domingo, 30 de septiembre de 2018


ALICIA CAMPOS CERVERA





Teléfono



Esta quieto y mudo como un tigre al acecho
ondula su respiración imperceptible y calla.
Es como si la voz no fuese a salir nunca
por ese tuvo de boca anhelante
insaciable de palabras duras
Este artefacto vivo
que vomitó insultos cruentos y también
delicadas palabras de tu reina de Escocia.
Ese tubo a través del cual nos hemos herido
en caleidoscópicos matices de profundidad
también reconciliado
balbucientes de ternura como pichones puropico,
sorbido los mocos del arrepentimiento,
comentando banalmente sobre la vida de los demás
Ese tubo por el que nos hemos misericordiado
recíprocamente.
Esta allí.
Siento sus latidos que golpean, inflaman
las venas de mi frente
delatándolo como a un miserable mercader
de odios y alegrías
No vuelvas a llamar nunca.
Romperé a dentelladas ese cable-cordón umbilical
porque no quiero oírte
Solo quiero verte
con unos ojos que no tengo.


AMANDA BERENGUER





La invitación



Un adónde de sombra, un pozo vivo
graznando como un pájaro violento,
a veces me aparece a la hora incierta,
al alba fría, espantadora de otras
criaturas, y me empuja de nuevo.

Porque yo estoy demás entre los seres
que usan la alborada, estoy de sobra,
triste junto a la mesa recién puesta
de la resurrección. ¡Ah! no podría
a mi antojo domesticar la angustia,
hasta hacerle sangrar la alternativa
de una estrella brillando sobre el día.
Acaso voy entre soñada y muerta,
arrastrando una historia donde tiembla
la cabeza muriente de la luna,
pero llevo el anillo, esa corona
del otro reino, para no olvidarme.


ARISTÓTELES ESPAÑA





El otro invierno



Las voces de mis primas arden en dirección a un enero que se fue.
Todas reencarnadas, pequeñas leyendas,
ubicándose en el agua donde eran más duendes que mujeres:

Imitaciones vagas, un cuadro de Renoir,
carreras en el patio donde devorábamos el asado navideño.

Vuelve a repetirse el mismo sol en sus muslos
después de doce años,
esa lucha por parecernos a parientes remotos
como si nada hubiera sucedido.
Y eso de usar siempre los mismos disfraces.
También una danza que ya no recuerdo y afiches religiosos,
con los magos que regresan de una historia diferente cada día,
con imágenes de leones muertos

y ese bombardeo en los órganos sexuales,
y el mismo final en boca de hijos imaginarios;

fotografías viejas que empiezo a destrozar en el cuarto
de una húmeda pensión en Diez de Julio, reteniendo el aire,
mientras miro, inmóvil, los huesos en la pared. 


ARTURO ARCÁNGEL




Certeza depresiva



Ya la vida
no tiene
una vuelta de regreso
lo que pasó
          pasó
asistimos ilusos al momento en que todos
                          edificamos sueños
y luego fue el derrumbe
             desgobernando el alma
lo que pasó
             pasó
a llorar si es consuelo
o a morir
   si no queda
   ya un posible remedio
ya la vida
no tiene
una vuelta de regreso
ni los ángeles alas
ni el corazón su vuelo
ni el amor hecho pájaro
            hace un nido de nuevo…


CARLOS MARZAL





El origen del mundo

A Felipe Benítez Reyes


No se trata tan sólo de una herida
que supura deseo y que sosiega
a aquellos que la lamen reverentes,
o a los estremecidos que la tocan
sin estremecimiento religioso,
como una prospección de su costumbre,
como una cotidiana tarea conyugal;
o a los que se derrumban, consumidos,
en su concavidad incandescente,
después de haber saciado el hambre de la bestia,
que exige su ración de carne cruda.

No consiste tan sólo en ese triángulo
de pincelada negra entre los muslos,
contra un fondo de tibia blancura que se ofrece.
No es tan fácil tratar de reducirlo
al único argumento que se esconde
detrás de los trabajos amorosos
y de las efusiones de la literatura.

El cuerpo no supone un artefacto
de simple ingeniería corporal;
también es la tarea del espíritu
que se despliega sabio sobre el tiempo.
El arca que contiene, memoriosa,
la alquimia milenaria de la especie.

