miércoles, 26 de febrero de 2014

LEOPOLDO MARÍA PANERO



Pavane pour un enfant défunt

  
A mi tía Margot


Se diría que está aún en la balaustra del balcón
mirando a nadie, llorando,
Se diría que eres aún visto como siempre
que eres aún en la tierra un niño difunto.
Se diría, se arriesga
el poema por alguien
como un disparo de pistola,
en la noche, en la noche sembrada
de ojos desiertos, los ojos solos
de monstruos. Todos nosotros somos
niños muertos, clavados en la balaustra como por encanto,
como sólo saben esperar los muertos.
Se diría que has muerto y eres alguien por fin,
un retrato en la pared de los muertos,
un retrato de cumpleaños con velas para los muertos.
Pero a nadie le importan los niños, los muertos,
a nadie los niños que viajan solos por el país de los muertos,
y para qué, te dices, abrir los ojos al país de los ciegos,
abrir los ojos hoy,
mañana, para siempre. Era mejor Oeste, tierras vírgenes,
héroes en los ojos
de un cine desesperado, y los dioses que matan a los
hombres feroces,
los dioses más feroces que los hombres
los dioses crueles de la infancia, los dioses
de la inocente crueldad, pensabas que se alimentan de ciegos
y de quienes mendigan su ser en una picaresca sórdida,
si hombres hay, homicida. Pero aventura no hay, lo sabes,
más que por alguien, para alguien, como un poema,
como el riesgo de un vuelo en el aire sin tránsito. Y es por ello
por lo que no hay infancia en el país desierto. Por ello también
por lo que nadie podría jamás sospechar que conservas esa
belleza demente de la infancia, ese furor contra lo útil de tu cuerpo,
y esa mudez en los ojos, esa belleza
sólo vendible al cielo del suicidio, sólo a esos ojos: esa existencia.
Pero la vida sigue como el puente de Eliot,
como un puente de muertos o un flujo
de sombras que se cogen
de la mano ciega en el lodo para saber que están muertos y viven.
Esa vida de la que hablan
en el infierno, entre sí los muertos, los alucinados, los absurdos,
los orgullosos sonámbulos disputando con sangre
una certeza alucinante; es un fuerte dios pardo.
Una basta tragedia que hacen
por navidades, los viejecitos, los difuntos,
con personas de olvido, con máscaras y ritos de otros tiempos,
rótulos de neón y fuegos fatuos: así obra desde entonces,
desde entonces, esa raza
misteriosa que pasa a tu lado sin mirarte o mirarse,
desde entonces, desde el día primero
en que te asomaste con pánico a su delirio. Desde que viven, quizá,
desde que no hay tiempo sino destino y trazo
de vida invulnerable a la decisión de una mirada fuerte.
Quien es visto o quien cae en ese río sordo
es lo mismo, es un muerto
que se levanta día tras día para
mendigar la mirada.
Porque todos llevamos dentro un niño muerto, llorando,
que espera también esta mañana, esta tarde como siempre
festejar con los Otros, los invisibles, los lejanos
algún día por fin su cumpleaños.




GUILLERMO CARNERO


  

De la inutilidad de los cristales ópticos



Si las imágenes se apiñan en un recinto oscuro
nada en ellas hay de movimiento (menos aún hábito de
movimiento);
sí en cambio los ojos de cristal que el taxidermista tan bien
conoce,
con su excesiva holgura en la órbita seca;
un día han de invadir a medianoche
los bulevares de la ciudad desierta,
aterrando con su agilidad a los animales pacíficos,
en una conjunción única que consagre el azar.

El azar, aniquilando en su represalia de hondero
el estupor del que alinea y su conciso cristal.



CLAUDIO RODRÍGUEZ




Tú Siempre Tan Bailón, Corazón Mío
  


Tú siempre tan bailón, corazón mío,
  ¡métete en fiesta; pronto,
antes de que te quedes sin pareja!
  ¡Hoy no hay escuela! ¡al río,
a lavarse primero,
que hay que estar limpios cuando llegue la hora!

