vida en el pecho
Y busca donde pasar la noche

Heme aquí ante vuestros limpios ojos
Heme aquí vestido de lejanías
Atrás quedaron los negros nubarrones
Los años de tinieblas en el antro olvidado
Traigo un alma lavada por el fuego
Vosotros me llamáis sin saber a quién llamáis
Traigo un cristal sin sombra un corazón que no decae
La imagen de la nada y un rostro que sonríe
Traigo un amor muy parecido al universo
La Poesía me despejó el camino
Ya no hay banalidades en mi vida
¿Quién guió mis pasos de modo tan certero?

Mis ojos dicen a aquellos que cayeron
Disparad contra mí vuestros dardos
Vengad en mí vuestras angustias
Vengad en mí vuestros fracasos
Yo soy invulnerable
He tomado mi sitio en el cielo como el silencio

Los siglos de la tierra me caen en los brazos
Yo soy amigos el viajero sin fin
Las alas de la enorme aventura
Batían entre inviernos y veranos
Mirad cómo suben estrellas en mi alma
Desde que he expulsado las serpientes del tiempo oscurecido

¿Cómo podremos entendernos?
Heme aquí de regreso de donde no se vuelve
Compasión de las olas y piedad de los astros
¡Cuánto tiempo perdido! Este es el hombre de las lejanías
El que daba vuelta las páginas de los muertos
Sin tiempo sin espacio sin corazón sin sangre
El que andaba de un lado para otro
Desesperado y solo en las tinieblas
Solo en el vacío
Como un perro que ladra hacia el fondo de un abismo

¡Oh vosotros! ¡Oh mis buenos amigos!
Los que habéis tocado mis manos
¿Qué habéis tocado?
Y vosotros que habéis escuchado mi voz
¿Qué habéis escuchado?
Y los que habéis contemplado mis ojos
¿Qué habéis contemplado?

Lo he perdido todo y todo lo he ganado
Y ni siquiera pido
La parte de la vida que me corresponde
Ni montañas de fuego ni mares cultivados
Es tanto más lo que he ganado que lo que he perdido
Así es el viaje al fin del mundo
Y ésta es la corona de sangre de la gran experiencia
La corona regalo de mi estrella
¿En dónde estuve en dónde estoy?

Los árboles lloran un pájaro canta inconsolable
Decid ¿quién es el muerto?
El viento me solloza
¡Qué inquietudes me has dado!
Algunas flores exclaman
¿Estás vivo aún?
¿Quién es el muerto entonces?
Las aguas gimen tristemente
¿Quién ha muerto en estas tierras?
Ahora sé lo que soy y lo que era
Conozco la distancia que va del hombre a la verdad
Conozco la palabra que aman los muertos
Este es el que ha llorado el mundo el que ha llorado resplandores

Las lágrimas se hinchan se dilatan
Y empiezan a girar sobre su eje
Heme aquí ante vosotros
Cómo podremos entendernos Cómo saber lo que decimos
Hay tantos muertos que me llaman
Allí donde la tierra pierde su ruido
Allí donde me esperan mis queridos fantasmas
Mis queridos espectros
Mirad me os amo tanto pero soy extranjero
¿Quién salió de su tierra
Sin saber el hondor de su aventura?
Al desplegar las alas
El mismo no sabía qué vuelo era su vuelo

Vuestro tiempo y vuestro espacio
No son mi espacio ni mi tiempo
¿Quién es el extranjero? ¿Reconocéis su andar?
Es el que vuelve con un sabor de eternidad en la garganta
Con un olor de olvido en los cabellos
Con un sonar de venas misteriosas
Es este que está llorando el universo
Que sobrepasó la muerte y el rumor de la selva secreta
Soy impalpable ahora como ciertas semillas
Que el viento mismo que las lleva no las siente
Oh Poesía nuestro reino empieza

Este es aquel que durmió muchas veces
Allí donde hay que estar alerta
Donde las rocas prohíben la palabra
Allí donde se confunde la muerte con el canto del mar
Ahora vengo a saber que fui a buscar las llaves
He aquí las llaves
¿Quién las había perdido?
¿Cuánto tiempo ha que se perdieron?
Nadie encontró las llaves perdidas en el tiempo y en las brumas
¡Cuántos siglos perdidas!

Al fondo de las tumbas
Al fondo de los mares
Al fondo del murmullo de los vientos
Al fondo del silencio
He aquí los signos
¡Cuánto tiempo olvidados!
Pero entonces amigo ¿qué vas a decirnos?
¿Quién ha de comprenderte? ¿De dónde vienes?
¿En dónde estabas? ¿En qué alturas en qué profundidades?
Andaba por la Historia del brazo con la muerte
Oh hermano nada voy a decirte
Cuando hayas tocado lo que nadie puede tocar
Más que el árbol te gustará callar.