Así que los esclavos del deseo,
aunque no lo sospechen, cuando lamen
la herida más antigua, cuando palpan
la rosa cicatriz de brillo acuático,
o cuando se disuelven dentro de su hendidura,
vuelven a pronunciar un sortilegio,
un conjuro ancestral.
Nos dirigimos
sonámbulos con rumbo hacia la noche,
viajamos otra vez a la semilla,
para observar radiantes cómo crece
la flor de carne abierta.

La pretérita flor.

Húmeda flor atávica.

El origen del mundo. 

DAVID ESCOBAR GALINDO





Las grandes espinas disfrazadas de lágrimas...



Las grandes espinas disfrazadas de lágrimas
que nos enterraron en el corazón los años,
muelas impúdicas de la mentira organizada,
invasión -desde el subsuelo- de ecuménicos cuarzos;
hacia dónde se dirigen... hacia la rutina y el decreto,
aplanando calles y personas,
y ellas tan aparentemente prósperas, bronceadas por un sol enemigo
                                                                                jurado del misterio,
en un apiñamiento de sombrillas y vestidos de moda;
caminando vamos, entonces, por la ciudad de costillaje azul,
hija de la aritmética, nieta del laberinto,
y en ella gastamos el suero transparente de la virtud,
el líquido seminal que palpita como un planeta en el vacío;
yo no soy nadie para decir las edades del puente,
para sacar de la alcantarilla al ladrón de legumbres,
sólo me voy mascullando una viejísima lección entre dientes,
y no me da pena abandonar este reino de edificios inútiles.


De: "Destino manifiesto"


sábado, 29 de septiembre de 2018

 

EVARISTO CARRIEGO





Aquella vez que vino tu recuerdo



La mesa estaba alegre como nunca.
Bebíamos el té: mamá reía
recordando, entre otros,
no sé qué antiguo chisme de familia;
una de nuestras primas comentaba
-recordando con gracia los modales,
de un testigo irritado- el incidente
que presenció en la calle;
los niños se empeñaban, chacoteando,
en continuar el juego interrumpido,
y los demás hablábamos de todas
las cosas de que se habla con cariño.

Estábamos así, contentos, cuando
alguno te nombró, y el doloroso
silencio que de pronto ahogó las risas,
con pesadez de plomo,
persistió largo rato. Lo recuerdo
como si fuera ahora: nos quedamos
mudos, fríos. Pasaban los minutos,
pasaban y seguíamos callados.

Nadie decía nada, pero todos
pensábamos lo mismo. Como siempre
que la conmueve una emoción penosa,
mamá disimulaba ingenuamente
queriendo aparecer tranquila. ¡Pobre!

¡Bien que la conocemos!... Las muchachas
fingían ocuparse del vestido
que una de ellas llevaba:
los niños, asombrados de un silencio
tan extraño, salían de la pieza.
Y los demás seguíamos callados
sin mirarnos siquiera.


CARLOS CASTRO SAAVEDRA





Vestida como el campo



De verde te amo más, con el vestido
que se parece al campo cuando llueve,
y el campo se emociona y multiplica
su verdura por nueve.
 
Ataviada de selva, de árbol joven,
por mi casa mensual cantas, caminas,
y despreocupas las habitaciones
con tu aroma de encinas.
 
Pienso que te sembré, que soy labriego,
que tu seno es el fruto de mi arado,
y que te salen hojas de la vida,
y ramas del costado.
 
Te quiero más así, toda de verde
olorosa a madera, esperanzada,
como recién salida de la tierra
con la cara mojada.
 
Déjame recostar sobre tu falda,
soñar que me he perdido en tu follaje,
y que un hijo me busca como loco
debajo de tu traje.


PEDRO CASARIEGO





Amiga del camino

                                                                              c. 1984


Amiga del camino
endiablada lealtad de amapolas
y yo granizo
encima de esa procesión de sangres
granizo una siembra elemental de piedras vivas
que todo lo aniquila.


ALAIN BOSQUET





Ave



No eres más que la coma
de una frase en el cielo.
¿No es en verdad ridículo
este mundo fingido:
la palmera con alas,
el desierto elocuente,
la cascada que bala,
el tigre hecho volcán?
¡La riqueza es penuria!
Las lunas regordetas
siempre están mal nutridas.
Tú vuelves a mis versos
donde naciste, coma
hecha águila demente
que da vueltas y vueltas
y cae sobre mi cuello.