Ya están ahí, ya vienen
por el raíl con sol de la esperanza
Veo que no queréis bailar conmigo
y hacéis muy bien. Si hasta ahora
no hice más que pisaros, si hasta ahora
no moví al aire vuestro
hombres de todo el mundo. Ya se ponen
  a dar fe de su empleo de alegría.

¿Quién no esperó la fiesta?
¿Quién los días del año
no los pasó guardando bien la ropa
para el día de hoy? Y ya ha llegado.
Cuánto manteo, cuánta media blanca,
cuánto refajo de lanilla, cuánto
corto calzón. ¡Bien a lo vivo, como
esa moza se pone su pañuelo,
poned el alma así, bien a lo vivo!

Echo de menos ahora
aquellos tiempos en los que a sus fiestas
se unía el hombre como el suero al queso





PILAR ADÓN




No puedo abrir los ojos…


No puedo abrir los ojos.
Cerrados persisten con un peso que duele e inquieta.
Ya no ensayo más amplias sonrisas.

Los labios secos de ayuno y de sed.
El irrespirable sol irrespirable. Sol.

Estudié el origen de la energía.
Ejemplos de dilatación del tiempo,
anomalías excéntricas y anomalías medias.
Calculé el área de un círculo (πr²).

Las mareas de los agujeros negros.
El horizonte de sucesos.

Y, sin embargo, ¿dónde la fórmula de la existencia?
¿Dónde la teoría de la conservación?

¿Y la ecuación para evitar el acabamiento?

¿Dónde la permanencia?




YOLANDA CASTAÑO




Pasé tantas veces por aquí, y nunca os había visto.



Estamos elaborando un inventario minucioso,
como el herbario de una constelación impredecible.
Están primero los lirios, aderezo de estrellas precipitadas,
las dalias y los crisantemos,
hay que contar a las amapolas porque también lo merecen las
flores tímidas y menudas.
La de la higuera es una flor subliminal.
Las más librescas de todas, las inflorescencias en capítulo.
La orquídea es claramente una flor sicalíptica,
se imita demasiado, no sigo por ahí.
El hibisco llena de antojos y proverbios la tarde.
Hortensias: contadme cuánto de feliz fui aquí.
Están los iris, la lavanda, la llamada rosa de té.
Y luego está la magnolia que, como su nombre indica,
en tiempos debió de dar emblema a algún tipo de soberanía mongol.
Calas, anémonas, el aguerrido síntoma del rododendro.
Después están otros prodigios registrables en latitudes apartadas,
como la indecible flor del chilamate,
que se siente pero no se ve, como
ese profundo amor que sube como un bramido desde las rodillas.
Hay
adargas de río, rosas chinas, dientes de león.
Tenemos también cosmos y azar y pensamientos pero esas son ya
flores más conceptuales.
La pasiflora es como el trono de una respuesta, el
baldaquino de una consideración.
Hay flores que llevan para siempre el nombre del primer ojo que las vio.
Lilas, caléndulas, clavellinas.
No puedo olvidar las mimosas, enjambre de diminutas advertencias,
ni a mis absolutas consentidas: fragor indecente de las buganvillas.


Pero, ya os decía, no sé, es curioso,
pasé tantas veces por aquí y
no,
no os había visto
nunca.


(Traducciones al castellano de la autora)


VICENTE MOLINA FOIX



Marcel Proust

  
Buscando, buscando, halló, en efecto,
acurrucado entre los pliegues calientes de la sábana,
a su sexo de por las mañanas, el pequeño y burlón,
que le enviaba gestos como queriendo continuar su reposo.


Proust, sin embargo, se mostró aquella mañana inflexible
y se lo calzó (ayudándose de un cucharón de palo y del manípulo de cinc),
y ajustábase después los faldones de la redingote
pronunciando con decisión el apellido del chofer,
“Fontainebleau” .