sábado, 26 de diciembre de 2020

VLADIMIR AMAYA

 


 

La mosca Pérez

 

Hay tres temas importantes en la vida:
el amor, la muerte y la mosca.
Augusto Monterroso

 

 

Nació de la gusanera en la cabeza de un mono babuino.

Entendió que no era abeja alguna,
pues jamás buscó lo dulce propiamente.

Tampoco se creyó sírfido,
porque siempre fue honesto como le tocó vivir.
(jamás mendigó ser otro
y renunciar a su derecho de ser libre).

Que otros buscaran
e incluso muriesen
por el polen y la ambrosía,

él

era una mosca,
rústica en el vuelo y en el aterrizaje;

sin complicaciones en el mundo.

Feliz y satisfecho
sobre la mierda y en la basura.

 

SARA CAVIEDES

 

  

 

Camille Claudel

 

 

I.

 

No hay pasión de ojos abiertos.
Has empuñado el fango,
la sombra de una piel que habría de incendiarte,
la gubia y el cincel,
el mango
envenenado del martillo.
Vagas por hormas de libertad que aprieta quien te teme.
Y aquí todo se paga.

 

 

II.

 

Tus verdugos son manos que respiran
a la noche la sal, su aliento de difunto,
y cuelgan la llave de tu cárcel
junto a liebres de vientre desollado
¡Quién te arranca la piel!
¡Qué madre!
¡Quién te arranca la memoria!
¡Qué amante!
¡Qué hermano!
¡En qué silla la sombra,
la sangre!
¡En qué silla esperan
tus ojos abiertos
por debajo de los ojos cerrados!
¡Qué siglo de manos!
Camille Claudel,
treinta años de infierno
no es una temporada.

 

 

III.

 

Te has cincelado un cuerpo abatido de verdad.
Ya no estás en las siestas de los faunos.
Por tus labios de mármol gana la vida
de apetitos feroces, la vida,
por tus labios de jade
la lluvia silenciosa,
por tus labios la lluvia,
ingrávida tú, la lluvia.

 
Camille Claudel,
tu boca de jade
nunca
cercada de cipreses.

 

 

CARLOS LOPEZ NARVAEZ

 

 


 

Narciso




No es el lirio de nieve, no es el pálido lirio
el que refleja dulcemente en mi, su blancura:
en el gélido cáliz de su belleza pura
jamás pudo brindarme ni la paz ni el delirio.

Ni la dulce azucena de cándida clausura
bajo el azul erguida como trémulo cirio:
el sol que la desflora con radiante martirio
dice que su virtud no es par de su hermosura.

Sólo erigen tu cuerpo los flancos de la diosa,
su sonrosada pulpa, su gracia procelosa,
la tersura y el ritmo de su vibrante curva.

Y sólo tu pudieras, ingrávido narciso,
convertido en aroma, guardar el indeciso
palpitar de la Amada que mi soñar conturba.

 

 

RENÉE FERRER

  



Agua



Nubes, helechos rumorosos, piedras, 
mi cuerpo anticipándose a los goces 
en la colcha mullida de la hiedra; 
la siesta me sazona con sus roces 

y un tumulto de pájaros rehúye
el vasto territorio del desvelo; 
extrañamente de mis dedos fluye 
un manantial que sorbe el desconsuelo. 

Mis piernas, los anhelos, mis caderas 
en torrentes se fueron escurriendo;
era absurdo que tú los detuvieras 
apenas desatados y muriendo. 

Yo bien sé que me pierdo en lechos de agua 
sin vislumbrar la lumbre de tu fragua. 

1993

 

MÓNICA NEPOTE

 

 

 

Sirena

 

  

Envuelta en la luz se vuelve roja. Llegó con un mar inhóspito, cantando que la suerte la anida cada hueso. Trae un calamar en El tobillo y camina dejando de rastro las estrellas.

 

Un beso se le escapa, llega ante la boca de un parroquiano. Ella ríe, sacude las mariposas de su cuerpo. Un par de ojos choca ante el cristal que guarda el aire, que asfixia al fuego antes de arder bajo la bóveda.

 

Esa piel castaña asombra ante el espejo de su canto. El marinero la dejó suelta entre caracoles de mentira. Ella se perfumó la oreja con la sal de su saliva.

 

Esta medusa ha ensortijado las historias. Echó redes a las venas, anudó los pendientes del dueño de este antro; volvió a la luna página de su bitácora, cómplice del color abundante de su boca.

 

Observa entre las velas. Elige. Apunta hacia el poniente. La brújula que recorrió su pecho la hizo madre de los hombres. La llamó hija de su llanto.

 

 

PIERRE LOUYS

 


 

La tumba de las Náyades




Caminaba por el bosque arropado de escarcha. Mis cabellos, sobre la boca, florecían de carámbanos diminutos. 
Casi no podía levantar las sandalias por el peso de la nieve fangosa que se les adhería.

Él me dijo: "¿Qué buscas?" "Voy siguiendo -le contesté- la pista de un sátiro. Las huellas de sus pequeños cascos 
hendidos van alternándose como huecos en el níveo manto". Él me dijo: "Los sátiros han muerto. 
Ya murieron los sátiros, y las ninfas también. Hace más de treinta años
que no hacía un invierno tan crudo. Las huellas que ves son las de un macho cabrío. Quedémosnos aquí. 
Junto está la tumba".

Con su azada quebró el hielo del manantial en donde, en otro tiempo, reían las náyades. Cogió luego grandes pedazos 
de hielo y, alzándolos a los ojos, miraba... miraba al trasluz el cielo pálido.



De: "Las canciones de Bilitis"
Versión de Enrique Uribe White