De: "Segundo testamento"

Versión de Enrique Moreno Castillo


MARIO BOJÓRQUEZ





Adenda



Yo soy aquél
Que en otro tiempo
Estuvo aquí
Para dejar constancia
De su paso en el mundo
Pero el frescor antiguo
La sombra de estos árboles
Y la tenebra húmeda
Que salpica de oscuro
El templado adoquín
No saben ya mi nombre
Ni mi rostro

Cómo si aquél que fui
Se desdoblara y no
No fuera yo si no otro
El que surcó estos aires
Con su proa de vidrio
El que surcó y zarpó
Para enfrentar sin ojos
-ojos desdibujados-
Una tenue memoria

Yo soy aquél
Que nuevo encuentra todo
Que sabe
Que cuanto ha dicho en libros
Y ciudades
Vano reflejo es
De lo que permanece
Más allá de los días

Y aquél también
Que no supo de sí
Que se perdió en abismos
En disputas inútiles
Que pulieron su corazón
Y afilaron su lengua
¡Pero qué pobre canto
Para tanto artificio
De este fuego!

¡Qué lejos quedan
Del acento mis manos
Frías para tus muslos tibios!

Yo soy el mismo y digo
Que no puede nombrarse
Tanta esquirla en el borde
Serrín de limadura
En piel desencantada
Y digo
Alta la voz
De afilados torreones
Que no puede decirse
Ni una parte pequeña
Un murmullo inaudible
De esa fatal mecánica
Que todo lo conmueve
Y ahonda el pecho
Con opresión de losa
En blandos catafalcos

Y sigo siendo yo
Éste aquél
Desmadejado ovillo
En el fondo de tabla
Sobre el papel de cera
El que montó su catre
De jarcias inflexibles
El que tosió y aulló
En su carne y sus huesos

Él mismo hueso ya
Mondo e incorruptible.

  
De: “El deseo postergado”



SULLY PRUDHOME





Cadenas



Queriendo amarlo todo creció mi desventura,
y así de mi martirio multipliqué las fuentes.
De mi ser parten lazos frágiles y dolientes
hacia todas las cosas, para toda criatura.

Mi corazón atraen con igual atractivo
la Verdad con sus faros, lo Ignoto con sus velos;
por un rayo de oro van al sol mis anhelos;
voy, en la blonda red de una estrella, cautivo.

La cadencia es cadena que mi alma esclaviza;
encadenan mi mano los pétalos que toca;
a mis ojos, cadena les pone una sonrisa,
cadena es en mis labios el roce de una boca.

De tan caducos lazos mi existencia va uncida;
ser cautivo de todo lo que adoro es mi suerte;
a su menor quebranto suspensa está mi vida
cual si diera llamadas en mi pecho la Muerte.


Versión de Carlos López Narváez



viernes, 28 de septiembre de 2018


ADELFA MARTIN





Esa poesía



Esa poesía que roza la piel sin penetrarla.
Que duele profundamente, cual herida certera.
Es la que me gusta, la que me hace temblar,
recordar... Maldecir a veces.

Es la poesía del camino, la que llevamos al hombro
colgada en bandolera. La de siempre, la eterna,
la poesía sin la cual no hay vida.
La de la juventud y de la vejez,
la poesía del que canta mientras trabaja,
del que llora mirando la cosecha perdida.

Es la poesía de la novia abandonada,
del soldado en batallas ajenas.
Del emigrante en ciudades inhóspitas,
de aquel que quiere ser blanco,
y del blanco que quiere ser rico.

Es la poesía de la chica inocente,
de la viuda solitaria,
del tendero libidinoso,
y del canallita del barrio.

Es la poesía de todos,
la mía, la tuya, la de él.
Es... esa forma especial,
de decir las cosas
más simples o complicadas.
De retar al intelecto,
y de confundir el alma.


ALEYDA QUEVEDO ROJAS





Cielo



Sobre los hemisferios
el peso del dolor
está en uno mismo
nada tiene que ver la cirugía
experimento nuevas cicatrices
y agrego sufrimientos pasados
para alcanzar
la condición de santa vaciada en la tierra.



ALVARO FIERRO





Nocturno



ENTRE LAS páginas
y páginas
en blanco
de mi silencio
encuentro la palabra
que yo decía por las noches
cuando los ojos ya

se me cerraban,
cuando la noche joven era
todavía
como un reinado incierto.

Palabra
que pasabas
de puntillas
por esa zona tartamuda
que hay entre los recuerdos
y el olvido,

frágil palabra
que entre mis labios
quietos
desanudó tu nombre.