JOSÉ HIERRO




A orillas del East River (II)



Yo ya no lloro,
excepto por aquello que algún día
me hizo llorar:
los aviones que proclamaban
que todo había terminado;
la estación amarilla diluida en la noche
en la que coincidían, tan sólo unos instantes,
el tren que partía hacia el norte
y el que partía hacia el oeste
y jamás volverían a encontrarse;
y la voz de Juan Rulfo: 'diles que no me maten';
y la malagueña canaria;
y la niña mendiga de Lisboa
que me pidió un 'besiño'.

Yo ya no lloro.
Ni siquiera cuando recuerdo
lo que aún me queda por llorar.



JAIME GARCÍA TERRES



  
Versos a un poeta griego

Nota de 1971:  La reciente desaparición de Giórgos Seféris ha vuelto
más expresivos estos versos, que le di a conocer hace un año, y a
los cuales me respondió, desde Atenas, con diez rotundas palabras en francés:
Je viens de recevoir le poeme. Vous avez raison. Merci.

Respuesta, sin duda, suficiente. El claro señorío helénico resguardaba en
Seféris la economía del lenguaje. Una tarde que le preguntaba yo sobre
su actitud ante la muerte, me dijo: «La espero con ternura...». Yeso fue todo.
No obstante, llegado el momento definitivo, supo arriesgarse por la vida
y la verdad de los suyos, sacrificando la soñada calma del ocaso al rescate
moral de una tradición cuyo sentido más hondo le brindó siempre luz y fortaleza.



Amigo Seféris:

                               Hablar es difícil
cuando restallan las palabras lejos
del taller avezado; nos caemos
a cada paso de cabeza
por querer escaldar la lengua franca.

Y es particularmente difícil
hablar de Grecia hoy,
desposeídos como nos sabemos,
cetrinos como vamos
en la tosca llanura del oprobio.
Ya no duerme Proteo debajo de las rocas
ni glosa la sirena consabida
la clara fatiga del caminante.

¡Qué lento, qué difícil todo,
                                                        amigo Seféris!
Y este dolor de Grecia
¡qué tozudo! Diríase
una proclama secular de duelo
por nuestra desmesura cotidiana.
Es fácil en cambio
dejarnos aturdir sin miramientos,
encoger los hombros
y guardarnos el ímpetu dentro de los bolsillos.
Nada tan inocente.
                                       ¿O nada tan culpable?
Porque bien sopesadas estas cosas
andamos en apuros los unos y los otros;
caiga quien caiga de cualquier manera
nadie puede lavarse
las manos en el mar Egeo.

He pensado mucho
                                      durante los últimos meses
en el sol trasvenado de Beocia,
en los asfódelos del Laurio
salpicados de plata por la brisa
y en los trabajos y los días
más frutales cuanto más amorosos
a lo largo y lo ancho de la Hélade,

pero también recuerdo la cerrazón vacía
que llegó profanando moradas y vendimias,
la turbia marcha sobre los almácigos.

¡Oh dioses idos! ¿Cómo silenciarla?
        Dormíamos; los gritos a granel
nos despertaron confundiéndose
con un ripio de sueños azarosos
y luego regresaron a la calle.

Amigo Seféris:
                              ya nunca sabré
dónde terminó la pesadilla, dónde
comenzó lo demás; aun ahora
descabezan mi noche mortecinos clamores,
historias turbulentas de reinados efímeros
y el asalto difuso de los bárbaros
prontos a sofocar
la madrugada con sus propios puños,
con el propio sudor de sus afrentas.

He pensado mucho
en los ritos más pálidos del hombre:
ese llamar a puertas evasivas
buscando soluciones al infierno,
ese nombrar la vida
con el mismo tonillo deslustrado,
ese dejar al prójimo que cargue media cruz
prometiéndole sólo completarla,
pero también hago recuento
de viejas esperanzas, treguas, naves
encaminadas a mejores días.
Tras el duelo vendrá

la hora de la luz;
                                   entonces
habrá pupilas para ver un mundo
sin ídolos de viento, sin tapujos
de sangre reseca, glorificado
por súbitos milenios de gracia general:
                                                          Será la luz helena
que cosechamos una primavera
entre cantos homéricos
y meditaciones contemporáneas
al pie de los olivos;
                                        una luz
cuyo reflejo danza filtrando las memorias,
ganando manantiales al tumulto
mientras el orbe sigue su patética vía.
         Chispearán los afectos
   y vencerá la voz humana:
entonces nos diremos lo debido.



