domingo, 26 de enero de 2025


 

CARLOS RIVAS LARRAURI


 

 

Probecita de remedios

 


¡ Caray, quén lo iba a dicir!
¡ Probecita de Remedios!
Tan chula la muchachita...
Se mi hace que la'stoy viendo
cuando pasaba 'el domingo
con sus trapitos más nuevos,
pa óir la misa de doce
allá en l'iglesia del pueblo.

Daba gusto devisaría
con aquel aigre tan serio,
sin hacer caso de gromas
y sin dar óido a requebros...

¡ Maihayan los hombres malos
como ese endino de Pedro!

La pretendieron retihartos:
lo mejorcito del pueblo;
pero, a naiden l'hizo caso,
a todos los hizo menos.
!L'único que le dio de ala
jue ese malora del Pedro!

Dende chico jue un perdido,
era l'azote del pueblo,
sempre andaba de parranda
y sempre acababa en pleito.
A todo mundo ensultaba
a naiden tuvo respeuto;
y en una de tantas nochis
en que ya'andaba muy ebrio,
s'hizo de malas razones
con sus cuatezones mesmos;
tras de las malas palabras,
jueron a dar a los hechos,
y, al fin de la pelotera,
se jallaron a dos muertos.
Los dos muertos a balazos,
y lo cierto era qu'entre ellos,
el único que traiba cuete
era el malvado de Pedro.

A resultas d'esi asunto,
tuvo que salir juyendo
naiden golvió a saber de él
todos quedamos contentos;
¡ sólo se quedó llorando
esa probe de Remedios!..
Y ansi quedaron las cosas
y ansina se pasó el tiempo

Villistas y carranclanes
s'estaban dando muy recio;
ya'staba la balacera
en las goteras del pueblo;
entraron los gananciosos,
y, al frente de todos ellos,
montando un cuaco alazán,
llegó un capitán primero
qui aluego reconocimos:
¡ era aquel diantre de Pedro!

Luego luego que llegaron
Pedro jue a ver a Remedios
y golvió loca a la probe
que ya lo daba por muerto.

Tanto jue lo que le dijo
que, dende'l mesmo momento,
todas las nochis se vian
en las ajueras del pueblo.
Por aquellos mesmos días
llegó el resto di aquel cuerpo,
al mando di un general
qu'era ¡ el mero petatero!

-Capitán, esa chamaca,
la más sazona del pueblo,
mi han contado qu'es su novia...

-Sí, mi general, es cierto.
Pos usté sabe lo qui hace...
¡ Consígamela y lo asciendo!

Es una de tantas nochis,
Reniedios jue a ver a Pedro,
taba la nochi rescura,
y la probe de Remedios
s'echó en los brazos di un hombre,
qu'ella créiba qu'era Pedro...

Cuando vino a darse cuenta,
su mal no tuvo remedio;
el hombre se le hechó incima
di un modo reteviolento.

¡ Era el mesmo general!
¡ Pedro se ganó su ascenso...
Y allí quedó deshojado
un capullito abrileño...

Ora anda una probe loca
de pordiosera 'en el pueblo,
ganando ansina la vida,
en tan y mientras que en México,
pasiando en gran artomóvil
y con las pilas de pesos,
anda un siñor general
al que le nombran "don Pedro"

La mera verdá de Dios,
parece cosa de cuento,
pero le juro, compadre,
que lo que digo es muy cierto.

¡ Malhayan los hombres malos
como ese endino de Pedro!


 

THOM GUNN

 

 

 

Desde la ola

 

 

Se remonta en el mar, cóncavo muro
con las costillas del brillo en descenso,
se impulsa hacia adelante y construye cimero
su empinado risco.

Surgen de su escondite
negras figuras sobre tablas
y se lanzan contra la orla blanca,
hacia donde se va jaspeando.

Sus pálidos pies se enroscan, se balancean
con sabia destreza.
La ola que remedan
es lo que los mantiene tan quietos.

Ahora los cuerpos marmóreos son
mitad ola, mitad humanos,
como si les injertaran pies de espuma
unos instantes, y luego,

lo más tarde posible, rebanan la superficie
en procesión acompasada:
en este lugar el equilibrio es un triunfo
y el triunfo es una conquista.

La insensata cresta en la que cabalgaron
sobre una fluida plataforma
se rompe cuando la sueltan, cae y demorada
se pierde.

Libres, los cuerpos enfundados, lisas focas,
se aflojan y estremecen;
y junto a la tabla el pie descalzo siente
la succión de los guijarros.

Siguen a flote en el bajío;
dos se salpican con agua;
luego nadan todos mar adentro hasta
que se vuelvan a juntar las olas buscadas.

 

 

 

IVÁN URIARTE

 

 

 

La campana de cristal

 


Los suicidas van buscan cualquier innominado lugar para recojerse definitivamente

porque en el mundo no hay lugar para ellos: sólo la marginal fosa, el desierto, el estanque,

la estepa, el fondo del mar pueden cobijarlos.

Silvia Plath, encontró temprano refugio en una campana de cristal que inventó a su medida,

campana cuyo aire terminó angustiándola; comenzó entonces a acopiar píldoras, a tener

fantasías de muerte pasando revista a los más sofisticados métodos de auto-inmolación.

El hara-kiri le pareció ideal, el rito perfecto, la autoseducción.

En busca tal vez de la daga ritual, después de una noche de charla e insomnio en casa,

a las seis de la mañana dejó pan con mantequilla y leche en el cuarto de sus niños.

Cerró la puerta y ventana de su cocina y después de taponear bien las rendijas con

toallas destapó el horno de la estufa, metió su cabeza y abrió la llave del gas violentamente.

 

 

JAIME CAMPILLOS

 

  

 

Crisis de los misiles

 

 

A ti y a mí
quizás nos hubiera bastado
con poner cara de valiente
cada vez que nos parecíamos más
el uno al otro
o habernos querido con más compromiso.
Pero es peor tener una cicatriz
que no puedes disimular con maquillaje.
Los ojos nativos de esta simulación
y lo que se queda en el lenguaje.
Perder el tiempo o desviarlo,
apagar demasiado la luz
antes de comenzar una cuenta atrás
de diez a cero
y autodestruirnos con misiles de corto alcance.

 

De: “Los días siguientes”

 

KRISTÍN DIMITROVA

 

 

 

El límite



Mi hija me preguntó

si le había traído un chicle.

 

Le contesté que no traía,

pero que me hallaba aquí.

 

Replicó que una cosa era yo

y otra muy distinta el chicle.

 

Le advertí que no podía

estar siempre a la espera de algo.

 

Ella me corrigió:

“De algo no, de un chicle.”

 

Y pese a que el sol brillaba

y los pájaros cantaban sin escuchar del todo

 

y que el pasto en el parque era de un verde codicioso,

mi hija lloraba como una regadera.

 

Existe un mundo feliz y otro infeliz,

y en medio de ambos, un chicle. 

 

De: “En una de las paradas del tiempo”

Versión de Reynol Pérez Vázquez.

 

BEATRIZ FERNÁNDEZ DE SEVILLA

 

 

  

Desconcierto

 

 

He leído muchos libros y el amor del que hablaban

no se parece a este.

Aún no entiendo muy bien que la poesía

no tenga entre los versos de los grandes algo que sea muy nuestro

y sin embargo cuánto quema el sueño

sin ti a mi lado

qué paladar ordena mi saliva

por qué no están mis manos en tu pecho.

  

De: “Paraísos domésticos”