ALBERTO AVENDAÑO




  
Nostalgia



Un suspiro bajo tierra.
Donde la huella del presagio cortó los cabellos de mi alma,
he ahí la epopeya del recuerdo
que jala las cadenas del último vagón
prófugo de alas del amanecer.
El cadáver de la memoria
divide veredas
que ahora están a oscuras bajo los arboles
como olas que separan himnos de sollozos
y horizontes de crepúsculos.

Veo la noche desde mi balcón.
El umbral de la historia;
exhibición de la tumba en donde caerán los tiesos dorsos
como pétalos secos sobre fotografías mojadas por el llanto.
Coronada de alcatraces la tórtola tragajaulas nos espera
sobre una estrella caída en las arenas de la nostalgia.

La luna, vómito de la noche,
nos arrulla con suspiros
en los túneles del espectro de la nada.
Clarines y tambores para no olvidarte,


MARCIA RAMOS





Oficio de poeta



La calavera alumbra el asiento mortal
de sentarse a soñar con los ojos descalzos
intentar sobresalir por una luna etérea.
Imaginar dos mundos cayendo en el pecho,
al mirar las casitas de colores.
Sísifo arde.
Mis vísceras son arrojadas bajo la vía del tren,
dicen el poeta es un dios indigno.




ISABEL RODRÍGUEZ BAQUERO





Inútil



Es inútil soñar aquellos besos.
Inútil evocar aquellas horas,
aquel agonizar los dos, obsesos
de soledad, de sed devastadora.

Inútil demandar a nuestros huesos
alzarse sobre el tiempo y nuestro ahora;
que tú ya no eres tú, ni yo, ni esos
instantes volverán. Inútil. ¿Lloras...?

Pero no. Tú no lloras. Tú, sombrío.
Inútil esperar una palabra.
Inútil ensanchar el llanto mío.

Inútil ya el vivir. Tu mano labra
-qué impiadoso el buril de tu sentencia-
mi muerte, sobre el barro de tu ausencia.



jueves, 27 de septiembre de 2018


VICENTE GAOS





No sabe qué es amor quien no te ama...



No sabe qué es amor quien no te ama.
No sabe qué es amor quien no te mira.
Tú arrancaste a su alma y a su lira
el son más dulce, la más fiera llama.

¿Qué fue de tanto amor por tanta dama?
Sólo cenizas de la inmensa pira.
Se nubla la mirada, el cuerpo expira,
y el alma quiere asirse a la alta rama

de Dios, que con sus silbos amorosos
te hechiza en la honda calma del verano.
Madrid, a mil seiscientos treinta y cinco.

Pasaron ya los años venturosos
y los amargos. Todo pasó en vano.
Y a Dios te entregas con mortal ahínco.


OBED GONZÁLEZ MORENO





Canto IX



Del trueno un quejido y en mi respiración la disnea. Contrariada la tarde ¿Son horas de dormir?
Música danza en mi cabeza valsa en mi desvarío.
El calor se aloja en mi tronco, me inflama, algo carcome mis párpados. Las paredes se achican, capullo de imágenes y ruidos.
Las ventanas desaparecen y el techo se pega a mis ojos. Un torbellino aparece, se abre y jala, gancho ardiente de varillas que rasga la siesta.
El cubre-polvo de las casas en mi vista, zapatos desfilan presurosos a la velocidad de la indiferencia, levanto la mirada y veo a las personas de pies a cabeza, al final el cielo gris, mancha de vómito que se estrella en la consistencia de mi nombre.
Una canción con ritmo de trópico se escucha lenta, pesada, lejana, aletargada como mi cuerpo sobre la barda. Mis pasos se escuchan a ritmo de ciudad: perezosos, largos, cansados, aletargados, lejanos, muy lejanos…
                en la lejanía de la disnea y el espejo.