ROSALIA DE CASTRO



  
Era apacible el día...



Era apacible el día
y templado el ambiente
y llovía, llovía,
callada y mansamente;
y mientras silenciosa
lloraba yo y gemía,
mi niño, tierna rosa,
durmiendo se moría.

Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca la mía!

Tierra sobre el cadáver insepulto
antes que empiece a corromperse..., ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
bien pronto en los terrones removidos
verde y pujante crecerá la hierba.

¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,
torvo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!
Jamás el que descansa en el sepulcro
ha de tornar a amaros ni a ofenderos.

¡Jamás! ¿Es verdad que todo
para siempre acabó ya?
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Tú te fuiste por siempre; mas mi alma
te espera aún con amorosa afán,
y vendrás o iré yo, bien de mi vida,
allí donde nos hemos de encontrar.

Algo ha quedado tuyo en mis entrañas
que no morirá jamás,
y que Dios, por que es justo y porque es bueno,
a desunir ya nunca volverá.

En el cielo, en la tierra, en lo insondable
yo te hallaré y me hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Mas... es verdad, ha partido,
para nunca más tornar.
Nada hay eterno para el hombre, huésped
de un día en este mundo terrenal,
en donde nace, vive y al fin muere,
cual todo nace, vive y muere acá.

Una luciérnaga entre el musgo brilla
y un astro en las alturas centellea,
abismo arriba, y en el fondo abismo;
¿qué es al fin lo que acaba y lo que queda?
En vano el pensamiento
indaga y busca lo insondable, ¡oh, ciencia!
Siempre al llegar al término ignoramos
qué es al fin lo que acaba y lo que queda.

Arrodillada ante la tosca imagen,
mi espíritu, abismado en lo infinito,
impía acaso, interrogando al cielo
y al infierno a la vez, tiemblo y vacilo.
¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana
con sus ecos responde a mis gemidos
desde la altura, y sin esfuerzo el llano
baña ardiente mi rostro enflaquecido.
¡Qué horrible sufrimiento! ¡Tú tan sólo
lo puedes ver y comprender, Dios mío!

¿Es verdad que lo ves? Señor, entonces,
piadoso y compasivo
vuelve a mis ojos la celeste venda
de la fe bienhechora que he perdido,
y no consientas, no, que cruce errante,
huérfano y sin arrimo
acá abajo los yermos de la vida,
más allá las llanadas del vacío.

Sigue tocando a muerto, y siempre mudo
e impasible el divino
rostro del Redentor, deja que envuelto
en sombras quede el humillado espíritu.
Silencio siempre; únicamente el órgano
con sus acentos místicos
resuena allá de la desierta nave
bajo el arco sombrío.

Todo acabó quizás, menos mi pena,
puñal de doble filo;
todo menos la duda que nos lanza
de un abismo de horror en otro abismo.

Desierto el mundo, despoblado el cielo,
enferma el alma y en el polvo hundido
el sacro altar en donde
se exhalaron fervientes mis suspiros,
en mil pedazos roto
mi Dios, cayó al abismo,
y al buscarle anhelante, sólo encuentro
la soledad inmensa del vacío.

De improviso los ángeles
desde sus altos nichos
de mármol me miraron tristemente
y una voz dulce resonó en mi oido:
«Pobre alma, espera y llora
a los pies del Altísimo:
mas no olvides que al cielo
nunca ha llegado el insolente grito
de un corazón que de la vil materia
y del barro de Adán formó sus ídolos.»



SARA COHEN



  

Otra



guerra
otras historias
que las de mi madre
Otra mirada sobre París

Esther, la llamaron Estherelle
un diamante para sus padres
Diamante, piedra bruta
que trabajaron sus padres en Amberes
donde nació.
Bélgica nazi
París la acogió
azarosa trama de circunstancias
diamantes
dólares
florines
joyas
cosidos en la solapa
para salvarnos
Cédula francesa
comprada con un lingote de oro
cifraba la suerte de no ser deportado
Todavía la conserva Estherelle

No cicatriza
El sueño cubre con palabras
lo que no cicatriza

Salo Kalfuz
transmitió a su hija Paula en un relato
el triunfo de la sobrevivencia
Una cita
se dieron los combatientes
durante la guerra
Una cita en el “Café de Paix”
no conocían París
solo
un anhelo
una cita

Busco otras historias
en otra lengua
Vacío de referencia
ausencia en todas las lenguas

Niñas judías parisinas
Hélène
entregada durante la ocupación
a una familia cristina
Evelyne
permaneció en un colegio de monjas

La ciudad de París
imperturbable y bella


De Puertas de París