De: “En medio”


JUAN MANUEL ZERMEÑO POSADAS





¿qué tan cierto es que Dios nos machaca con los codos como si fuéramos nueces? ¿quién dijo que en el norte sin tetas no hay paraíso?



pertenezco a una generación de poetas con bigote a medias
y fotos de fellini y gatitos por todo facebook
a blanco y negro y en collage
en donde la vida es una corta carrera de perros pug
-pero de pequeños pony en definitiva no-
y coger un amor con palillos chinos peca de complejo
y anticuado
(publicar poemas sigue siendo un desfile de feas)
andar a ciegas y resolver un cubo de rubik con los dedos de los pies
no es ofrenda: es ayuno
gastar los centavos en luz por no abrir las ventanas
ya sea que pase el sol de largo
o el dolor nos doble las pestañas
en un dos por tres se vacían las esperanzas
y en la nariz nos sube un polvo de hadas
coca con helado vainilla cortesía de la casa
y la casa siempre gana
soy discípulo de un homero norteamericano editado por fox
tengo de tradición a vaqueros italianos disparando
endecasílabos hacia indios que apenas y bailan el trompo
en una revuelta que cabe dentro del tazón de cereal
soy el vecino incómodo de los poetas del vacío que construyen
sus garabatos en el absurdo y son perritos en tutú
a los que les da pena ir a la esquina sin papá de la mano
se creen bukowski a las tres minervas
y no reparan en mover su trasero a otra vanguardia
soy el hospitalario virgilio que devuelve los
poetas al infierno
y me encanta
ver como entran y salen mis palabras de sus bocas



YVES BONNEFOY





Hic est locus patriae



Los árboles llenaban el lugar de tu sangre;
el cielo se rasgaba, demasiado cercano
para ti; otros ejércitos vinieron, oh Casandra,
y nada pudo ya resistir a su abrazo.
Aquel que regresaba se apoyó sonriendo
en la copa de mármol que adornaba el umbral.
Cae la luz en el sitio que llaman La Arboleda.
Era luz de palabra, fue noche de huracán.



BENJAMÍN VALDIVIA





Revelación del verdadero ser de Wanda



1

Wanda está inmóvil como Ofelia flotando por el río.
Sus facciones iluminadas,
sus ojos tranquilos igual que la corteza sobre el árbol.
La interrumpen tan sólo mis latidos
confesados a la fuerza junto a su curvatura ensimismada.
Sólo siente ya a solas la sola soledad que compartimos.
Ondulamos en la húmeda tibieza intacta.
En Wanda está la paz, la calma de todo vuelta nudo.
En Wanda, junto a mí -inmóvil yo también flotando sobre el río-,
todo es un punto de luz y todo el universo
es algo ajeno.


2

Wanda lleva tres días junto a mí,
prisionera de esperarse a sí misma,
excelente como los antiguos jardines del Éufrates,
erguida en un talle tal vez renacentista,
atenta a cualquier signo del agua celeste.
Afuera no llueve:
una palmera solitaria demuestra lo imposible del viento.
Erguido árbol, vigía en el ojo vigilante de Wanda
sin enviar todavía señales de la lluvia.
Es todo irreflexivamente cruel
en la grisácea ciudad con un calor impertinente.
Sigue el árbol en pie. Wanda persiste aquí con esas formas
de la ceiba del Éufrates.
Y mi esperanza sigue siendo, para tenerla junto a mí,
que la lluvia en estos parajes nunca vuelva.


3

Wanda está inmóvil sintiendo en la pupila
la persistencia vertical de la palmera ínsita.
Afuera no llueve pero hay nubes oscuras atisbando el balcón.
Son muchos días en los que ando detenido
y el movimiento cada instante me es más necesario.
Me muevo, un poco un mucho, cuando Wanda
pierde tranquilidad.
Tomo como si fuera mío.
Subo y bajo, la aprieto junto a mí, debajo, arriba,
agitados los dos por la respiración de las nubes.
Tirada en esa espera, su pulsación agita;
la cabeza hacia un lado y hacia otro de otro vértigo:
el pelo revuelto con el aire que remueve al girar.
La beso en todas partes: en Guinea y en Júpiter
(y hasta en Madagascar).
Wanda es el mapa y es el cielo raspado por un día sin afeite.
Wanda no se conoce, nada sabe de sí:
yo la revelo ante sí misma, la educo en su calor, instruyo para ella
el movimiento que ella misma me ha enseñado.
Las nubes se agolpan ávidas en el dintel del balcón.
Una palmera erguida se agita con un viento de tormentas.
Wanda no reconoce un solo punto en su visión y gira
ondulando la cabellera al viento,
arqueando esos huesos y rompiendo los tres días
que pasaron inmóviles ahítos de nosotros.
Tirada Wanda, tendida y extensa como un mapa o como un cielo.
Ya todo es viento, movimiento, movimiento.
Wanda es una nube, el aire es una nube, la palmera es una nube.
Por eso en el siguiente giro, por adentro y por afuera,
en todas partes, todo empieza a llover.


De: “Paseante solitario”